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Si al fin y al cabo, la culpa no es suya, es de los padres

Artículo de opinión


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Mónica Fuentes. Orientadora laboral y profesora de Ciclo Formativo de Grado Superior en Educación Infantil del Centro Profesional de la Universidad Europea de Madrid
Las diferentes disposiciones legales que regulan el Sistema Educativo actual avalan el derecho de los padres a participar en la educación de sus hijos en la escuela.

Así se establece en la Ley Orgánica de Educación de 3 de Mayo de 2006 (LOE) en el Artículo 118- Principios Generales:

4. "A fin de hacer efectiva la corresponsabilidad entre el profesorado y las familias en la educación de sus hijos, las administraciones educativas adoptarán medidas que promuevan e incentiven la colaboración efectiva entre la familia y la escuela"

Bajo este principio de colaboración familia-escuela, la legislación regula, desde la forma en que se deben transmitir informaciones a los padres, hasta el derecho a participar en los órganos de gobierno de los colegios a través del Consejo Escolar y de los AMPAS, con el fin de dar soporte y efectividad a esa responsabilidad compartida de educar a las futuras generaciones.

Diversas  investigaciones  ponen de manifiesto, que los estudiantes cuyos padres se implican más en la educación escolar de sus hijos, obtienen mejores resultados, por lo que, no podemos obviar las repercusiones positivas de esa implicación familiar en el rendimiento académico.

Sin embargo, podemos caer en el error de atribuir a los padres todo lo que un niño hace o dice.  A menudo observamos escenas de niños y niñas  que montan en cólera o tienen malos comportamientos en público y no falta la opinión de algún observador que diga aquello de: "Si al fin y al cabo,  la culpa no es suya, es de los padres".

Esto nos da que pensar la enorme responsabilidad que la sociedad atribuye a los padres y madres en el comportamiento de sus hijos, en el desarrollo de su personalidad y casi en la totalidad de cada uno de los actos de sus hijos, a los que se les culpabiliza y responsabiliza del comportamiento de éstos . Hemos de tener en cuenta que, si bien es cierta la responsabilidad de los padres en la formación  de sus hijos, y que éstos responderán ante ciertas circunstancias según los padres les hayan educado, existen otras variables que van a influir en las respuestas, comportamientos y desarrollo de la personalidad del niño,  ya que como diría Brofembrenner, cada persona es afectada por las interacciones de todo el conglomerado de microsistemas y subsistemas,  que le rodean, lo cual muchas veces no se tiene en consideración.

La nueva filosofía de la escuela aboga por una colaboración y participación de las familias en el proceso educativo de sus hijos. Si bien es una filosofía acertada que permite formar a personas y garantiza la coherencia de los aprendizajes, se observa cada vez más una responsabilidad compartida niños-padres en la realización de tareas escolares, o lo que es peor aun… la responsabilidad, en algunos casos, recae más sobre los padres que sobre los hijos.

Las pretensiones de los padres de que sus hijos estudien, aprueben, y por qué no, saquen buenas notas, hace que asuman cada vez más responsabilidad  en ayudar al niño o niña a hacer los deberes, a estudiar juntos, y hasta llevar el control de la  agenda escolar del niño o niña.   De este modo no es de extrañar que se produzcan situaciones en las que el hijo  pregunta a los padres: "¿qué deberes tengo hoy?".

Algunas frases  interesantes al respecto, recogidas textualmente  a la salida  de un  colegio de Educación Primaria delatan el alcance de este fenómeno:
  • "mamá, ¿qué día tengo el examen de cono?"
  • "mamá, tenemos que estudiar para el examen de inglés"….
Atención a ese "tenemos"…el niño asume que esa responsabilidad es compartida,  lo que es peor, más de la madre que de él mismo. Las notas… ¿también reflejarán un triunfo de ambas partes?

En resumidas cuentas, hay alguna parte de esta colaboración-participación que no se está entendiendo, ya que la responsabilidad de realizar las tareas y deberes ha de ser cosa de los alumnos y no de los padres, pues de este modo restamos autonomía a los niños y niñas, y quizá aumente el rendimiento académico, pero sin duda alguna restamos en formación de personas responsables de sus propios actos y actuaciones, capaces de asumir consecuencias y de tomar decisiones, de organizar su propia vida, olvidando que ésta ha de ser una competencia personal más que asuma la escuela del siglo XXI.

¿Qué pasará el día que el niño/a aparezca en clase sin los deberes hechos? Siempre tendrá la excusa de decir que su mamá o su papá no miraron la agenda escolar, o quizá tenía la suya propia demasiado ocupada... En todo caso, se exime de toda responsabilidad para traspasársela a los padres.

Mientras tanto, en  la otra cara de la moneda, maestros y profesores se quejan de la falta de colaboración e implicación de las familias en la educación de sus hijos, por lo que se esfuerzan en abordar cauces de comunicación y colaboración conjunta para que asuman mayor responsabilidad. De este modo, se puede llegar a convertir en una lucha de intereses para asumir, o  más bien, eximirse de responsabilidades, sobre la formación de los alumnos, sin caer en la cuenta de que estamos formando a personas que el día de mañana tendrán que asumir esas mismas responsabilidades, que tienen voz y voto, y que es importante también formarles en las competencias personales que incluyan la asunción de responsabilidades y la toma de las riendas sobre su propia formación.

Familia y Escuela deben coordinarse para establecer los límites y responsabilidades de cada una de las partes, sin olvidarse de establecer las responsabilidades de los alumnos en su propia educación y, en definitiva, en su propio proyecto de vida.

Padres y Maestros deben tener en cuenta que juegan en el  mismo equipo y que el ganador debe ser siempre el alumno, que al mismo tiempo forma parte activa como integrante del juego.
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