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Másters oficiales

Editorial

El handicap del proceso de creación de los másters oficiales es que una parte del estudiantado y de los ofertantes de puestos de trabajo, pueden percibir la "oficialidad” como algo necesario antes de que se inicie la actividad profesional y, con la pasión titulítica que nos caracteriza, forzar de forma innecesaria que se alargue el período de formación superior "obligada”.


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Enric Renau. Editor
El lenguaje nunca es inocente. Máster oficial no sólo es el término que nos identifica aquellos estudios de postgrado que las universidades reconocidas por los Estados o las administraciones competentes que tienen por misión aportar una formación profesional superior especializada a los alumnos o introducir a estos alumnos en la actividad científico-académica.

La propia denominación "master” indica que la influencia del modelo anglosajón es elevada. El proceso de convergencia hacia el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) avanza aunque a trompicones y el modelo de educación superior europeo se parecerá más al modelo angloamericano que no al modelo franco-mediterráneo. No me parece mal, pero ello demuestra que los países meridionales tienen que hacer un mayor esfuerzo adaptativo que otros.

La otra idea terminológica es que los máster de que hablamos serán "oficiales”, es decir, reconocidos por las administraciones públicas competentes a nivel de todos los 40 países de Europa que se han acogido al Espacio Europeo.

Si hay másters "oficiales”, ¿podrá haber másters no oficiales? La respuesta es sí. Ya los hay. Y algunos de ellos, con un prestigio internacional que les permite tener estudiantes de todo el mundo asistiendo a las sesiones de formación y, en muchos casos, con un elevado coste que se asume por el valor del título en el ámbito profesional. Otros máster no oficiales quizás no buscarán la captación de alumnos internacionales, pero si dar una respuesta ágil a necesidades del mercado de trabajo que una oferta institucionalizada a nivel europeo tardará años a consolidar.

Los másters oficiales buscan dar una salida airosa y diferenciada los investigadores de la UE, fomentar la movilidad interna de estudiantes y profesores y facilitar a las Universidades europeas -sobretodo las públicas- una homologación de sus títulos de postgrado que les permita compartir créditos y eliminar disfunciones.

El handicap de todo este proceso es que una parte del estudiantado y de los ofertantes de puestos de trabajo, como las administraciones o las grandes corporaciones financieras, pueden percibir la "oficialidad” como algo necesario antes de que se inicie la senda de la actividad profesional y, con la pasión titulítica que nos caracteriza, forzar de forma innecesaria que se alargue el período de formación superior "obligada” por el mercado de trabajo más conservador.

Intentaré explicarme, para finalizar, con un ejemplo concreto. Una revolución como la digital no ha esperado a que las universidades expendieran títulos oficiales para contratar especialistas en telecomunicaciones, Internet o business intelligence. Las universidades públicas y privadas tienen que poder ofrecer títulos propios como respuesta a este tipo de nuevas necesidades. Más allá de si están homologados o no.

Si al cabo de unos años la administración decide cubrir plazas públicas de informáticos que exigen un título oficial determinado, la acreditación a escala europea de una oferta de master oficial puede ser útil.

Son respuestas distintas a necesidades distintas.

Enric Renau
Editor

editor@educaweb.com
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