Carmen Palomino Pérez es directora general de la Fundación Universidad-Empresa (FUE), entidad con más de 50 años de experiencia en el diseño y gestión de programas de formación práctica, y que representa a universidades, empresas, estudiantes y a agentes de la administración pública.
Palomino ha coordinado técnicamente el Libro Blanco de las Prácticas, una iniciativa impulsada por la Red de Fundaciones Universidad-Empresa (REDFUE), en la que se analizan los retos del actual sistema de prácticas universitarias y se proponen soluciones para garantizar su calidad, equidad y valor formativo.
1. ¿Qué beneficios brindan las prácticas a los estudiantes universitarios?
Las prácticas académicas externas suponen una fase esencial del proceso formativo de los estudiantes universitarios. Permiten aplicar los conocimientos adquiridos en el aula a situaciones reales y, al mismo tiempo, iniciar el desarrollo de habilidades profesionales y personales en un entorno supervisado. No se trata solo de adquirir experiencia, sino de completar la formación académica mediante la participación activa en un espacio seguro que reproduce con fidelidad el contexto profesional, pero que funciona como una comunidad de aprendizaje.
Desde el punto de vista de su impacto, los datos son contundentes: quienes realizan prácticas mejoran su empleabilidad en al menos 4 puntos porcentuales respecto a quienes no las hacen. La tasa de empleo 4 años después de la graduación asciende al 91,3% entre quienes han participado en prácticas, frente al 87,3% del resto.
Por otro lado, conviene subrayar que las prácticas no deben entenderse como un simple puente hacia el empleo. Si bien pueden culminar en una contratación, su finalidad es esencialmente formativa. Por ello, se desarrollan bajo un proyecto formativo previamente definido, con objetivos de aprendizaje claros, tutorización dual (académica y profesional), y en el marco de convenios específicos entre universidad y entidad de acogida.
2. ¿Y que aportan las prácticas universitarias a las empresas que reciben a este alumnado en formación?
Las prácticas académicas externas no solo son una oportunidad para el estudiantado, sino también una herramienta estratégica para las entidades colaboradoras, sean empresas, administraciones públicas o entidades del tercer sector. Participar en programas de prácticas significa comprometerse activamente con la formación del talento joven y contribuir al desarrollo de una sociedad más cualificada, inclusiva y preparada.
Los beneficios son múltiples:
Palomino ha coordinado técnicamente el Libro Blanco de las Prácticas, una iniciativa impulsada por la Red de Fundaciones Universidad-Empresa (REDFUE), en la que se analizan los retos del actual sistema de prácticas universitarias y se proponen soluciones para garantizar su calidad, equidad y valor formativo.
1. ¿Qué beneficios brindan las prácticas a los estudiantes universitarios?
Las prácticas académicas externas suponen una fase esencial del proceso formativo de los estudiantes universitarios. Permiten aplicar los conocimientos adquiridos en el aula a situaciones reales y, al mismo tiempo, iniciar el desarrollo de habilidades profesionales y personales en un entorno supervisado. No se trata solo de adquirir experiencia, sino de completar la formación académica mediante la participación activa en un espacio seguro que reproduce con fidelidad el contexto profesional, pero que funciona como una comunidad de aprendizaje.
Desde el punto de vista de su impacto, los datos son contundentes: quienes realizan prácticas mejoran su empleabilidad en al menos 4 puntos porcentuales respecto a quienes no las hacen. La tasa de empleo 4 años después de la graduación asciende al 91,3% entre quienes han participado en prácticas, frente al 87,3% del resto.
Por otro lado, conviene subrayar que las prácticas no deben entenderse como un simple puente hacia el empleo. Si bien pueden culminar en una contratación, su finalidad es esencialmente formativa. Por ello, se desarrollan bajo un proyecto formativo previamente definido, con objetivos de aprendizaje claros, tutorización dual (académica y profesional), y en el marco de convenios específicos entre universidad y entidad de acogida.
2. ¿Y que aportan las prácticas universitarias a las empresas que reciben a este alumnado en formación?
