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Las competencias para el desarrollo profesional

Artículo de opinión

  • 06/04/2017

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Elías Amor Bravo, Presidente de la Asociación Española para el Fomento de las Políticas Activas de Empleo y las Cualificaciones (AFEMCUAL)
En un entorno cambiante como el actual, en el que lo único cierto es la transformación acelerada a nivel tecnológico y social, las carreras profesionales se ven afectadas sobre los caminos a elegir en relación con las competencias y capacidades necesarias para continuar avanzando.

El aprendizaje no se debe detener nunca. Aprender es tan importante como cada pequeña fracción de lo que se aprende. La creencia en que una persona puede mejorar por sí misma y hacer cosas en el futuro que van más allá de sus posibilidades actuales, no sólo es excitante, sino tentadora.

Para lograr ese objetivo, las personas, que tienen un límite temporal, deben centrarse en adquirir las competencias y capacidades que pueden ayudar a la gestión de su carrera profesional. Un reto que actualmente no sólo se plantea para la formación profesional, sino para la educación universitaria, de posgrado y, en general, todos los programas que hacen viable el aprendizaje a lo largo de la vida.

Este artículo relaciona las nueve competencias que ayudan al individuo a identificar sus habilidades, desarrollar metas de aprendizaje profesional y emprender acciones para mejorar su carrera de vida y profesional (Travis Bradberry, "9 skills you should learn that pay dividends forever", Emotional intelligence 2.0). 

La inteligencia emocional es aquello que se encuentra en cada uno de nosotros y que afecta a la forma como se gestiona el comportamiento, se hace frente a las complejidades sociale, y se logra que las decisiones personales alcancen resultados positivos.

La gestión del tiempo.  Para superar "la tiranía de lo urgente" y aprender a realizar el trabajo al nivel más elevado posible, y además hacerlo cada día de su vida.

La escucha, centrando la atención solo en aquello que la otra persona está diciendo. Tiene mucho que ver con la comprensión del tono utilizado, el lenguaje corporal e incluso lo que no se dice.

Decir no. El profesional tiene que superar la dificultad para decir no y evitar frases como "no lo creo" o "no lo tengo seguro". Decir no a un nuevo compromiso refuerza los compromisos ya existentes y ofrece la posibilidad al profesional de cumplirlos de forma exitosa.

Pedir ayuda.  Puede parecer contrario a la intuición sugerir que pedir ayuda es una competencia profesional, pero realmente lo es. Supone una enorme cantidad de confianza y humildad admitir que se necesita ayuda.

Conseguir un sueño de calidad. Cuando se duerme con baja calidad de sueño se ralentiza la capacidad para procesar información y resolver problemas, se destruye la creatividad y aumenta la reactividad emocional.

Aprender a callar. Cuando el profesional aprende a responder a sus emociones es capaz de elegir sabiamente qué batallas son las que debe participar. La amplia mayoría del tiempo esto significa la capacidad para morderse la lengua propia.

Tomar la iniciativa. La iniciativa es la competencia que puede llevar al profesional muy lejos en la vida. En teoría, la iniciativa es fácil, el deseo de adoptar una acción siempre está ahí, pero en el mundo real, suelen ocurrir otras cosas.

Mostrarse positivo. Todos recibimos el mensaje de buena voluntad de estar siempre "positivos".  Cuanto mayor es el reto adquiere una mayor importancia ser positivos.  La competencia enseña al profesional a distinguir entre la ilusión y lo positivo.

Lo importante es que estas competencias se adquieren, se desarrollan y se pueden llevar a la práctica por todos los profesionales y deberían estar en práctica para todos los trabajadores. El sistema educativo, desde etapas tempranas, tendría que prestar atención a estas capacidades. La búsqueda de talento en nuestro tiempo se encuentra orientada por estas coordenadas. La lección más importante es que, al igual que las competencias técnicas, estas capacidades transversales se pueden aprender.
 
Por tanto, la gestión de carrera profesional no es sólo una actividad para desarrollar entre quienes cursen la formación profesional, sino que debería extenderse al conjunto del sistema educativo, empezando a edades tempranas. La orientación de la formación hacia el empleo exige esa disposición por parte de las personas a adquirir unas competencias que no son técnicas para el desempeño de las profesiones, pero que tienen un gran potencial para la empleabilidad a lo largo de la vida.

Además, no es cierto que la adquisición de estas competencias vaya a suponer un aumento de la carga lectiva de los currícula o una reforma en profundidad de los títulos y certificados. Precisamente, el punto fuerte de las mismas reside en su proceso de adquisición y aprendizaje que se aparta del modelo clásico profesor/alumno/aula, con grandes posibilidades para la formación online y sus derivados.

El principal reto que se plantea con estas competencias es que su evolución es continua, en función de las exigencias del tejido productivo. Estar al corriente de las mismas es fundamental, pero mayor importancia tiene aún anticiparlas. Se requieren esfuerzos de inteligencia en los observatorios de prospectiva laboral, y sobre todo, una mayor conexión entre el mundo laboral y la escuela.

La formación profesional de grado medio y superior, así como los certificados de profesionalidad, por su orientación al empleo, pueden y deben ser espacios de prioridad para el desarrollo de estas competencias, pero lo mismo cabe señalar de la universidad. Ello puede llevar a una potencial integración de los procesos formativos que acerque dos entornos que, tradicionalmente, han estado distanciados: la escuela y la empresa.
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