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Teresa Vallès, decana de la Facultad de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya; Enric Vidal, decano de la Facultad de Educación de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC)
No es ninguna novedad señalar que nos encontramos ante un panorama de cambios trepidantes en lo que se refiere a la capacidad que la ciudadanía posee de acceder y procesar la información. El mundo digital ha revolucionado la manera en que nos comunicamos y aprendemos, y su influencia ha entrado de lleno en el entorno escolar, en una dinámica arrolladora que no sólo cuestiona los contenidos y las metodologías de enseñanza y aprendizaje, sino que también replantea el papel del alumnado y del profesorado, inaugurando un proceso de reflexión crítica sin fecha de caducidad que hace tambalear las funciones que durante siglos han desempeñado las instituciones escolares.

En la actualidad, gobernar algo tan sumamente cambiante, tan permanentemente en crisis como una institución escolar parece una misión imposible. Las tecnologías de la información parecen empeñadas a revolucionar el aprendizaje cada cinco minutos, pero ya muchos docentes empiezan a dudar sobre si la escuela tiene que continuar bailando al son de la tecnología, o si una nueva y valiente pedagogía tendría que coger las riendas del caballo digital encabritado para reconducirlo por sendas más autónomas y serenas. El reto al que se enfrentan los gestores de centro es de una gran complejidad, sobretodo porque la conexión entre las competencias derivadas del conocimiento y el mercado laboral cada vez es más débil.

Ahora más que nunca, las instituciones educativas tienen que centrar sus esfuerzos en formar a personas capaces para navegar por las zozobrantes aguas de un futuro personal y laboral incierto. En los momentos en los que la navegación vital y laboral se vislumbra complicada, hay que poner un mayor empeño en construir naves sólidas, es decir, convertir a la persona y sus talentos en el centro del proceso de enseñanza y aprendizaje. El futuro es incierto, pero si se incide en las virtudes, la creatividad, el talento y el esfuerzo, la persona será capaz de desplegarse en una multitud de formatos y oportunidades, y lograr convertir la incertidumbre en una oportunidad de incidir en el mundo.

El gestor de centro, por consiguiente, deberá formar personas para que formen personas. Formar a formadores, y para esta tarea lo imprescindible es conocer a la persona, que es la materia prima y el sentido del principio y final de su misión de liderazgo. El buen gestor de centro se propondrá contribuir al desarrollo personal y profesional de cada miembro de la comunidad educativa mediante su aportación al proyecto del centro educativo. Es tarea del gestor de centro crear el entorno laboral y humano adecuado para el desarrollo de los talentos de cada uno mediante su implicación con su entorno, es decir, a través de su relación con otras personas que también necesitan el clima adecuado para su crecimiento personal y profesional. El verdadero logro del proyecto educativo se da con el de las personas, porque el crecimiento individual y el del bien común son dos caras de la misma moneda.

En este contexto, la misión del gestor de centro y la del maestro humanista confluyen íntimamente. Son expertos en potenciar el crecimiento personal mediante la asunción de logros que a su vez favorecen el desarrollo personal de otros, formando oasis de humanidad que se van extendiendo. Ante los profundos cambios que vivimos, ante la incertidumbre, el riesgo o el fracaso, debemos ser conscientes del valor de lo permanente, de todo aquello que contribuye a hacer más plenamente humana nuestra sociedad.

El gestor de centros educativos tiene que ser un humanista, puesto que debe acompañar a la persona en el doble proceso, casi siempre bidireccional, de enseñar y aprender; al mismo tiempo, el gestor educativo tiene que conocer de primera mano las entrañas del sistema educativo, en definitiva: tener un corazón de maestro. Los sistemas educativos necesitan ser gobernados por humanistas magistrales con vocación de servicio. Lejos tienen que quedar los gestores importados del mundo de la economía o la gerencia, que pisan el mundo educativo para imponer orden y control sobre un territorio que ni conocen ni pueden amar. La institución educativa se encuentra a medio camino entre la familia y la empresa, y para administrar este singular medio hace falta un experto en personas y aprendizaje, porque sólo se puede ser verdaderamente líder de lo que se conoce.

La UIC se propone contribuir al florecimiento de buenos gestores de instituciones educativas con una propuesta de doble grado en humanidades y educación primaria, con intensificación del inglés, que proporciona al alumnado una mirada profundamente educativa desde y para la persona.

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