Las prácticas académicas externas no solo son una oportunidad para el estudiantado, sino también una herramienta estratégica para las entidades colaboradoras, sean empresas, administraciones públicas o entidades del tercer sector. Participar en programas de prácticas significa comprometerse activamente con la formación del talento joven y contribuir al desarrollo de una sociedad más cualificada, inclusiva y preparada.
Los beneficios son múltiples:
- Acceso directo a talento joven. Las entidades colaboradoras pueden identificar perfiles con competencias emergentes, nuevas perspectivas y motivación por aprender, lo que permite anticipar futuras incorporaciones sin necesidad de recurrir a largos procesos de selección?.
- Espacios de innovación. El estudiante en prácticas aporta una mirada fresca que desafía rutinas y permite repensar procesos. Este intercambio favorece la creatividad, la mejora continua y la transferencia generacional del conocimiento.
- Fortalecimiento de la marca empleadora. Atraer talento no es solo cuestión de condiciones laborales, sino de valores y propósito. Las entidades que ofrecen buenas experiencias de prácticas se convierten en destinos deseables para las nuevas generaciones.
- Fidelización de talento. Muchos estudiantes continúan vinculados a las entidades en las que han realizado prácticas, no solo por la posibilidad de empleo, sino porque han sentido que formaban parte de un proyecto formativo, y no simplemente productivo.
- Alianza con el sistema educativo. Ser parte del ecosistema formativo contribuye a reducir el desajuste entre la formación académica y las demandas del mercado. Las entidades colaboradoras participan así en el diseño y validación de los perfiles profesionales del futuro.
"Quienes realizan prácticas mejoran su empleabilidad en al menos 4 puntos porcentuales respecto a quienes no las hacen".
Además, no debemos olvidar que una entidad colaboradora no es solo un espacio donde "se va a trabajar": es un auténtico entorno de aprendizaje. En palabras del documento La entidad colaboradora: el mejor lugar para aprender, acoger a un estudiante supone también integrar una dimensión formativa en la cultura organizacional, acompañar, tutorizar y transmitir no solo competencias, sino también valores y cultura profesional?.
Este rol no solo aporta valor al estudiante, sino que transforma a las entidades en espacios de mentoría, innovación y responsabilidad social. Cuando la relación está bien definida y guiada por un proyecto formativo, todos los actores —incluida la propia entidad— salen fortalecidos.
La cifra del 53,5% se refiere a las titulaciones que incorporan prácticas curriculares obligatorias, es decir, que forman parte del plan de estudios con reconocimiento académico. Esta cifra pone de manifiesto que casi la mitad de los grados universitarios en España aún no integran esta experiencia formativa de manera estructurada, lo cual merece una reflexión profunda.
No se trata, sin embargo, de una mera omisión o desinterés por parte de las universidades. En muchos casos, esta ausencia está relacionada con la propia naturaleza del título, el perfil competencial que se persigue o las características del sector profesional al que se dirige. Por ejemplo, hay disciplinas más teóricas o centradas en la investigación que tradicionalmente han tenido menor tradición de prácticas externas, aunque esta situación está evolucionando.
Ahora bien, la inclusión de prácticas curriculares en todos los grados universitarios debería ser un horizonte deseable, porque garantiza el acceso equitativo de todo el estudiantado a una experiencia práctica supervisada y evaluada como parte integral de su formación. No obstante, convertirlas en obligatorias por norma generalizada plantea importantes retos: desde la disponibilidad de entidades de acogida adecuadas, hasta la capacidad institucional para supervisarlas con garantías de calidad.
Por eso, más que centrarnos exclusivamente en la obligatoriedad, debemos poner el foco en la calidad formativa de las prácticas, sean curriculares o extracurriculares. La clave está en asegurar que cada estudiante tenga una experiencia educativa real, bien planificada, tutorizada y alineada con su titulación. Solo así las prácticas podrán cumplir su función pedagógica y contribuir eficazmente a la empleabilidad.
En este sentido, la respuesta a si deben ser obligatorias en todos los grados pasa, primero, por responder a otra pregunta más de fondo: ¿deben estar presentes en todas las carreras? Esa cuestión merece un análisis detallado, que abordaremos a continuación
"Casi la mitad de los grados universitarios aún no integran las prácticas de manera estructurada".
