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La orientación en tiempo de cambios

Editorial

Ya es hora de institucionalizar la orientación profesional. No para burocratizarla, al contrario, para legitimarla como un instrumento central de las políticas públicas, de la tarea de acompañamiento que se produce en los centros docentes y como estrategia de fidelización de los empleados en las empresas. Tenemos que saber ¿de quién es la culpa de que no existan materiales de orientación en los centros? ¿Se podrían desarrollar estrategias on-line de orientación?


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Hay transformaciones que se producen de una forma lenta pero continua. Una de ellas es la transición de la economía industrial a la sociedad del conocimiento y la otra, consecuencia de la primera, es la asunción del reto del aprendizaje de las personas a lo largo de la vida, término que se ha popularizado como Life Long Learning (L3)

Sociedad del Conocimiento y L3 son dos metas que Europa y nuestro país quieren conquistar. Por ello quizás, empieza a existir una cierta sensibilidad social, un interés especial por parte de los medios de comunicación y ya forma parte del discurso político y de los presupuestos de las administraciones.

Sin embargo, la realidad es que una parte de la sociedad adulta no ha entrado en la dinámica y la otra parte -más preparada y alfabetizada digitalmente- no tiene la vida organizada como para formarse a lo largo de la vida.

Entre los jóvenes pasa algo parecido. Por un lado, existe un importante abandono escolar y universitario y, por otro, hay un desajuste entre la oferta educativa, las preferencias de los jóvenes y la demanda laboral y social.

Para ello, y para otras cosas, existe la orientación profesional -académica y laboral-.

Conocerse mejor a uno mismo, reconocer sus propias necesidades e intereses, conocer las alternativas académicas, las profesiones y el mercado laboral son elementos clave para progresar personalmente y profesionalmente. Todos los expertos señalan la orientación profesional como pieza clave hacia la sociedad del conocimiento y el L3.

En cambio, no parece que ni las administraciones públicas ni los departamentos de recursos humanos de las empresas dediquen demasiado tiempo, ni recursos a invertir en orientación profesional.

Las administraciones competentes no tienen un programa de orientación. En muchas ocasiones, en lugar de plantearla de una forma holística, desarrollan paralelamente actividades de información y orientación en cada uno de sus departamentos, áreas y unidades. Las administraciones locales quieren intervenir pero no tienen competencias.

En los centros educativos es difícil detectar quien se responsabiliza efectivamente de la orientación profesional. Los tutores comparten esta tarea con decenas de otras responsabilidades. La orientación en muchos centros se limita a aportar información académica o en el caso de las universidades o centros privados a "vender" la oferta formativa.

La mayoría de las empresas o no hacen formación o se preocupan más de resolver problemáticas concretas con cursos específicos que no apoyar la carrera profesional de sus empleados y el crecimiento del capital humano.

Por lo tanto ya es hora de institucionalizar la orientación profesional. No para burocratizarla, al contrario, para legitimarla como un instrumento central de las políticas públicas, de la tarea de acompañamiento que se produce en los centros docentes y como estrategia de fidelización de los empleados en las empresas. Tenemos que saber ¿de quién es la culpa de que no existan materiales de orientación en los centros? ¿Quién es el responsable que no se planifique la formación en las empresas? ¿Se podrían desarrollar estrategias on-line de orientación?

Éstas y muchas otras preguntas están sin responder.

Enric Renau
Editor






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