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¿Formación o cursillo?

Artículo de opinión

  • 28/02/2018

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Julio Andreu, Responsable del área educativa de la Fundació Escola Cristiana de Catalunya
A poco que uno esté atento al mundo escolar, sabrá que se está viviendo un cambio educativo rápido y profundo. Nunca como ahora se había puesto tanto énfasis en revisar todo lo que se hace, desde los currículums hasta los espacios, desde las metodologías hasta la organización de alumnos y profesores. Aquellos cuatro unos de los que hablaba Federico Mayor Zaragoza (1 clase, 1 grupo, 1 asignatura, 1 profesor) se desdibujan más o menos según las diferentes experiencias de innovación que se están implementando a marchas forzadas, y a veces ¡no queda ni un 1!

Muchas cosas están en cuestión, y la formación continua también. El modelo clásico según el cual (se me perdonará que haga una caricatura) hay uno que sabe (el formador) y otros que no saben (los alumnos): el primero transmite su saber a los segundos, los cuales lo aplican y, como resultado de ese proceso, el trabajo (la clase) sale mejor. Este modelo de formación, al que podríamos denominar CURSILLO, encaja a la perfección con las acciones formativas que la Administración financia; es más, los sistemas de financiación de la formación están pensados para pagar cursillos (más o menos largos); y cuando se pretende financiar otros tipos de formación, el sistema se adapta mal o no se adapta, con lo cual, no se puede financiar esa formación. Grave problema, ya que el cursillo, como herramienta para la formación continua en nuestro sector, tiene limitaciones; muchas limitaciones.  

Digámoslo de otra manera: el cursillo ahora sirve poco para introducir innovaciones (quizás nunca sirvió). La formación ya no se puede plantear de forma independiente al contexto; los métodos, mejores o peores, están completamente mediatizados por quienes los ponen en práctica; la educación es cada vez más un trabajo en equipo y por lo tanto, es el equipo el que debe formarse, a partir de sus dinámicas internas, de su situación, de su contexto. Es el equipo el que avanza e incorpora nuevas prácticas o el que se estanca. La unidad de cambio no es un docente (como si de un francotirador aislado se tratara); la unidad de cambio es la escuela.

La cuestión es que para que una formación tenga éxito (consiga sus objetivos) debe adaptarse a la escuela en que se desarrollará: ¿Qué proyectos tiene esa escuela? ¿Qué se ha hecho antes? ¿Cómo se enmarca esa formación en la estrategia de la escuela? Los formadores, antes de la formación, exigen saber cómo es la escuela o el grupo de escuelas en las que harán la formación, quieren hablar con sus responsables y conocer cómo se encaja la formación en los planes del centro. Y eso son horas de trabajo, que no forman parte del cursillo y que, por lo tanto, son difícilmente financiables por el sistema tradicional.

Una vez que empieza la formación, se entra en una dinámica en la que hay que ir adaptando lo que se propone a las circunstancias: de eso poco; aquello mucho más, esto de aquí, de momento no; aquel grupito hay que cogerlo aparte; etc. Eso exige que los contenidos deban irse adaptando, que a veces se trabaje con todos y otras no, que con algunos haya que estar más y con otros menos. La formación que acabamos haciendo y que es la que necesitamos, se parece más a un asesoramiento dinámico, en que todo se va modificando conforme se avanza, que no al cursillo clásico, donde objetivos, contenidos, fechas, actividades, etc.  están previamente establecidas. De nuevo, el modelo cursillo se rompe y la formación que finalmente realizamos es difícil de encajar con aquello que se puede financiar con las actuales reglas del juego.

La formación no es (nunca debió ser) uno que sabe y explica y otros que escuchan y aprenden; es un sistema más complejo y dinámico, es un diálogo, es una comunidad (el equipo docente) que reflexiona, aprende y evoluciona con la ayuda de un asesor externo que acompaña el proceso. El resultado final debe ser que el equipo es capaz de continuar avanzando solo, contando solo con el liderazgo de su equipo de coordinación.

Conforme la formación va avanzando llega el momento de irla poniendo en práctica. Entonces, docente y formador comparten la clase, en la que se va adaptando lo trabajado. Se trata de un trabajo más individualizado y lento, pero del todo imprescindible; ¿para qué la formación si no es para llegar a ese momento? Pero, una nueva dificultad, esa actividad es difícil de financiar ya que no encaja con el modelo cursillo. Sin embargo, son horas, son recursos de unos y de otros que de alguna forma hay que prever. Al final, habrá que valorar todo el proceso vivido. De nuevo, habrá alguna sesión con el equipo al completo pero también alguna con el equipo de coordinación. De nuevo, nos salimos del modelo cursillo.

En resumen, la formación continua en el contexto de la enseñanza básica necesita de un modelo de formación que es diferente del cursillo y que encaja mal con las actividades que la administración financia. Si no disponemos de un modelo de financiación de la formación más flexible, los centros educativos tienen que financiar con fondos propios su formación y tienen que renunciar a unos recursos que están precisamente para eso. ¿Es contradictorio, no? 

La Fundació Escola Cristiana de Catalunya realiza desde hace décadas acciones de formación continua dirigidas mayoritariamente a los centros con los que colabora. Se trata de escuelas que mayoritariamente están organizadas en fundaciones, vinculadas a una congregación religiosa, que ofrecen formación básica y que son de tamaño medio, situadas geográficamente en Catalunya. Estas acciones formativas son financiadas con fondos propios o con los sistemas que la Administración nos ha ido ofreciendo en cada época; en la actualidad, el sistema de bonificaciones (de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo) y el Consorci per la Formació Contínua.
 
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