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Razón, educación y diversidad religiosa

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Jorge Martínez Lucena. Profesor de Doctrina Social de la Iglesia de la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona)
En nuestras sociedades globalizadas asistimos a una transformación demográfica sin precedentes. Personas de orígenes y religiones muy diversos cohabitan en el corazón palpitante de las ciudades de occidente. Lo mismo sucede, por supuesto, en el interior de nuestras aulas. Lo cual plantea una situación que nunca antes se había tenido que afrontar. Por eso estamos pagando la novatada.

Siendo la educación un servicio público, existen en España tres modalidades de éste: la escuela estatal, la concertada y la privada. En cuanto al tratamiento de la religión la cosa varía de unas a otras, aunque, en demasiadas ocasiones, esta asignatura acaba resultando un engorro tanto para la escuela como para los alumnos, porque se entiende como desencarnada con respecto a la tarea educativa y al resto de materias.

Simplificando al máximo, podríamos decir que, en la mayor parte de las escuelas estatales es donde se produce la mayor afluencia de diversidad en las aulas. ¿Cómo afrontan ahí la nueva situación? Siendo escuelas laicas no tienen por qué comprometerse con ninguna religión en concreto y suelen responder ofreciendo una asignatura de crédito variable en "Cultura religiosa”, que suele ser un popurrí o refrito de datos religiosos epiteliales que se presentan como otro superficial accesorio a consumir en nuestro supermercado posmoderno -también de las religiones (budismo en sus múltiples versiones, hinduismos, islamismo, judaísmo, presbiterianismo, anabaptismo, simplemente protestantismo, catolicismo, cristianismo ortodoxo, animismo, la new age, ateísmo...).

En cuanto a las escuelas concertadas y privadas españolas, podemos afirmar que no reciben a tantos alumnos musulmanes o budistas o hinduistas, aunque sí a bastantes ateos. Las primeras reciben alguna financiación por parte del Estado, porque éste las considera una ayuda o pilar para cumplir con el servicio público mencionado de la educación, que sin ellas no se podría ofrecer en determinadas partes del territorio nacional. Mientras que las segundas son aquellas que se financian mayoritariamente con los ingresos que son capaces de conseguir de fuentes privadas. Aquí la religión que se imparte suele tener que ver con el ideario del centro en función del cual se supone que los padres escogen el colegio. La mayor parte de los colegios privados y concertados españoles, está claro, por una razón histórica, ofrecen una religión basada en el dogma católico.

Lo que observamos, sea en la escuela estatal, sea en la concertada o en la privada, es un descontento generalizado del alumnado y del profesorado con respecto a esta asignatura que pasa por ser una maría, ya que es considerada como un apósito ortopédico que hay que soportar a modo de peaje propio del ideario del centro (en las concertadas y privadas) o a modo de crédito variable necesario en un mundo en el que la mezcla de religiones ha llegado a cotas inenarrables (en las estatales).

Si tuviésemos que atrevernos a postular una posible razón de este malestar con respecto a las "asignaturas” de religión en el panorama educativo español diríamos que la razón es una falta de síntesis. Me explico. Cuando las escuelas programan y los profesores explican las diversas asignaturas relacionadas con la religión olvidan dos puntos cruciales: a) uno de los aspectos más importantes de la religión no es su diversidad con respecto a las otras, sino su universalidad antropológica; b) sólo explicando qué tienen que ver las religiones con la especificidad humana pueden el profesor y el alumno hacer bien su trabajo e interesarse por la disciplina. Sin estos dos elementos, se explique catolicismo o cualquier otra religión, la asignatura se convierte en un fino orvallo ideológico que tal como cae sobre el alumno resbala hacia los sumideros del olvido.

Teniendo en cuenta este particular, es decir, que todo hombre es religioso -incluso el ateo, porque no puede evitar plantearse la pregunta por el significado total de la existencia-, no sólo saldría ganando esta asignatura de religión, sino el resto de la educación española, ya que las otras asignaturas cobrarían un mayor interés cuando se percibiesen como serios intentos de responder a preguntas parciales que sólo cobran sentido en el contexto de la pregunta existencial del sentido total de la vida y de la realidad. Porque, como decía Einstein: "quien no admita el carácter insondable del misterio tampoco puede ser un científico”.

Desde este presupuesto, la asignatura de religión se convertirá en algo interesante, en la medida en que ya no será una adunación de conocimientos fragmentarios y/o banales, sino una oportunidad para hacer un trabajo de la razón que consista en ver si las distintas religiones responden o no a este sentido religioso identificable y fundamental en todos y cada uno de los alumnos y profesores.

Además, no es posible defender los logros de la razón sin asumir o sin tener fe en un significado total de la realidad, porque la inteligencia solo puede leerla si ésta tiene sentido, si existe un orden previo. Pero digámoslo de la mano de un ateo materialista español como Gustavo Bueno, que, en su artículo ¡Dios salve a la razón!, comentando la intervención de Ratisbona de Benedicto XVI, acaba diciendo: "No es difícil comprender, por tanto, que es precisamente el Dios de los cristianos quien ha salvado a la Razón humana a lo largo de la historia de Occidente, y hasta qué punto tiene sentido afirmar que podrá seguir salvándola en los momentos impredecibles, pero inexcusables, en los cuales los contactos de las "sociedades occidentales” con las "sociedades orientales”, o de cualquier otra estirpe, ponga a la racionalidad históricamente conquistada ante el peligro de sus mayores extravíos.”
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