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Entornos de enseñanza virtuales e híbridos: propuestas de actuación

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Joan Francesc Fondevila Gascón. Profesor de Tecnología de la Información de la Licenciatura de Periodismo en la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona)
La incorporación de las TIC al proceso de enseñanza-aprendizaje en la Universidad ha comportado transformaciones, algunas substanciales, otras no tanto, cuyo análisis es interesante y lleva a algunas reflexiones. A partir de la experiencia del autor de este artículo, como profesor en diversas Universidades (con modelos presencial, mixto y virtual), la percepción de uso de las TIC y de los entornos virtuales comporta unas oportunidades, retos y obligaciones a estudiar.

Como preámbulo, cabe plantearse un ejercicio crítico sobre los esfuerzos ímprobos y con frecuencia exagerados para crear entornos virtuales destinados a comunidades de usuarios poco o nada predispuestas al uso de la tecnología, o simplemente sin perspectivas de eficiencia de uso ni exportación del sistema. Es cierto que el proceso de internetización y digitalización es una obligación de cara a equiparar a España a los porcentajes de disponibilidad y uso de banda ancha del resto de países de la Unión Europea. De hecho, a finales de 2008 las diferencias son mínimas, y según las fuentes en algunos casos la situación no sería preocupante. En ese contexto, es loable el esfuerzo de hacer llegar la enseñanza virtual a colectivos que por obligaciones laborales o dificultades de movilidad encuentran obstáculos a la vía presencial. Con todo, en según qué entornos básicamente presenciales, la adjudicación de presupuestos generosos para elaborar constructos virtuales debería como mínimo dotarse de key performance indicators que permitieran empirizar el retorno de la inversión. Más allá de proyectos piloto escalables, proliferan experiencias aisladas, verdaderos reinos de taifas virtuales cuyo espíritu expansionistas y rentabilizador brilla por su ausencia. Por tanto, una recomendación es coordinar experiencias virtuales y establecer fórmulas de medida de su éxito, tanto cuantitativas como cualitativas. Aplicar el modelo científico sería preceptivo en este campo.

A partir de ese axioma básico, la experiencia de uso de entornos virtuales en la Universidad es muy variable. La elaboración de investigaciones sobre eficacia del uso de las TIC en el proceso de enseñanza y aprendizaje nos lleva a ciertas conclusiones que sin ánimo de generalizar pueden ilustrar el estado del arte de la cuestión y pueden ayudar en la distribución de inversiones. En general, el modelo universitario plenamente virtual funciona. Se combinan una responsabilidad, rapidez y calidad de respuesta del docente con la participación fluida (lógicamente, obligada) del estudiante. Las aportaciones estudiantiles acostumbran a ser interesantes cualitativamente, ya no sólo en una dinámica de entregas de ejercicios y trabajos, sino en consultas, aportaciones al aula virtual, intercambio de pareces en los foros, seguimiento escrupuloso de los tablones virtuales y utilización eficiente de la tutoría virtual. El hecho de que el digital sea el único canal, que la interactividad esté garantizada a raíz del compromiso de profesor y alumno y que los beneficios del teletrabajo se eleven a la enésima potencia otorga a este modelo unos resultados satisfactorios. La consagración de la evaluación continua apoya la motivación del estudiante, que también afronta pruebas presenciales, los tradicionales exámenes, cuya ejecución virtual garantizada (SLAs de los proveedores de acceso mediante) sería una innovación a tener en cuenta.

En contraste con la funcionalidad y el consenso operativo reinantes en el modelo virtual pure placer, los modelos híbridos pecan de indefinición y escaso compromiso, tanto por parte del estudiante como con frecuencia por parte de los docentes. Generalmente, en entornos híbridos de aprendizaje, la dispersión e indefinición del canal provoca lentitud, incumplimiento y una infrautilización del medio virtual por parte de algunos docentes poco dados a lo digital, y descontrol y mínima participación de los estudiantes en todos los sentidos, comenzando por los foros, convertidos más en muros de lamentaciones pre y post exámenes que en canal de aportaciones de contenidos o sugerencias científicas.

Más allá de la mejorable habilidad tecnológica de algunos docentes guttenbergianos, comprensible desde un punto de vista generacional pero combatible con dedicación y denuedo, el hecho de combinar la tarea docente presencial con las aulas virtuales convierte ese escenario dual en un totum revolutum más desorientador que colaborador. Es habitual escuchar quejar de estudiantes sobre la lentitud (o no respuesta, aún más grave) de consultas virtuales o sobre un uso parcial y por tanto desaconsejable de las herramientas virtuales. Criterios a considerar por los docentes en entornos híbridos serían los siguientes: establecer el primer día de curso unas pautas diáfanas y consensuadas de uso del entorno virtual y del presencial; aunque el uso del virtual sea parcial, fijar claramente el tipo de uso, los plazos y los requerimientos al estudiante; responder con rapidez las consultas virtuales de los alumnos, un déficit que hemos detectado no sólo en el entorno académico (la excusa de ir desbordados encubre en muchos casos la abulia, la irresponsabilidad o simplemente la ineptitud); dinamizar foros virtuales con contenidos que aporten valor añadido a la materia; cumplir, y exigir cumplimiento por parte de los estudiantes (los plazos de entregas de ejercicios son una metáfora de responsabilidad en la vida; por tanto, se debe ser escrupuloso en ese sentido para no crear agravios comparativos, estableciendo penalizaciones a los rezagados, o simplemente no corrigiendo sus ejercicios).

Pero los deberes no sólo son para los profesores. Los estudiantes, ávidos de argucias y curtidos en mil batallas de picardías y excusas variopintas, se deberían aplicar los siguientes preceptos: solicitar, si no las reciben, pautas transparentes de uso de los entornos virtual y presencial; pactar con el profesor plazos, tempos de respuestas y fórmulas de control ante ausencia de respuestas; intervenir con aportaciones de valor añadido en foros virtuales, al margen de usos más básicos; cumplir con los plazos de entregas establecidos. En este último punto, las antologías del disparate permitirían completar enciclopedias enteras. Incluso se podría establecer un decálogo de de excusas de estudiantes para justificar entregas fuera de plazo: apagón eléctrico en los últimos minutos de deadlines establecidos con semanas de antelación (en ese caso, se debería aportar documentación justificadora por parte de la compañía de suministro eléctrico); incumplimiento por parte de los operadores de telecomunicación de los CIR establecidos, por lo que el ancho de banda sería insuficiente para enviar los archivos adjuntos (justificación por parte del operador cuestionado); imposibilidad de acceder al aula virtual por súbito error en las contraseñas (documentación por parte del servicio informático aludido); error en la dirección de correo electrónico si se envía al profesor (comprobante del undeliverable); excusas varias (enfermedades, efemérides familiares, etc.; justificación correspondiente).

Dentro de la variabilidad y maleabilidad del sector, sea puro o compartido, una estadística es inapelable, empero: por generoso que sea el margen de entregas (semanas o meses), entre el 80 y 90% de estudiantes entregarán el ejercicio durante el último día de plazo, y de éstos, entre el 45 y 50% lo harán en los dos últimas horas de plazo. ¿Placer por la presión? ¿Inspiración a la desesperada? Ello incluso daría para estudios antropológicos y sociológicos. En todo caso, la aplicación estricta de las propuestas de actuación aquí explicitadas mejoraría enormemente el modus operando y los resultados de los entornos de enseñanza virtuales e híbridos.
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