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Un enfoque sistémico de la innovación educativa

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Cristina Revilla. Directora de Innovación y proyectos de SANROMÁN Consultoría Y Formación (Madrid)
En las últimas décadas, y con la irrupción de la sociedad de la información, la innovación aparece frecuentemente ligada a las nuevas tecnologías, a pesar de que el término se refiere a un concepto más amplio de mejora.

La innovación, como proceso continuo, requiere considerar las necesidades actuales y analizar de una manera creativa posibles alternativas que permitan aumentar la eficiencia o eficacia de las soluciones habituales.

En un contexto educativo, la innovación y la calidad, se encuentran estrechamente relacionadas.

Si atendemos a estudios como el que Edmonds y colaboradores, realizan ya en 1978, se identifican cinco factores que, según los resultados de sus trabajos, presentan mayor correlación con el alto rendimiento de los alumnos y, aunque en estos análisis aún no se asociaba la innovación a la calidad, existen estudios posteriores que irán completando estos cinco factores.

Algunos de estos factores son el liderazgo, el clima y la cultura de la institución (Greenfield, 1975), el modelo de gestión de los órganos de gobierno, la autonomía en la gestión, la claridad en las metas y objetivos, el reconocimiento del progreso del alumno, los apoyos externos, los factores de proceso (Fullan, 1985), los procesos de evaluación, la orientación educativa, etc.

Pero será el movimiento sobre la mejora de la escuela patrocinado por la OCDE -International School Improvement Project (ISIP) – el que comenzará a considerar  cada centro escolar como el "centro de cambio": La innovación y la investigación educativas, como factor de calidad, nacen por tanto, en los propios centros educativos.

Existen multitud de variables sobre las que la innovación, concebida desde un punto de vista sistémico (Teoría de los sistemas, Bertalanffy), podría obtener mejoras significativas , como los recursos materiales disponibles en la formación, los recursos humanos a nivel técnico y didáctico, los modelos de gestión o aspectos pedagógicos como el modelo educativo, la metodología didáctica o la política educativa.

Pero no debemos olvidar, que un pequeño cambio en uno de estos recursos puede suponer grandes beneficios sobre el proceso y/o el resultado final, o ninguno, dependiendo de las interrelaciones que existen entre ellos.

Drucker (1996), señala que innovar significa crear nuevos valores y nuevas satisfacciones para la comunidad (en este caso, los alumnos). La importancia o validez de las innovaciones de una organización se medirá por sus aportes al mercado, a la misma organización y al cliente (alumno), por el grado en que mantengan la satisfacción de las necesidades de los usuarios y no por su grado de sofisticación en tecnología moderna.

Las teorías sobre la gestión del conocimiento, nos llevan a comprender, por tanto, que cualquier organización que aprende (organizaciones inteligentes) producen innovación con recursos propios y, como expresaba el propio Drucker, no a través de inversiones materiales, sino de la vocación y las ideas.

En este sentido, la innovación debe ser introducida como parte de la cultura organizativa en cualquier modelo de gestión en centros de formación, aunque los inicios impliquen luchar contra cierta resistencia al cambio, al principio.

Trabajar en un sólido proceso de creatividad y gestionar la innovación en las organizaciones, mediante estrategias capaces de generar cambios sostenibles, implican analizar uno por uno los procedimientos y recursos vinculados al proceso de enseñanza-aprendizaje, incluidos aquellos relacionados con los sistemas de diseño, producción y gestión.

En ocasiones, los propios centros y organizaciones educativas, deben recurrir a cambios profundos en sus modelos de gestión, muy similares a los modelos empresariales, a través de la utilización de herramientas como los Balanced Scorecard (BSC), pero resulta fundamental que la innovación nazca de la propia estrategia organizacional…

Con respecto a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), actualmente existen multitud de nuevas posibilidades de aplicación, tanto para la educación formal como para la no formal, como los simuladores, las pizarras digitales, los nuevos entornos e-learning e, incluso, la realidad aumentada, pero resulta imprescindible tener en cuenta que la utilidad de estos recursos, como medios didácticos, se encuentra en el desarrollo de metodologías pedagógicas orientas al aprendizaje significativo.

Pongamos como ejemplo, el relevante desarrollo de la formación profesional en los últimos 4 años, en cuanto a innovación normativa y tecnológica: A pesar de la enorme adaptación que ha supuesto para todos los agentes implicados en su gestión y ejecución, existen tecnologías básicas, como la teleformación, que aún no es posible aplicar a ciertos perfiles (desempleados en formación ocupacional) o en ciertas modalidades de formación acreditable, como los certificados de profesionalidad.

Aunque, en ambos casos, el principal problema se encuentra en la falta de un desarrollo normativo paralelo que posibilite la acreditación de este tipo de formación, se trata de un claro ejemplo de la inutilidad de las TIC cuando no se encuentran asociadas a una metodología pedagógica concreta.
Por tanto, ante cualquier implementación innovadora parece necesario analizar todas las variables implicadas en su puesta en marcha, así como realizar proyectos piloto que avalen su eficacia, puesto que el protagonista del aprendizaje es y debe seguir siendo el propio alumno.
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