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Proyecto vital: de la herida al sentido

Artículo de opinión

  • 26/07/2018

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Silvia Gabriela Vázquez, Secretaria académica de la Red Latinoamericana de Orientadores y directora de la cátedra de Responsabilidad social de la Universidad de la Marina Mercante (Argentina)
No es llamativo ver a adultos mayores de 55 años ingresando a las universidades en busca de una formación de grado o posgrado y de cursos de actualización.  Los objetivos suelen variar: encontrar un empleo acorde a sus aptitudes, sentirse mejor preparados para desempeñar la labor que llevan a cabo en la actualidad, lograr un ascenso muy esperado o sentirse plenos con ellos mismos.
 
El trabajo ocupa un lugar muy importante en la vida de las personas, ya que más allá del salario, cumple un irremplazable papel de sostén: fuente de autoconfianza, pertenencia, identidad y reconocimiento.
 
Tal como afirmábamos en un reciente artículo ("Por los ciclos de los ciclos": Olmedo, Neme, Vázquez, UNLA, 2018), las trayectorias no son lineales sino como espirales.  Luego de un primer momento de indecisión, siguen otros ciclos: el generalista, el de expansión, el de apogeo…
 
En general, quien busca su reinserción laboral pasados los 55 años, está atravesando un ciclo de profesionalización en el que puede aportar un plus de valor, sólo que, para ello, debe ser capaz de reconocer sus áreas de expertise y aquellos retazos de su recorrido que han dejado huella en otros.
 
El hecho de haber quedado desempleado puede ser vivido como una grave herida emocional o transformarse en una nueva oportunidad con el apoyo de una orientación profesional adecuada.
 

Orientación profesional y soft skills

 
Muchos de los adultos que solicitan orientación reconocen que han debido trabajar precozmente y que han pasado décadas ligados a un empleo, más o menos "seguro", que por diversas razones no satisfacía sus expectativas, relegando la posibilidad de estudiar para más adelante. Otros, por falta de un auténtico autoconocimiento, aún no han descubierto sus capacidades, inteligencias y habilidades, o bien, creen que tienen poco para ofrecer.
 
Dado que la tarea de un orientador profesional no se centra sólo en hallar un empleo, sino en la construcción de un proyecto vital, tendrá que comenzar por explicarle a su consultante que la mayoría de las limitaciones que cree poseer, no son reales, sino que forman parte de creencias disfuncionales y que actúan como profecías auto cumplidas. Y además, es necesario auxiliar a estas personas en la evaluación de sus hard y soft skills.
 
"El hecho de haber quedado desempleado puede ser vivido como una grave herida emocional o transformarse en una nueva oportunidad con el apoyo de una orientación profesional adecuada".
 
Mientras las hard skills (competencias profesionales o conjunto de habilidades adquiridas con el estudio y la experiencia laboral) dependen de la formación, las soft skills (competencias transversales) están ligadas a la inteligencia emocional y la  personalidad.
 
Los mayores de 55 años que están en búsqueda laboral notan un gran cambio en cuanto a las habilidades profesionales que hoy aprecian los empleadores, en comparación con las exigidas varias décadas atrás, cuando su carrera recién comenzaba. Cambio que continuará ocurriendo.
 
Sin embargo, ciertas habilidades transversales son y serán cada vez más valoradas en distintos ámbitos: el compromiso, la creatividad, el pensamiento crítico, la iniciativa y la empatía. En especial, la resiliencia, capacidad universal y dinámica (que engloba a las anteriores) y posibilita la construcción de un proyecto existencial a pesar de cualquier adversidad.
 
Alcanzar un equilibrio entre las competencias transversales y profesionales, así como detectar cuáles de esas soft skills necesita desarrollar cada uno, es un ejercicio que resulta  menos complejo con la ayuda de un orientador.
 
 

El orientador como restaurador y tutor de resiliencia

 
Una milenaria técnica japonesa de restauración, conocida como Kintsugi o kintsukuroi, repara las piezas de cerámica deterioradas o rotas, en lugar de descartarlas por imperfectas. Quienes la utilizan, embellecen esas uniones (que a simple vista podrían considerarse como "falla") con laca y polvo de oro, obteniendo líneas luminosas en relieve que hacen, de ese objeto, una obra de arte tan única como cada ser humano.
 
Cuando el orientador profesional actúa con vocación y compromiso, cumple una función similar al restaurador que utiliza esta técnica, ya que posibilita que el consultante reconstruya y le dé un nuevo significado a su herida emocional (en este caso, provocada por su estado de desempleo) fortaleciendo sus factores protectores.
 
El orientador que guía en la detección de puntos fuertes o débiles de la personalidad, brinda una retroalimentación honesta, aumenta la motivación y favorece el desarrollo de una autoestima consistente, se convierte en tutor de resiliencia.
 
En otros artículos me he referido al tutor de resiliencia como alguien capaz de valorar las diferencias que nos hacen únicos. En este texto me gustaría definirlo como  "persona significativa capaz de guiar a quien ha sufrido una herida, en una nueva búsqueda del ikigai o propósito".
 
La sensación de duelo o la herida provocada por la situación de desempleo, puede dar paso a un proyecto vital saludable, con un nuevo sentido, gracias a una adecuada orientación profesional con enfoque resiliente. Proceso en el que, quien orienta, se coloca en el lugar de quien consulta (empatía); escucha sin prejuicios; acepta incondicionalmente; focaliza en el futuro sin dejar de lado el presente. Y a partir de allí, lo ayuda a registrar todos aquellos recursos que posee, no sólo para sí, sino para compartir con las próximas generaciones, volviéndose también un tutor para otros. Es una manera de trascender.
 
Un orientador-tutor de resiliencia actúa como un restaurador que, con paciencia y minuciosidad, acompaña al consultante en la puesta en valor de su principal patrimonio: su experiencia y sus sueños.
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