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El primer empleo universitario

Editorial

Las profesiones y el mercado laboral son consecuencia del modelo formativo y laboral configurado. El nuestro tiene un alto contingente de titulados universitarios y hay dos líneas indispensables de actuación: 1. Diseñar un sistema de promoción laboral que prime a aquellos profesionales más motivados y trabajadores. 2. Fomentar claramente la formación continua para facilitar la especialización y reciclaje permanente.


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Enric Renau. Editor
El crecimiento de la demanda y oferta universitaria ha situado España por encima de la media europea de titulados universitarios a costa de la formación profesional, lo que ha permitido que el mercado laboral haya acogido nuevos recursos humanos mejor preparados que nunca en la historia económica del país.

Ello ha comportado, al menos, dos consecuencias. La primera, que el título de grado (licenciatura) ya no sea un valor diferencial para determinados puestos de trabajo y responsabilidades, con lo que ha aparecido con fuerza la necesidad de conseguir un título de máster o postgrado.

Por otro lado, las empresas privadas y las administraciones públicas han podido contratar profesionales cualificados de todas las ramas del conocimiento a unos precios asequibles y competitivos con el entorno europeo en el que se mueven.

La situación de las mujeres tituladas es particularmente evidente e inadecuada: Acreditan más formación que los hombres y ganan un sueldo inferior por el mismo puesto de trabajo.

Sin embargo, como señalábamos hace pocas semanas, las empresas y administraciones tienen problemas para encontrar y contratar titulados especializados y disponibles. En determinados ámbitos como el educativo o el de salud, por ejemplo, para determinados empleos la ecuación sueldo-intensidad de dedicación-prestigio se resuelve con resultado negativo para el recién licenciado.

En el sector de la salud es notoria la dificultad para encontrar nuevos profesionales médicos y de enfermería y el peso de la ocupación inmigrada es altísimo. Los estudiantes locales -con sus valores y preferencias- analizan si el salario de un empleado de un hospital compensa los horarios exigentes y guardias nocturnas en un contexto de pérdida de prestigio social y de asalarización burocrática del médico o enfermero. O deberíamos decir, médica e enfermera.

En el ámbito educativo pasa algo similar. Faltan docentes y, aunque la exigencia selectiva del período de formación es claramente inferior que entre los médicos, el nuevo profesorado observa como sus colegas mayores viven desmotivados de su actividad profesional, no sienten que puedan organizarse autónomamente y comparan su sueldo y ríen por no llorar.

El componente vocacional y asistencial de estos dos colectivos, altamente feminizados, compensa cualquier desánimo y ambos saben que tienen la fuerza de formar parte de instituciones con alta implicación social y, por lo tanto, de interés político y ciudadano.

Pero mi conclusión es que las profesiones y el mercado laboral son consecuencia del modelo formativo y laboral configurado. Una vez aceptado que el nuestro incluye -por necesidad, seguramente- un alto contingente de titulados universitarios, hay dos líneas indispensables de actuación:

1. Diseñar un sistema de promoción laboral que prime sin temor a aquellos profesionales más motivados y trabajadores.

2. Fomentar claramente la formación continua para facilitar la especialización y reciclaje permanente para que no sea el sistema el que no facilite la promoción si no la actitud individual.

Creo que en períodos donde se detectan movimientos sindicales relevantes, por ejemplo, en el sector hospitalario y en la escuela pública, los representantes de los trabajadores, por un lado, y de los ciudadanos por otro, deberían tener éstas consideraciones como marco de referencia de futuro para los nuevos profesionales.

Enric Renau
Editor
editor@educaweb.com





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