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El orientador, un coach para la búsqueda de empleo

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Rocío Coral Fernández Moreno. Técnico de Formación. Grupo FORMAR-SE (Madrid)
Ahora más que nunca, inmersos en la sociedad de la comunicación y la (des)información, los retos que deben afrontar los profesionales de la orientación dirigida a adultos son de diferente índole. Pero antes de hablar de ellos, es necesario contextualizar la situación actual que vivimos.

De todos es sabido que nos encontramos en una coyuntura económica desfavorable, con más de 4 millones de parados y centenares de jóvenes con talento que parten a Alemania en busca y captura de esa oportunidad de demostrar lo que valen porque en nuestro país no se les ofrece más opciones que la de seguir viviendo bajo el manto protector de sus padres.

Seguramente todos tenemos algún familiar, amigo, vecino o conocido que se encuentra en situación de desempleo, que no sabe si ponerse a estudiar porque no encuentra trabajo o seguir buscando una forma de ganarse la vida. Lo más probable es que todavía no haya tomado una decisión porque no encuentra a quién o dónde acudir para que le ayuden en ese proceso de reflexión.

Dada esta situación sociocultural y el amplio y actual abanico de itinerarios formativos a seguir, se hace imprescindible elegir bien. Y es aquí donde se justifica la importancia de la acción orientadora, en especial en su dimensión vocacional, entendiendo como una orientación vocacional-ocupacional aquel proceso que supone para el sujeto un proceso de autoconocimiento, de conocimiento de las ofertas formativas e itinerarios académicos existentes y del actual mercado laboral para, finalmente, tomar una elección lo más acertada y ajustada a sus posibilidades.

La acción orientadora surge como respuesta a una necesidad esencialmente humana de escoger y desarrollar un proyecto de vida formativo y profesional que responda a las cuestiones fundamentales de la vida, conjugando tres variables esenciales: éxitos, intereses (motivaciones) y aptitudes (habilidades).

Todo ello exige al profesional de la orientación tener un perfecto conocimiento de la realidad laboral y de la oferta formativa, y ciertas habilidades que sirvan de ayuda a la persona en su proceso de autoconocimiento y desarrollo personal. Por lo tanto, la función principal del orientador será la de ayudar al sujeto a ser consciente de las propias motivaciones, habilidades y aptitudes para elegir el camino más acertado, estableciendo un equilibrio entre las tres. Además, este proceso debe estar acompañado de grandes dosis de información sobre las diferentes vías o alternativas con las que cuenta el adulto en su decisión. Esto no es fácil en un país como el nuestro, donde las leyes de educación cambian a un ritmo desmesurado, aprobándose las nuevas cuando todavía no se han puesto en marcha las anteriores. Es por ello que el personal orientador debe estar siempre actualizado y conocer la legislación vigente en materia de educación. Asimismo, ha de estar en contacto con la realidad laboral para conocer de primera mano qué se está demandando hoy en día en las organizaciones y poder ofrecer un asesoramiento lo más ajustado posible a la satisfacción de esas demandas.

Con la actual cifra de desempleados, sobre todo en los niveles más bajos de cualificación, se hace imprescindible una reestructuración de la formación en este colectivo. Y aquí entra en juego la formación continua, que hace posible la actualización y reciclaje de los trabajadores que desean adquirir nuevos conocimientos y habilidades para acceder a otros puestos de trabajo diferentes al ocupado durante años. En la tarea de orientar en este proceso de actualización y reciclaje, el profesional de la orientación debe ayudar al adulto a encauzar su formación atendiendo a sus motivaciones, capacidades y habilidades, sin olvidar los éxitos alcanzados anteriormente.

Ante el auge de las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales, se perfilan nuevos trabajos no vistos anteriormente, como es el caso del Community Manager. Este hecho debe ser aprovechado por el orientador para impulsar en el adulto el acceso a esos puestos de trabajo, sin miedo, para que pueda desarrollar y poner en práctica todos sus talentos.

Y es que una de las variables a las que se enfrentan los profesionales de la orientación en el proceso de ayuda a adultos es el miedo. Los adultos tienen miedo al conocimiento. Sí, al conocimiento. Les asusta la cantidad de información a la que tienen acceso. Les asusta porque nadie les ha enseñado a seleccionarla. Tienen miedo a no encontrar empleo, a ser rechazados. Y este miedo está fundamentado en que hay muchos jóvenes mejor formados que ellos y quienes saben que tienen todas las de ganar. Miedo a ser entrevistado, porque no cuentan con un Currículum Vitae de calidad, porque no saben venderse. Miedo a elegir lo que a partir de ahora se va a ser o hacer…

¿Y qué puede hacer aquí el orientador? Muy sencillo. Ayudar al adulto a decidirse en lo que concierne al rol que desea tener en la sociedad. Enseñarle a pensar, decidirse y elegir. Asimilar la realidad y optar entre las múltiples posibilidades que ésta nos ofrece. En definitiva, el orientador de hoy tiene que ser lo más parecido a un coach, una persona que enseñe al adulto a autoconocerse, desarrollarse, decidirse y elegir.

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