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De éxitos fracasados y fracasos exitosos en educación

Artículo de opinión


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Silvia Gabriela Vázquez. Psicopedagoga y docente de la Universidad de la Marina Mercante (Argentina). Miembro de la Junta Directiva de la Red Latinoamericana de Profesionales de la Orientación
  "El éxito significa pasar de un fracaso a otro sin perder el entusiasmo." (Abraham Lincoln)

Según una investigación reciente acerca de la participación de los escolares en sus clases, se descubrió que sólo formulan una pregunta cada 10 horas.

Es posible que esa curiosidad –al parecer perdida- haya sido satisfecha antes de llegar al aula, ya sea por Google o por algún otro buscador de Internet.

Frente a esta realidad, quienes nos dedicamos a la educación, necesitamos utilizar estrategias de aprendizaje activo que -lejos de limitarnos a hablar o escribir en el pizarrón esperando que "nos copien"- nos permitan propiciar el cuestionamiento, el intercambio y la crítica.

Los niños o adolescentes que hoy asisten a las escuelas son "nativos digitales".  Saben que cualquiera sea su duda siempre hallarán información al respecto con un simple ¡click! de su mouse. 

Sin embargo, como advierte Roberto Rosler (2011), una máquina brinda contenidos pero "no puede dar valores éticos, no puede dar ejemplos (…) no les puede enseñar a pensar ni a razonar".

Es nuestra responsabilidad como docentes cumplir esa función desde un abordaje personalizado.

Esto supone una tarea ardua,  compleja, pero apasionante:
  • Acompañarlos en el interminable camino de aprender, brindándoles una formación integral.
  • Reconocer sus necesidades realmente sentidas.
  • Tener en cuenta el consejo de "no encerrarse en una lógica del conocimiento en detrimento de una lógica del aprendizaje" (Perrenoud, 2008).
  • Apuntar a las 5 mentalidades para afrontar los retos del siglo XXI, de las que nos ha hablado Howard Gardner (2008): "Disciplinada, sintetizadora, creativa, respetuosa y ética".
  • Atrevernos a poner en tela de juicio nuestras propias nociones y aquello que -a simple vista- aparece como "obvio"…
¿Cuánto ha aprendido quien aprueba una lección repitiendo lo leído en la pantalla de su computadora -como si se tratara de una certeza absoluta- sin siquiera hacerse algún planteo acerca de la confiabilidad del sitio en el que esa información ha sido buscada?

¿Cuánto ha aprendido, por el contrario, aquel que no se ha dejado obnubilar por el espejismo de "la respuesta única", que ha realizado más de un recorrido y que -habiendo cometido varios errores previamente- logra elaborar una opinión personal acerca del tema a estudiar?

¿Podríamos decir que uno tuvo éxito y el otro ha fracasado? En ese caso ¿Cuál de ellos?

¿Quién ha alcanzado más protagonismo a lo largo del proceso de aprendizaje?

¿Necesita el  mismo acompañamiento áulico uno y otro?

¿Qué instrumento de evaluación –con sus respectivos objetivos, consignas y criterios- resultaría más útil para  apreciar sus avances?

¿Cuán importante es nuestro feedback –diferente para cada uno- en su futuro desempeño?

Son numerosos los "éxitos" de estudiantes que se quedan con "la respuesta" encontrada, dando cuenta de su eventual fracaso como pensantes. 

También son muchos los aparentes "fracasos" de aquellos que han logrado capitalizar sus errores, aprendiendo exitosamente de ellos y motivándose a continuar investigando.

En este sentido, las estrategias personalizadas de enseñanza-aprendizaje favorecen dicha reflexión cotidianamente, contribuyendo a reducir lo que conocemos como "fracaso escolar" y su más indeseable consecuencia: el abandono prematuro de los estudios.

Estoy absolutamente convencida de lo valioso que resulta el abordaje personalizado para detectar precozmente aquello que subyace a los resultados pobres en la Escuela Primaria y actuar antes del inicio de la Secundaria, previniendo dificultades mayores como la deserción.
Del mismo modo, destaco el valor inestimable del error que nos permite, entre otras cosas, seleccionar el tipo de ayuda que ese educando necesita para alcanzar su "Zona de Desarrollo Potencial" (Vigotsky, 1993).

Cada vez que un educando se equivoca en la escuela nos da la oportunidad de ayudarlo a significar su error como fracaso o como éxito.

Cuando un alumno no consigue aprender del error, fracasamos como educadores y como sociedad.

Según el diccionario, errar es "no acertar".  Sin embargo también significa "no cumplir con lo que se debe".

Me atrevo a pensar que tal vez el fracaso está menos en el estudiante que no acierta "la respuesta" que en nosotros, los adultos, cuando –quizá, por haber perdido parte de nuestro entusiasmo- no cumplimos con lo que debemos: Percibir a cada uno de ellos como PERSONA SINGULAR Y ÚNICA, antes que como miembro de un grupo engañosamente homogéneo: el colectivo "alumnado".
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