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Tecnologías, fracaso escolar y el AVE que nunca salió del andén

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Beatriz Plaza Marina. Vicepresidenta y Socia fundadora de Educaline
En el informe, Superar el fracaso escolar: políticas que funcionan, elaborado para la OCDE por el Ministerio de Educación en mayo de 2011, se citan las acciones y medidas ordinarias que la administración lleva a cabo para promover la igualdad y prevenir el fracaso escolar en la educación obligatoria. Todas estas medidas tienen como objeto garantizar la igualdad y la oportunidad de acceso a una educación diversificada, adaptada y flexible, según las necesidades individuales de cada alumno. Me gustaría entender, y que este informe y las políticas que lo sustentan entendieran también, por necesidades individuales las que presenta cada alumno en concreto y no solo las de aquellos que se salen de la media por arriba y por abajo.

Las medidas citadas son las siguientes: grupos flexibles, que garanticen el adecuado progreso de todos los alumnos de acuerdo a su nivel de competencia, permitiendo que los alumnos puedan acceder a niveles superiores según adquieran las competencias exigidas sin tener que esperar al final del curso escolar; materiales y recursos diversificados, adaptados a las necesidades específicas de los alumnos; apoyo en clase, con la intervención simultánea de varios profesionales, dependiendo de las necesidades específicas de los alumnos; grupos de refuerzo para actividades específicas de apoyo educativo en las áreas de lengua y matemáticas;  flexibilidad en la organización espacio-temporal para favorecer la autonomía del alumno;  reducción del número de profesores de apoyo para cada alumno;  y, finalmente, acceso a adaptaciones curriculares ajustadas  a las posibilidades reales del progreso del alumno en un período de tiempo concreto.

No hay nada en esa lista que no pueda ser realizado, incrementado o mejorado, en todo o en parte, con las nuevas tecnologías. Estas, por cierto, se mencionan en el informe casi de pasada, como por compromiso, pero en ningún lugar se alude a la puesta en práctica de estas medidas con la incorporación de las nuevas tecnologías. Hoy por hoy, el sistema educativo cuenta con las herramientas apropiadas: espacios virtuales, de mayor o menor componente social, y contenidos digitales ‘inteligentes’ que se ponen al nivel que el alumno necesita, complementando y amplificando la labor de los docentes, y permitiéndoles a estos realizar tareas de alto componente cualitativo para las que habitualmente no tienen tiempo. La pregunta es si el sistema educativo está listo para utilizarlas. Es como tener una estupenda flota de trenes AVE parados en los andenes de alguna estación, y vía férrea por todas partes, esperando a que aprendamos a manejarlos. O peor, esperando a que alguien decida si es bueno viajar en ese tipo de tren.

Estas herramientas existen en nuestro mundo desde hace ya unos años, como los contenidos que permiten al alumno saber dónde y por qué se ha equivocado, razonar los motivos de sus aciertos y errores, recibir los estímulos adecuados en el momento preciso, avanzar a su ritmo, reforzar cuando sea necesario, trabajar distintas competencias y destrezas en distintas lenguas…  y, lo más importante, están diseñados para hablar el mismo idioma que los nuevos nativos digitales, con los componentes de la interactividad y el multimedia. Para ayudar a los docentes a acercarse a sus alumnos, ya que como inmigrantes digitales que somos nos resulta difícil conectar con nuestro alumnado, ¿cómo va a ser fácil si tenemos diferentes modos de acceder a la información y procesarla, porque por mucho empeño que le pongamos como docentes pertenecemos a generaciones digitalmente –y aún diría cerebralmente- distintas? Ellos son mucho más rápidos, lo veamos como lo veamos y necesitan herramientas adecuadas a sus ritmos y velocidades de aprendizaje.

Por otra parte, evaluamos sus competencias como lo hacían con nuestros tatarabuelos (aquellos que fueron a la escuela, claro). Como dice el profesor Pere Marqués, "la mayor parte de los exámenes son memorísticos, o al menos requieren que el alumno disponga de una ‘información’ memorizada para poder afrontar los ejercicios en los que se van a valorar sus competencias". Seguimos evaluando a nuestros niños y adolescentes con herramientas obsoletas sobre elementos que a estas alturas de poco o nada van a servirles en su vida futura. El aprendizaje ha de ser significativo, es decir, conectado con sus aprendizajes previos y con su experiencia y conocimiento del mundo ¿por qué no también la evaluación? Disponemos de ingentes cantidades de información, en unos soportes con unas características muy concretas: no hace falta enseñar a los niños y adolescentes a memorizar los datos, sino a saber dónde y cómo buscarlos, cómo interpretarlos y cómo discriminar la información. Por el camino, enseñémosles también a trabajar en equipo, a resolver problemas y a gestionar y mejorar su aprendizaje. Y la tecnología puede llegar allí donde los docentes no llegan.

El gran problema del fracaso escolar es que anuncia el fracaso como individuo en alguna de sus realizaciones sociales o individuales. Hoy por hoy hablamos de como mínimo un 30% (¡nada menos que un 30%, casi uno de cada 3!) de ciudadanos en riesgo de fracaso personal en su vida. El verdadero riesgo de toda esta situación es que seguimos afrontado el fracaso con herramientas que han demostrado su inutilidad hace mucho tiempo y no preparamos a los alumnos, no ya para el futuro, sino para las demandas del presente. Lo raro es que solo haya 5.000.000 de parados. Que, por cierto, no suelen coger el AVE.
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