El día que ganar las oposiciones deje de ser el primer reto de los docentes, para ser sólo una más de las etapas de una carrera profesional esencial para nuestra sociedad, las cosas serán distintas. La educación mejorará.
Opositar no sólo debe ser un acto para conseguir estabilidad laboral. Opositar debería ser un proceso en el que se acredite que una persona tiene las competencias específicas y transversales, las habilidades y las actitudes para prestar un servicio público de forma adecuada y a lo largo del tiempo, pensando en el bien común y no en los privilegios corporativos.
Llega el momento de exigir responsabilidad y amplitud de miras a nuestros representantes políticos. El sector educativo no puede permitirse, de nuevo, ser la pelota de ping pong del juego electoral permanente al que nos tienen acostumbrados gobiernos y oposiciones. El diagnóstico ya está hecho y las soluciones no son fáciles pero con recursos, consenso y serenidad, son más probables.