4. ¿Son necesarias las prácticas en todas las carreras? ¿Por qué?Desde una perspectiva educativa y formativa, la respuesta es clara: sí, las prácticas son necesarias en todas las carreras, aunque no en todas deben asumir la misma forma ni el mismo peso dentro del plan de estudios. Lo esencial es que cada titulación ofrezca a su estudiantado una experiencia práctica de calidad, vinculada a sus objetivos de aprendizaje, que le permita aplicar conocimientos, adquirir competencias y explorar posibles salidas profesionales.
En titulaciones con una vocación profesional explícita, como Ciencias de la Salud, Ingeniería, Educación o Comunicación, las prácticas son fundamentales para el desarrollo técnico y ético. En otras disciplinas, como las Artes, las Ciencias Sociales o las Humanidades, las prácticas aportan orientación, conexión con el entorno y desarrollo de habilidades transversales clave en la sociedad del conocimiento.
En cualquier caso, las prácticas deben entenderse no como un paso previo al empleo, sino como una actividad académica que forma parte integral del proceso educativo. Su función es ayudar al estudiante a construir su identidad profesional: un saber práctico, reflexivo, situado y tutorizado, no realizar funciones laborales encubiertas ni sustituir empleo.
Por ello, desde el Libro Blanco de las Prácticas, insistimos en que la legislación que regule esta materia debe emanar del ámbito educativo y no del laboral. Las prácticas académicas externas tienen su origen, su diseño y su finalidad en la lógica pedagógica del sistema universitario y de formación profesional. En consecuencia, cualquier reforma que aspire a mejorar su calidad debe respetar esta naturaleza académica y formativa, y evitar enfoques que las confundan con fórmulas de inserción laboral o contratos en prácticas.
La clave no está en imponer una única fórmula, sino en ofrecer experiencias prácticas con sentido, evaluables, alineadas con la formación del estudiante, y adaptadas a las características de cada titulación. Esto requiere, sin duda, diálogo, flexibilidad y un marco regulador sólido, pero también respetuoso con la autonomía universitaria y con la diversidad del sistema educativo.
En resumen, todas las carreras pueden —y deben— incorporar prácticas, siempre que se diseñen con criterios de calidad, equidad y rigor académico. Y esa debe ser también la lógica que inspire cualquier norma futura en esta materia.
"Las prácticas son necesarias en todas las carreras, aunque no en todas deben asumir la misma forma ni el mismo peso dentro del plan de estudios".
5. ¿Cuáles diría que son los 3 retos principales que enfrenta el sistema universitario y las empresas para lograr garantizar unas prácticas de calidad? ¿Y cómo se pueden resolver?
Garantizar unas prácticas de calidad implica, ante todo, entender que se trata de una actividad educativa compleja, que requiere planificación, compromiso institucional y una coordinación efectiva entre los distintos actores implicados. No basta con ofrecer plazas: es necesario asegurar que cada estudiante pueda vivir una experiencia formativa real, estructurada y alineada con su perfil académico.
Uno de los principales retos sigue siendo el equilibrio entre la oferta y la demanda. A pesar de los esfuerzos realizados, en muchos casos las universidades se enfrentan a dificultades para garantizar suficientes plazas para todo el estudiantado, especialmente en titulaciones con alta matrícula o en contextos geográficos con menor densidad de entidades colaboradoras. Esta situación genera tensiones que solo pueden resolverse desde una lógica de corresponsabilidad, ampliando el concepto de "entidad de acogida" más allá del ámbito empresarial. Es importante recordar que una gran parte de las prácticas se realizan en administraciones públicas, centros sanitarios, entidades educativas o culturales, todos ellos espacios con un enorme potencial formativo.
A ello se suma un segundo desafío, de carácter claramente pedagógico: asegurar que las prácticas sean una verdadera actividad de aprendizaje, transformar la acción en conocimiento. Esto exige que exista un proyecto formativo bien definido, que las tareas asignadas respondan a objetivos coherentes con la formación del estudiante, y que el desarrollo de la práctica esté acompañado por una tutorización efectiva y una evaluación que, permita la reflexión y tenga sentido académico. Las prácticas no pueden convertirse en una actividad meramente operativa o desvinculada del plan de estudios. Deben formar parte de una secuencia formativa pensada desde la universidad, con sentido, con propósito y con criterios de calidad claros.
