Las prácticas académicas externas son, en teoría, el gran puente entre la formación universitaria y el mundo profesional. Ese primer paso que permite al estudiante salir del aula y enfrentarse a los retos del entorno laboral real. Pero, en la práctica —y nunca mejor dicho—, muchas veces ese puente no lleva a ninguna parte. O peor aún: conduce directamente a la precariedad.
Desde la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (CREUP) llevamos tiempo alzando la voz para reclamar un modelo de prácticas que garantice calidad, supervisión y condiciones dignas, porque, aunque las prácticas pueden ser una experiencia enriquecedora, hoy siguen siendo un arma de doble ?lo: oportunidades para algunos, abusos para muchos.
Una experiencia que debería sumar, no restar
No se trata de negar el valor que pueden tener. Las prácticas permiten aplicar conocimientos, adquirir competencias, conocer el ritmo de un entorno profesional y, en algunos casos, abrir puertas hacia el empleo. Son especialmente valiosas en un mercado laboral cada vez más exigente, donde la experiencia previa se ha vuelto casi imprescindible.
Sin embargo, demasiadas veces esta experiencia se convierte en una trampa. Empresas que ven en los estudiantes mano de obra gratuita para cubrir necesidades estructurales, universidades que ?rman convenios sin garantizar un seguimiento real, prácticas sin remuneración, sin objetivos claros y sin supervisión. Así, lo que debería ser un proceso de aprendizaje se transforma en explotación encubierta.
¿Qué significa realmente una práctica de calidad?
Una práctica universitaria debe ser eso: universitaria, es decir, parte de un proceso formativo estructurado, con objetivos de?nidos, tutorización efectiva y evaluación rigurosa. Las tareas asignadas deben tener valor pedagógico, y las condiciones deben ser dignas: horarios razonables, seguridad, y una compensación justa, especialmente en las prácticas extracurriculares.El Real Decreto 592/2014 sienta algunas bases, pero su cumplimiento es desigual. Mientras unas universidades se implican activamente en garantizar que las prácticas sean verdaderamente formativas, otras apenas supervisan lo que ocurre más allá de la ?rma del convenio. Y eso, sencillamente, no es aceptable.
Responsabilidad compartida, compromiso colectivo
Corregir esta situación requiere voluntad y compromiso por parte de todos los actores implicados. Las universidades no pueden desentenderse de lo que ocurre una vez que el estudiante cruza la puerta de la empresa. Deben ejercer un seguimiento real, exigir informes, evaluar el aprendizaje y ofrecer orientación previa para que el alumnado conozca sus derechos.Las empresas, por su parte, deben dejar de ver las prácticas como una vía barata para reforzar plantillas. Si se benefician del trabajo de una persona en formación, deben ofrecer algo a cambio: aprendizaje, tutorización y, cuando corresponda, una compensación económica.
Y la administración pública no puede seguir mirando hacia otro lado. Es urgente regular mejor la remuneración, limitar la duración de las prácticas no curriculares, garantizar la cotización a la Seguridad Social y establecer sistemas de inspección que sancionen los abusos. Porque sí, los hay, y no son pocos.
¿Prácticas obligatorias para todos los grados?
No todas las disciplinas tienen la misma vinculación con el mundo profesional, y eso también debe tenerse en cuenta. Hay titulaciones donde las prácticas son indispensables (como Medicina o en las ingenierías) y otras donde podrían plantearse como optativas. Pero lo fundamental es que, sean obligatorias o no, todas las universidades deben ofrecerlas con garantías.De la oportunidad a la justicia
Las prácticas no deben desaparecer, pero sí transformarse. No podemos seguir permitiendo que lo que se presenta como una oportunidad acabe siendo una forma más de precariedad. Si de verdad creemos en una universidad que prepara para el mundo real, debemos exigir prácticas que formen, que digni?quen y que respeten los derechos de quienes están dando sus primeros pasos profesionales.
El futuro de miles de jóvenes depende de que dejemos de mirar hacia otro lado. Y ya vamos tarde.