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El Espacio Europeo de Enseñanza Superior y los nuevos roles de profesor y alumno

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Pedro Pegenaute Garde, Director General de Universidades y Política Lingüística del Gobierno de Navarra
Desde la Declaración de Bolonia, con el asentamiento de las bases de convergencia europea o, si se prefiere, de construcción del Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en todos los foros nacionales e internacionales se escuchan opiniones coincidentes en que el cambio fundamental de la Universidad Europea lo va a ser en el aspecto conceptual: una nueva Universidad basada en la formación continuada del sujeto que aprende a lo largo de toda su vida, y en el terreno metodológico y organizativo, una Universidad que deberá planificar sus estrategias didácticas y formativas en base al crédito al estudiante.

Así, se habla de un sistema universitario moderno, de calidad, centrado en la formación integral del estudiante; de que el profesor universitario tiene que hacer algo más que dar clase, es decir, debe fomentar el aprendizaje creativo y que el alumno piense por sí mismo; de que la docencia será prioritaria y de que el universitario va a ser el protagonista de su propia formación.

Desde esa concepción el crédito europeo constituye el punto de encuentro, o el ámbito de trabajo común para profesores y alumnos, orientado a alcanzar los objetivos compartidos establecidos en los programas oficiales de grado o de posgrado.

La responsabilidad que ahora recae sobre el estudiante, como sujeto activo de los actos didácticos y formativos, le van a exigir unos compromisos ineludibles y , desde ahora, ya no delegables. Podrá decidir, pero tendrá que cumplir con su esfuerzo los objetivos establecidos de común acuerdo con el profesor de la materia. La personalización de la enseñanza permite la adaptación pero exige el cumplimiento de objetivos personales que ya no pueden diluirse en el anonimato del grupo de clase. Evidentemente, el estudiante no está preparado para asumir este nuevo rol, pero tendrá que hacerlo porque este es el nuevo concepto de la educación universitaria.

Y en este desempeño será fundamental el apoyo del profesor que, con el nuevo paradigma deberá transformar su perfil de docto expositor de materia a facilitador del aprendizaje de sus alumnos. Pero esto también requiere un aprendizaje para ese profundo cambio de actitud Este acto de humildad intelectual y de servicio, donde ya no será el brillante protagonista del proceso de formación de sus universitarios sino un tutor o un orientador experto en formación, al mismo tiempo, que especialista en una materia científica del currículum.
Desde este punto de vista la Universidad deberá extremar los procesos de formación inicial y de selección del profesorado, así como la formación didáctica del mismo, tanto o más que la propiamente científica.

Las Administraciones Central y Autonómica, así como las Agencias de Evaluación deberán coadyuvar a impulsar y a que cale esta nueva concepción de Universidad moderna, pedagógica y convergente. Sin duda alguna. A la Administración deberá exigirse un plan de formación permanente del profesorado para el cambio y una nueva referencia a la hora de establecer el sistema de financiación de sus Universidades, habida cuenta de que la unidad de medida se trasladará de la idea actual de grupo de alumnos, o de asignaturas, o de titulaciones, a otra idea versátil y heterogénea del acto didáctico, que podrá adoptar múltiples formas y expresiones en el aula, en el campus o fuera de él.

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