El tercer gran reto tiene que ver con el reconocimiento de las figuras de tutorización. Tanto el tutor académico como el tutor de la entidad de acogida son piezas fundamentales del proceso formativo. Sin embargo, no siempre cuentan con los medios, el tiempo ni el reconocimiento que merecen. La calidad de una práctica depende, en gran parte, de la capacidad de acompañamiento, orientación y evaluación que estos profesionales ejercen. Es urgente avanzar hacia un modelo que dote a estas figuras del apoyo necesario para ejercer su función, incluyendo su formación específica y su integración en los sistemas de calidad institucional.
En definitiva, los desafíos no son menores, pero sí perfectamente abordables si se parte del principio de que las prácticas deben mantenerse, ante todo, como una herramienta formativa, y no como una preconfiguración del empleo. Por eso, desde el Libro Blanco de las Prácticas, insistimos en que cualquier propuesta normativa debe reforzar el carácter educativo de estas experiencias, evitar su desnaturalización y no introducir restricciones que, en nombre del control, terminen por limitar el acceso o empobrecer su contenido pedagógico.
Solo si mantenemos este enfoque académico y colaborativo lograremos consolidar un sistema de prácticas que sea inclusivo, riguroso y útil para el conjunto del sistema educativo y para la sociedad en su conjunto.
"Las prácticas deben mantenerse, ante todo, como una herramienta formativa, y no como una preconfiguración del empleo".
6. ¿Con qué mecanismos se cuenta para garantizar que las prácticas que realiza un alumno sea un periodo de formación real en el centro de trabajo y que no acabe realizando tareas que no le corresponden y asumiendo más responsabilidades?Garantizar que las prácticas se desarrollen como una experiencia educativa real y no como una relación laboral encubierta es, sin duda, una prioridad. Para ello, el sistema ya cuenta con una serie de instrumentos normativos y pedagógicos que deben ser aplicados con rigor y con visión formativa.
En primer lugar, el marco legal vigente —especialmente el Real Decreto 592/2014— establece con claridad la naturaleza educativa de las prácticas, sus modalidades, los derechos y deberes del estudiantado, y la obligación de articular un proyecto formativo específico. Este documento, suscrito por la universidad y la entidad colaboradora, es el instrumento central que define los objetivos de aprendizaje, las tareas a realizar y el sistema de evaluación. Su correcta implementación y seguimiento es fundamental para evitar desviaciones respecto al fin formativo.
Ahora bien, más allá del cumplimiento formal, es fundamental trabajar desde una cultura institucional que entienda las prácticas no como un trámite, ni como una vía de sustitución de empleo, sino como un compromiso ético con la formación de las nuevas generaciones. Desde la Fundación Universidad-Empresa hemos impulsado, en esta línea, la figura de la entidad colaboradora como impulsora del talento joven. A través de nuestro sello de calidad, reconocemos a aquellas organizaciones que entienden su papel como parte activa del sistema educativo, que acogen, tutorizan y forman a estudiantes con responsabilidad, con metodología y con vocación pedagógica.
Este enfoque proactivo debe ir acompañado también de una función pública de supervisión. La Inspección de Trabajo y Seguridad Social desempeña un papel clave en la detección de malas prácticas, pero creemos firmemente que su intervención debe ser también formativa. Para ello, es imprescindible dotar a los inspectores de una formación específica que les permita distinguir entre prácticas académicas externas, contratos formativos y otras figuras vinculadas al empleo. Esta diferenciación no siempre está clara en el debate público, y genera, a veces, confusiones o incluso abordajes incorrectos que acaban penalizando a las entidades que cumplen su función con responsabilidad.
Desde nuestro punto de vista, la clave está en reforzar los mecanismos de calidad que ya existen, no en introducir restricciones o controles que desincentiven la participación de las entidades de acogida. Debemos avanzar hacia un modelo de garantía compartida, en el que universidades, centros formativos, entidades colaboradoras y administraciones públicas trabajen conjuntamente, con reglas claras, objetivos educativos y un compromiso común con el desarrollo del estudiantado.
