En el mundo laboral actual, donde los cambios tecnológicos y organizativos son constantes, muchas personas acumulan un bagaje profesional enorme que, sin embargo, no siempre cuenta con un reconocimiento oficial. En estos casos, la acreditación de competencias profesionales se convierte en una herramienta decisiva: reconoce lo aprendido en la práctica, lo convierte en un título con validez oficial y abre caminos que parecían inalcanzables.
En mis años como asesor y evaluador en Cataluña, especialmente en las familias de Comercio y Marketing, e Imagen y Sonido, he visto cómo este procedimiento ha cambiado la vida de personas que, de otra manera, nunca se habrían planteado retomar estudios o acceder a nuevas oportunidades laborales. Y es precisamente ahí donde radica su gran valor: no solo se trata de certificar lo ya sabido, sino de abrir horizontes que antes parecían cerrados.
Recuerdo especialmente el caso de un hombre con mucha experiencia en logística. Había trabajado toda su vida organizando almacenes, planificando rutas y gestionando equipos, pero nunca había obtenido un título oficial. Llegó al proceso algo desconfiado, convencido de que lo suyo no servía para "estudiar". Durante la fase de acreditación, le expliqué que varias de las competencias que ya dominaba podían convalidarle módulos enteros de un ciclo formativo de grado superior en Transporte y Logística. Recuerdo su cara de sorpresa: no imaginaba que lo que había aprendido en su trabajo cotidiano tuviera un valor oficial tan directo. Ese descubrimiento fue un punto de inflexión.
Lo que comenzó como un simple trámite para regularizar su experiencia se transformó en motivación por seguir aprendiendo. Decidió matricularse en el ciclo, lo completó, y hoy en día está estudiando una carrera universitaria relacionada con la gestión empresarial. Además, la acreditación le abrió la puerta para presentarse a unas oposiciones para el puesto que siempre había soñado. Ver cómo aquel hombre pasó de pensar que "ya era tarde para estudiar" a convertirse en universitario y opositor es, para mí, la mejor prueba del poder transformador del sistema.
No es el único caso. En comercio y marketing acompañé a una dependienta que llevaba más de quince años trabajando en una tienda de barrio. Nunca había tenido ocasión de cursar estudios reglados, pero acreditó varias competencias de un ciclo de grado medio y, gracias a ello, pudo presentarse a una oposición de auxiliar administrativa en su ayuntamiento. En imagen y sonido, un joven que había trabajado en rodajes y edición sin titulación pudo acreditar sus competencias, consolidar un contrato estable en una productora y empezar a planear su futuro profesional con más seguridad.
Estos ejemplos muestran que la acreditación no es un mero reconocimiento burocrático. Es un impulso real que cambia vidas, porque convierte la experiencia en una llave que abre nuevas puertas: a la formación, al empleo y al desarrollo personal. Muchas personas llegan pensando que se trata de un trámite, pero acaban descubriendo que puede ser el inicio de una trayectoria académica y profesional mucho más amplia.
Sin embargo, todavía existe un gran reto: el desconocimiento. La mayoría de quienes podrían beneficiarse no saben que este procedimiento existe, o lo ven como algo ajeno. En demasiadas ocasiones, las personas se enteran de su existencia por casualidad. Creo firmemente que necesitamos campañas más claras y cercanas, con ejemplos reales, que transmitan que este sistema está al alcance de cualquiera y que puede ser el motor de un cambio vital.
A este desconocimiento se suma la falta de servicios de orientación de calidad en muchos pueblos y ciudades. La orientación no puede limitarse a dar información administrativa; exige conocer tanto el sistema educativo como el mundo empresarial para ofrecer un acompañamiento realista y eficaz. En un campo como la FP, los orientadores deberían haber vivido ambas realidades: la educativa y la empresarial. Solo así pueden guiar con rigor, mostrando las oportunidades que realmente existen en el mercado de trabajo.
Otro reto es la desigualdad territorial. Como cada comunidad autónoma gestiona sus convocatorias, existen diferencias notables en la frecuencia, en los recursos y en la agilidad de los procesos. En Cataluña, gracias a la FPCAT, se han dado pasos importantes hacia la profesionalización del sistema, con procesos más estables, plataformas digitales y convocatorias adaptadas a sectores estratégicos. Aun así, queda pendiente ampliar la red, llegar a las zonas rurales y garantizar que el derecho a acreditar competencias sea real en todo el territorio.
El sistema, con todo, tiene bases muy sólidas. Reconoce lo aprendido en el trabajo, otorga dignidad a quienes han adquirido sus competencias a través de la práctica y conecta directamente con las necesidades del mercado laboral. Pero lo más importante es que genera transformaciones vitales: personas que recuperan la motivación, que descubren que pueden estudiar, que se atreven a opositar o que acceden a empleos de calidad gracias a un reconocimiento oficial de lo que siempre supieron hacer.
Como evaluador y asesor en las familias de Comercio y Marketing, e Imagen y Sonido, puedo decir con convicción que cada acreditación es mucho más que un certificado. Es un momento en el que alguien descubre que su experiencia tiene valor y que puede ser el trampolín hacia un futuro más estable y satisfactorio. La acreditación convierte esfuerzo en reconocimiento, y reconocimiento en nuevas oportunidades. Y esa, en definitiva, es su grandeza: dar valor a lo vivido para construir un mañana mejor.