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La mejor condición laboral es tener una vida plena

Artículo de opinión

  • 01/02/2024
  • Tiempo de lectura 4 mins

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Alba Díaz Duran. Orientadora de la Unitat d'Acompanyament i Orientació (UAO) del Departament d'Educació de la Generalitat de Catalunya, en la zona del Baix Llobregat Sur.
Es cierto, como afirma la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su último informe Panorama de la Educación 2023, que a mayores niveles formativos se incrementan las posibilidades de obtener salarios por encima de la media. Pero... ¿Qué nos hace realmente felices? ¿Obtener salarios por encima de la media? O bien, ¿que nuestro trabajo nos permita unos niveles de salud mental y equilibrio emocional que nos faciliten el tener una vida plena y satisfactoria? Y, para ello, no niego lo contrario, una formación superior y un buen salario pueden ayudarnos mucho, pero ¿es esto suficiente?
 
Durante mis años de experiencia como orientadora, he acompañado a muchas personas, sobre todo jóvenes, en sus procesos de elección sobre qué hacer una vez finalizan su etapa de estudios obligatorios. La mayoría de ellas sienten que es muy pronto para tomar una decisión de tal magnitud, pero, aquellas que tienen mínimamente claro su camino a seguir, están conectadas con algo distinto al éxito económico. Hablan de vocación, del deseo de dedicar tiempo y esfuerzo a una apetencia, a un gusto por un ámbito profesional concreto. Se proyectan dedicándose a aquello que les mueve desde el deseo. Me niego a acompañar a mi alumnado en un camino que tiene como casilla final una jaula de oro, unas promesas de grandes nóminas a final de mes que no se correspondan, a su vez, con unas condiciones dignas y una sensación de plenitud personal.
 
Si acompañamos a nuestra juventud en su proceso de elección de estudios, con el objetivo de conseguir puestos de trabajo que son denominados, desde el capitalismo más feroz, como exitosos, estamos cometiendo un gran error. Por un lado, porque no siempre ese objetivo irá acompañado del deseo por dedicar tiempo, energía y, por qué no decirlo también, dinero y salud, a un itinerario formativo que les aporte contenidos que les gusten y/o interesen, y eso es el primer motivo de abandono en el ámbito educativo. Y, por otro lado, y no menos importante, porque estaremos iniciando el camino con una promesa de meta que, en numerables casos, ni siquiera llegaremos a alcanzar, generando frustración y la conciencia de que si aquello que nos proponemos se nos resiste, tiene siempre que ver con nuestra falta de capacidad y compromiso. Por no hablar, de la desigualdad flagrante e insultante entre las condiciones laborales y los salarios de aquellos trabajos que son realmente importantes para nuestra sociedad, comparados con aquellos que, disculpas por delante, no lo son tanto. ¿Qué estamos provocando con todo esto? Una sociedad con unos altos niveles de frustración, desencanto y desmotivación, formada por individuos con una imagen de sí mismos que convierte a los países más "desarrollados" en los mayores consumidores de ansiolíticos del planeta. Sin ir más lejos, según datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, en este pasado año 2023, España ha conseguido el primer lugar del mundo en cuanto a consumo de Diazepam, disparándose su uso en un 110%. Sin duda alguna, en algún punto nos estamos equivocando.

Con todo esto me refiero a que las condiciones y los salarios de un puesto de trabajo, evidentemente, y no quiero que se me malinterprete con esto, son importantes y condicionan el bienestar de la persona trabajadora. Sin embargo, unas buenas condiciones y un salario digno en un puesto de trabajo que no cumple con nuestros deseos vitales, o avanza acorde con nuestro proyecto de vida, no serán más que facilidades vacías que nos obligan a dedicar muchas horas al día a un fin que carece de sentido para nuestra persona, y nos aleja de la dignificación que tanto se ha relacionado con el trabajo desde tiempos inmemoriales.
 
Es la precariedad en la que vivimos esta clase media, que cada vez es menos media, la que nos lleva a proyectarnos en empleos cuyo contenido nos es indiferente, pero cuyo continente nos permite optar a la posibilidad de pagar una vivienda a un precio abusivo y un carro de la compra con cada vez menos caprichos y más vacío. ¿Deberíamos poder acceder todas las personas a unos estudios superiores y de calidad a un precio asumible? Sí. ¿Es esto una realidad? Rotundamente, no. Y es por esto por lo que hablar de mayor formación equiparándolo a mejores condiciones laborales a personas que no dispongan de las posibilidades necesarias para poder hacerlo es, hoy en día, un discurso clasista y poco realista; ya que es una realidad a la que cada vez menos personas tienen la posibilidad de acceder. Y no podemos seguir utilizando este tipo de discursos a sabiendas de que nos estamos dejando por el camino la salud mental de muchas personas.

¿La formación de la ciudadanía tiene un aporte relevante en nuestra sociedad? Seguramente. Pero una más y mejor formación debe tener como objetivo un más y mejor desarrollo de las capacidades y habilidades de la persona para poder alcanzar aquello a lo que venimos todas: tener una vida plena, alineada con nuestros valores y principios, y con unas necesidades básicas cubiertas para todas. Lo que venga después, bienvenido será, pero si nos saltamos este primer capítulo de la historia, esta pasa a carecer de ningún tipo de sentido. Aquí, este sistema educativo nuestro tiene un trabajo importante por delante, que lleva ya mucho tiempo posponiendo.
 
Llegado este punto, lo que sí podemos tener claro en todo este entuerto es que, sin duda, aquello que mayor aporte tiene a nuestra sociedad es una ciudadanía consciente, justa, humana y con unos niveles de salud mental y bienestar emocional mayores a los que se están dando en una dolorosa actualidad, que nos muestra que el suicidio se mantuvo como primera causa de muerte externa en 2023. Cuidémonos, como individuos y como comunidad. Asumamos nuestras responsabilidades y exijamos, a quienes no están asumiendo las suyas, que lo hagan.
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