En definitiva, las prácticas deben seguir siendo lo que son por definición: una experiencia tutorizada, temporal y con finalidad exclusivamente formativa. Proteger esa esencia es responsabilidad de todos.
"La inclusión de prácticas curriculares en todos los grados universitarios debería ser un horizonte deseable".
7. El Libro Blanco de las prácticas señala que el 90% de los estudiantes consideran que el tutor de prácticas en la empresa es clave para su aprendizaje. ¿Qué medidas serían necesarias para preparar y formar a esta figura?El tutor en la entidad de acogida es una figura clave para garantizar que la práctica sea verdaderamente una experiencia de aprendizaje. Su función va mucho más allá de la supervisión: orienta, acompaña, contextualiza el conocimiento y ayuda al estudiante a conectar la teoría con la realidad profesional.
Pese a su importancia, no siempre cuenta con la formación ni con el reconocimiento necesarios. Por eso, desde la Fundación Universidad-Empresa y la Red de Fundaciones Universidad-Empresa hemos impulsado, junto a diversas universidades a nivel nacional, la primera microcredencial oficial dirigida a tutores de prácticas. Se trata de una formación breve, rigurosa y acreditada, que proporciona herramientas pedagógicas concretas para planificar, acompañar y evaluar el aprendizaje del estudiante en el entorno profesional.
Esta iniciativa busca no solo profesionalizar la figura del tutor, sino también reconocer su valor dentro del sistema educativo y reforzar su coordinación con los centros formativos. Porque solo si cuidamos a quienes tutorizan podremos garantizar prácticas de calidad para todo el estudiantado.
8. ¿Qué orientación académica y profesional reciben los universitarios que realizan prácticas o cómo debería de ser esta?
La orientación que reciben los estudiantes a lo largo de sus prácticas es un elemento fundamental para que esta etapa tenga verdadero sentido formativo. No se trata únicamente de facilitar información administrativa o de coordinar cuestiones logísticas, sino de ofrecer un acompañamiento pedagógico que les ayude a dar significado a la experiencia, conectarla con su aprendizaje académico y proyectarla hacia su futuro profesional.
Hoy en día, aunque muchas universidades han desarrollado servicios y estructuras específicas para acompañar las prácticas, sigue existiendo una gran disparidad entre centros. En algunos casos, el estudiante llega a la entidad colaboradora sin una preparación adecuada, sin haber reflexionado sobre las competencias que debe desarrollar o sobre cómo integrar esa experiencia en su trayectoria formativa. Esto puede restar valor a una oportunidad única para el desarrollo personal y profesional.
Por eso, desde el Libro Blanco de las Prácticas, insistimos en la necesidad de que la orientación esté presente desde el inicio del proceso y acompañe al estudiante antes, durante y después de su estancia formativa. Es importante que, desde el primer momento, se le proporcione información clara sobre los objetivos de la práctica, el papel de los tutores, sus derechos y deberes, así como herramientas para identificar sus expectativas y establecer metas realistas. En definitiva, guiar al estudiante en la toma de conciencia de su propio proceso de aprendizaje.
Durante la práctica, la figura del tutor académico debe desempeñar un papel activo, ofreciendo seguimiento, espacios de reflexión y mecanismos de evaluación que permitan al estudiante tomar conciencia de su evolución. Esta orientación no solo mejora la calidad de la experiencia, sino que evita situaciones de desajuste entre lo que se espera y lo que se realiza.
Una vez finalizada la práctica, es igualmente importante que exista un cierre formativo, en el que el estudiante pueda revisar lo aprendido, recibir una retroalimentación estructurada y proyectar esa experiencia hacia sus próximos pasos académicos o profesionales. La práctica, bien orientada, se convierte en un puente entre la universidad y el mundo, y no en una simple anotación en el expediente.
En definitiva, hablar de orientación no es hablar de procedimientos, sino de cuidar el acompañamiento del estudiante en una etapa decisiva de su formación. Y eso solo puede lograrse si las universidades, las entidades colaboradoras y los tutores entienden que están formando juntos, desde una responsabilidad compartida.