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La necesidad de un profesorado formado en educación emocional

Artículo de opinión

  • 27/05/2020

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Lucía Fau y David Plaza, Graduada en Psicología y Graduado en Magisterio por la Universidad de Valencia
El sistema educativo español ha logrado la alfabetización de la mayoría de los ciudadanos, pero, lejos de vanagloriarnos de nuestros logros, seguiremos trabajando para conseguir metas cada vez más ambiciosas, buscando el desarrollo personal de los seres humanos.

Una de las pegas de la educación formal es que encasilla a los alumnos en base a sus resultados, los divide en grupos por su rendimiento académico etiquetándolos durante todo el periodo escolar. Esta situación puede provocar en algunos alumnos elevados niveles de estrés y ansiedad, impidiéndoles así que no alcancen un buen rendimiento académico y que no disfruten de la escolarización, a causa de la mala gestión de las emociones provocadas por dicha situación. Si un niño no tiene ganas de ir al colegio, algo estamos haciendo mal.

La adaptación a los cambios sociales acontecidos en la era posmoderna ha traído consigo un aumento en la velocidad de los ritmos de vida, lo cual, a su vez, ha quedado plasmado a nivel estructural en el sistema educativo. Al finalizar la etapa escolar los alumnos no gozan de herramientas para afrontar los nuevos retos a los que se van a enfrentar, y es aquí donde radica la importancia de introducir una formación específica en educación emocional.

El famosos historiador y divulgador Yuval Harari hace referencia en su libro Sapiens: de animales a Dioses a la importancia capital que han tenido siempre las emociones en nuestro universo social. La habilidad más destacable del ser humano es una prolongación de su inteligencia, la capacidad de cooperar creando realidades imaginarias y colectivas que forman nuestro mundo.
 
Debemos tener en cuenta que, desde el origen de la especie, nuestros antepasados han vivido unas 84.000 generaciones como cazadores-recolectores, siete como era industrial y solo dos como era digital. Nuestras mentes están, pues, diseñadas para resolver los problemas de los cazadores-recolectores (Van-Praet, 2012). Hombres y mujeres compartimos un pasado común y nuestra identidad esta socialmente construida (Harding, S., 1996), es decir, tenemos el poder de moldear nuestra personalidad, en especial a través de las emociones y la educación.
 
En las últimas décadas, la situación ha cambiado notoriamente y la escuela debe adaptarse a los nuevos retos que han aparecido en la sociedad posmoderna, tales como el impacto medioambiental de la actividad humana, la integración de las nuevas tecnologías en nuestras vidas y las desigualdades o la escasez de recursos. En palabras de Prensky, padre del término nativo digital, una de las grandes diferencias de enseñar en el siglo XXI y en el pasado siglo es que las cosas ahora cambian muy deprisa. El mundo en el que nuestros alumnos vivirán y trabajarán es radicalmente distinto al que nosotros estamos viviendo.

Para hacer frente a una oleada de nuevas situaciones, con nuestro cerebro de cazador recolector, acostumbrado a focalizar la atención en recoger vallas silvestres y mantenerse a salvo de posibles depredadores, necesitamos echar mano de nuestra intuición emocional y de los conocimientos que nos brindan la Neurociencia y la Psicología, disciplinas que desde hace unas décadas nos ayudan a descubrir los secretos muy interesantes sobre nuestro proceso de aprendizaje. Estar equilibrado emocionalmente sería algo así como saber elegir la emoción en el momento adecuado con la intensidad oportuna. Si los profesores son los encargados de educar a las nuevas generaciones, deben dominar las técnicas para gestionar esas emociones y sobre todo las técnicas apropiadas para conducir un autoaprendizaje sobre gestión emocional.
 
Nos gustaría concluir la reflexión con una cita del doctor en Comunicación, Joan Ferrés:
 
El error de Descartes es el error de la escuela: disociar la mente del cuerpo, lo racional de lo emocional, lo abstracto de lo perceptivo, la conciencia del inconsciente.
Es lógico que los movimientos de renovación se basen en la potenciación de la motivación y en estrategias integradoras, tales como la educación emocional, creando sinergias entre cuerpo y mente, abstracción y percepción, razón y emoción.
Para conectar con la mente de otro individuo es más necesario manejar las habilidades emocionales que los contenidos puramente informativos.
 
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