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Los estereotipos como origen de la clasificación sexista de las titulaciones superiores

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Ana Sánchez Bello. Profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de A Coruña (Galicia)
El lenguaje posee dos grandes características, por un lado refleja la realidad social y, al mismo tiempo, es capaz de crear realidad. A través del lenguaje la subjetividad toma forma, de tal modo que quien posee la capacidad de nombrar es quien posee el poder de implementar realidad. Es por ello que el modo en que denominamos la realidad crea simbolismo social. En este sentido, la tendencia a clasificar ciertas titulaciones como "carreras de hombres” y otras como "carreras de mujeres” no posee el mismo significado que hablar de "carreras feminizadas” y "carreras masculinizadas”.

Hacer alusión a las titulaciones superiores como de hombres o de mujeres refuerza el estereotipo sobre las capacidades, intereses y motivaciones que se presuponen ontológicos en uno y otro sexo. Por el contrario, referirse a los títulos universitarios como masculinizados o feminizados alude a una realidad social que está limitando la posibilidad de elección de las mujeres a través de sistemas de discriminación indirecta.

La realidad es testaruda y no deja lugar a dudas: en las ingenierías no se supera el 30% de mujeres matriculadas, mientras que en otras titulaciones los varones no superan el 20%. Este es un indicador de la segregación de género que sigue impresa en nuestra sociedad; donde las carreras vinculadas a las actividades de cuidado, atención a personas dependientes como la infancia y la vejez y aquellas actividades que proveerán de menores recursos económicos están fuertemente feminizadas.

Estos datos constatan la existencia de un fuerte componente de rasgos estereotipados sobre el papel social que se deja desarrollar a hombres y mujeres en el ámbito socio-laboral. Los estereotipos, para uno y otro sexo, refuerzan los prejuicios sobre sus capacidades, intereses y motivaciones.

El estereotipo determina una cierta mirada sobre los diferentes aspectos de la realidad, está tan interiorizado que ni siquiera somos capaces de pensar sobre ellos, se aceptan sin ser cuestionados, se muestran como evidentes y, como tales, no parecen necesitar de demostración, por todo ello limitan nuestro pensamiento y, por lo tanto nuestra acción.

Un claro ejemplo del poder social que poseen los estereotipos sobre las cualidades y capacidades de los niños y niñas es que sigue existiendo la idea socialmente generalizada que las niñas poseen menores capacidades para las matemáticas, cuando la realidad no deja de mostrarnos, año tras año, que entre los mejores expedientes académicos matemáticos están mayoritariamente mujeres jóvenes y que las facultades de matemáticas están llenas de mujeres con gran aprovechamiento de sus estudios. Y sin embargo, grande es el poder de los estereotipos, tan evidentes parecen que son altamente convincentes.

Estereotipar es asignar arbitrariamente ciertos hábitos, destrezas y expectativas a los diferentes grupos humanos sobre la base única de pertenencia a un grupo, sin tener en cuenta los atributos individuales y dando por sentado que lo que se atribuye al grupo es cierto.

Los estereotipos masculinos y capacitadores están ligados a actividades profesionales, al ámbito de lo público, del poder, designándose con los siguientes rasgos: actividad, agresividad, autoridad, valentía, riesgo, competitividad, dotes de mando, aptitud para las ciencias y amor al riesgo.

Los estereotipos femeninos van unidos a actividades de cuidado, al desarrollo de la privacidad, a la falta de control sobre el poder, siendo señalados a través de las siguientes peculiaridades: pasividad, ternura, sumisión, obediencia, docilidad, miedo, timidez, falta de iniciativa, tendencia a soñar, duda, dependencia, aptitud para las letras y debilidad. Podemos observar una clara relación entre los estereotipos masculinos y los femeninos con las carreras con altos porcentajes de varones y de mujeres.
El hecho de que dichas representaciones sociales estereotipadas no sean explicitadas no resta ni un ápice a la capacidad operativa de su función oculta o "invisible" en el proceso de socialización y de reproducción de las relaciones sociales y, de modo especial, de las relaciones sociales entre los sexos; cara al mundo laboral definen qué actividades se consideran apropiadas para unos y para otras, con el agravante de que el estereotipo incorpora otro mensaje complementario: las mujeres representan esos papeles sociales asignados como si fuesen una elección personal, libre y voluntaria.

La imagen que se crea sobre uno mismo y sobre los demás no nace de la propia persona sino de los diferentes modelos que existen en la sociedad. En dicho proceso de socialización en el que todas las personas estamos inmersas, la escuela, la familia y los medios de comunicación aparecen como las tres grandes instituciones que influyen en mayor grado en la identidad individual y en la clasificación social de los individuos en función del sexo al que se adscribe, convirtiéndose la diferencia biológica en una diferenciación social.

La deconstrucción de los estereotipos en la formación

Los individuos han de ser ayudados en la deconstrucción, revisión y búsqueda de alternativas de las identidades culturales dominantes. Para este proceso es de central importancia el sistema escolar porque es el espacio donde se puede desenvolver un proceso dialogal sobre esta cuestión. En la sociedad de la individualidad la institución de mayor capacidad comunicativa y de relación entre individuos de diferentes adscripciones de identidad es la escuela. Por ello, un proyecto de alternativa del modelo de identidad puede ser trabajado desde la educación formal. El modelo escolar que puede desarrollar las identidades proyecto es el modelo coeducativo. El aprendizaje de las identidades de género, que se lleva a cabo en la enseñanza mixta, es un ámbito de actuación que ha de ser superado hacia una identidad basada en la autonomía y libertad personal. Aspirar a la consecución de un modelo educativo basado en la coeducación requiere cuestionarnos el modelo de escuela que deseamos. Los valores que en ella se han de llevar a cabo, las estrategias que como profesores y profesoras debemos tener en cuenta para evitar el sexismo, el deseo de quebrantar los estereotipos existentes sobre las funciones sociales sexuadas, el tipo de actitudes y disposiciones a fomentar entre niños y niñas, han de ser revisadas desde el sistema educativo.

Para ello sería necesario que un centro educativo atendiera a la modificación de los contenidos curriculares, a las representaciones iconográficas de los materiales escolares, que se llevara a cabo un trabajo específico sobre las expectativas del profesorado en relación con los roles de género; sería también necesario potenciar la visibilización de las niñas en el aula, en los órganos de representación del centro educativo; la construcción equitativa de los espacios escolares; los rituales y normas de las escuelas debieran ser revisados y analizados para no caer en provocaciones sexistas; el lenguaje habría de pasar por un proceso de revisión y finalmente, desenvolver la discriminación positiva cuando se considerase necesario; la revisión de los cargos académicos que ofrecen un modelo jerárquico sexista a sus alumnos y alumnas. Todo ello enmarcado en un proyecto educativo de centro que velase por el cumplimiento de todos los aspectos señalados.

El trabajo a favor de eliminar los estereotipos de género desde los primeros años de escolarización significaría un cambio fundamental en la concepción de los estudios superiores como masculinos o femeninos, dejando en el olvido la adscripción automática de ciertos estudios a uno u otro sexo.

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