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La participación del alumnado como instrumento de mejora de la convivencia

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Àngels Piédrola Gómez. Coordinadora de Proyectos Sociales, Fundación Pere Tarrés - Universidad Ramon Llull
La convivencia en las aulas ha sido, desde hace tiempo, un tema de preocupación y de actualidad en el mundo educativo y para la sociedad en general.

En las últimas décadas, los cambios demográficos, socioeconómicos, tecnológicos y culturales en las sociedades industriales avanzadas han modificado de forma sustancial los estilos de vida, la relación con el entorno y la comunidad y, a su vez, los conceptos y expectativas relacionados con la democracia, la convivencia, la participación y la educación.

El aumento de los índices de envejecimiento de la población, la incorporación de las mujeres en el mercado laboral y los cambios en las estructuras familiares han generado nuevos modelos de familia. Estos cambios han provocado transformaciones en las funciones socializadoras y educativas tradicionalmente desarrolladas por los diferentes agentes (familias, escuela, comunidad y entorno) y algunas de las tareas relacionadas con la atención y cuidado de los menores han sido asumidas por otros agentes (especialmente fuera del horario lectivo). Estas transformaciones estructurales también afectan en la definición, papel y clima de la escuela, en tanto que institución educativa y agente socializador de primer orden.

Fruto de estos cambios, existen diversos factores de orden institucional y social, relacionados con las características de los centros (volumen de alumnado en el centro y en cada grupo -aula, volumen de alumnado de origen inmigrado, grado de absentismo y fracaso escolar en el centro, nivel socioeconómico y sociocultural del entorno y las familias, etc.), que inciden sobre la convivencia en las aulas y en los centros educativos y las posibilidades que éste da al desarrollo de la participación del alumnado. También existen factores de orden personal, de grupo sociocultural de origen o de status socioeconómico, que afectan a la motivación, el conocimiento y/o las habilidades del alumnado.

Pero más allá del análisis de los factores que condicionan o dificultan la convivencia en las aulas y los centros, es necesario hacer el ejercicio a la inversa. Es decir, para poder afrontar los nuevos retos y cambios que se reflejan en nuestra escuela, es necesario detectar cuáles son los factores que contribuyen a la mejora de esta convivencia.

En la Investigación-acción sobre participación juvenil en los centros de secundaria de Cataluña (realizada por Proyectos Sociales - Fundación Pere Tarrés, Universidad Ramon LLull, a lo largo del curso 2006/07 y promovida por el Departament de Interior, Relaciones Institucionales y Participación, el Departament de Educación y la Secretaría de Juventud del Departament de Acción Social y Ciudadanía, de la Generalitat de Cataluña, así como por dos importantes plataformas juveniles: Consell Nacional de la Joventut de Cataluña y el Consell de Joventut de Barcelona) se detectaron varios de estos factores.

En primer lugar, se puso de manifiesto que el sentimiento de pertenencia del alumnado al centro y a su entorno directo (comunidad, barrio) tenía correlación con la convivencia y la participación del alumnado en el mismo.

Es decir, el interés por la participación y la implicación en el centro está estrechamente relacionado con el sentimiento de pertenencia. Se pudo constatar que las dos variables (sentimiento de pertenencia al aula y al centro) tienen una relación significativa y un comportamiento similar respecto de las actitudes y el ejercicio de la participación del alumnado.
Y si el alumnado se siente parte del centro e identificado con el mismo, disminuyen los conflictos y mejora la convivencia.

Pero, para que esta identificación y sentimiento de pertenencia del alumnado (pero también de toda la comunidad educativa) sea posible, es necesario un determinado clima de centro.

De hecho, en otras publicaciones se ha señalado que el principio explicativo de la democracia escolar se encuentra en las relaciones interpersonales entre los miembros de la comunidad escolar. Tal como lo explica J.M Puig(1) es esencial que los miembros del centro cuenten con frecuentes ocasiones, previstas e imprevistas, de encuentros cara-a-cara y relaciones interpersonales continuadas. Estos encuentros y relaciones son los que permiten establecer vínculos afectivos y un clima de complicidad entre los miembros de la comunidad educativa.

De manera cualitativa, en la investigación señalada, se constató que estas ocasiones para crear vínculos, que se consideran indispensables a la hora de promover la participación y la implicación en el centro, no son demasiados frecuentes en los centros educativos, aunque se observó en mayor grado en los centros con un menor número de alumnos.

El clima de centro también tiene relación con la estructura organizativa y funcionamiento del mismo y con los medios (de espacio, de tiempo y de reconocimiento) que el centro pone a disposición de este objetivo y con el hecho de disponer de personas con capacidades y habilidades para generar un liderazgo relacional.

Por esta razón es necesario educar en y para la convivencia y la participación, trabajando las competencias básicas que harán posible la identificación e implicación del alumnado en el centro y en el entorno (conocimientos teóricos, instrumentales y habilidades sociolingüísticas, relacionales, etc.). Hay que promover una participación contextualizada en un marco de un continuum social, trasladando la idea de "allí donde voy, participo y tengo una actitud activa, responsable y democrática".

También hay que promover un clima social favorable a la convivencia y a la participación situado en el contexto concreto de cada centro y su entorno de referencia (de necesidades, recursos, tiempo). Cómo explicitaron algunos de los agentes entrevistados en la investigación, contar con un tejido asociativo y con una comunidad organizada es un factor imprescindible para poder dar respuestas conjuntas y realizar acciones coordinadas entre los diferentes agentes del territorio. A lo largo del trabajo de campo se observaron algunas experiencias en entornos con una elevada diversidad sociocultural y niveles socioeconómico bajos, pero con un importante dinamismo de la comunidad de referencia, que había llevado a desarrollar proyectos conjuntos entre los diferentes agentes del territorio, trabajando el sentimiento de pertenencia del alumnado en el barrio y en el centro, que ha tenido efectos positivos sobre la convivencia en el centro y el rendimiento escolar de los y las jóvenes.

Es necesario, por lo tanto, avanzar en todos estos aspectos para hacer frente a los nuevos retos de nuestra escuela, posibilitando el incremento del arraigo y del sentimiento de pertenencia de los jóvenes y de toda la comunidad educativa a su contexto de referencia, promoviendo la mejora de la convivencia a la vez que su participación activa, crítica, reflexiva y responsable, que lleve al alumnado a ejercer sus derechos y deberes como miembros del centro educativo y de su comunidad y como ciudadanos/as.

Notas al pie:

1. Puig, J.M. (2000) "¿Cómo hacer escuelas democráticas?, a Educacào e Pesquisa, n. 2, p. 55-69. Sao Paulo
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