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Benito Echeverría Samanes. Catedrático de "Formación Profesional”, Dpto. de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universitat de Barcelona
Hace un lustro nos preguntaban en Educaweb (nº 59): Según la prensa especializada, parece que se ha producido un aumento en la demanda de los estudios de Formación Profesional. ¿Cuáles cree usted que son las causas de este incremento?

Respondí entonces: "Todos los analistas detectamos la creciente demanda de Ciclos formativos de Grado Medio, pero sobre todo de Grado Superior. Los primeros responden en parte a la necesidad española de profesionales con un nivel intermedio de cualificación y mucho más los de nivel superior. Son estudios de corta duración que facilitan una rápida inserción en el mercado laboral -aproximadamente un 70%- y unos sueldos nada desdeñables en la mayoría de las familias profesionales”.

Este mismo medio de comunicación acaba de referirse a un reciente estudio, que concluye con un porcentaje aún más elevado. "El 88.8% de los jóvenes con FP de grado superior consigue rápidamente empleo”. Similar tendencia resalta la revista Panorama Social de la Fundación de las Cajas de Ahorros en su último número, dedicado a la Universidad. Añade además, "la tasa de actividad de los universitarios es superior a la observada en el resto de los niveles educativos, excepto la FP de grado superior… Un 27% de los graduados universitarios señala que su nivel de formación es superior a las tareas de su último puesto de trabajo y un 10,4% precisa que no requiere titulación universitaria para su trabajo”.

La realidad se impone a los viejos deseos de una sociedad de hidalgos, partidaria del "white collar”. El aumento porcentual de la inserción laboral de los Técnicos Superiores habla por sí solo. Todo parece indicar que los perfiles de los titulados en Formación Profesional se adecuan a los actuales requerimientos del mercado de trabajo.

Sin embargo, estas evidencias no permiten bajar la guardia en un mundo cada vez más complejo. La aceleración del cambio, la desmaterialización de los intercambios y de los sistemas de producción, la internacionalización de las relaciones, la continua evolución de los puntos de referencia y las profundas transformaciones del mercado laboral, exigen una intensa búsqueda de mayor y más amplia competencia de acción de los profesionales del futuro.

Las viejas respuestas educativas no sirven para nuevas situaciones socio-laborales. Es preciso aguzar el ingenio e interpretar correctamente los signos de los tiempos. Don Antonio Machado, convertido en navegante, ya nos alertaba desde la Castilla profunda, "El hombre tiene cuatro cosas que no sirven en la mar: ancla, gobernalle y remos, y miedo de naufragar... "Sólo triunfa quien pone la vela encarada con el aire que sopla; jamás quien espera que el aire sople hacia donde ha puesto encarada la vela”.

Desde la Ley de Cualificaciones y Formación Profesional (2002) se ha comenzado a encarar la vela con el aire que sopla en la Unión Europea, pero no es cuestión de dormirse bajo el "viejo olmo hendido por el rayo y en su mitad podrido”, como decía nuestro poeta.

Por fin, contamos con un actualizado Catálogo Nacional de Cualificaciones Profesionales y sus correspondientes módulos formativos, incorporados al Catálogo Modular de Formación Profesional, gracias al trabajo realizado por Instituto Nacional de Cualificaciones y por los doce homólogos de Comunidades Autónomas.

No obstante, es posible y necesario afrontar la demanda de profesionales competentes con un talante más proactivo que reactivo, aún a sabiendas de que el sistema laboral avanza más rápidamente que educativo. La mina de los "Nuevos Yacimientos de Empleo”, abierta en la Cumbre de Luxemburgo (1998), no debe abandonarse, sino al contrario explotarla hasta sus últimas vetas.

Son nuevas actividades profesionales caracterizadas por: Ser diferentes de los servicios tradicionales y destinadas a satisfacer nuevas necesidades sociales; Configurarse dentro de mercados incompletos o irregulares; Tener un ámbito de producción y prestación territorialmente definido en el espacio local; Ser intensivos en mano de obra, de lo cual se deriva en muchos casos las bajas tasas de productividad; Requerir en su inicio de una organización de la oferta y la demanda en el mercado y generalmente ser impulsados desde las instancias públicas.

Nada mejor para aprovechar al máximo el tesoro escondido en la formación, que potenciar al máximo el aprendizaje a lo largo y ancho de la vida de los ciudadanos. "Ya no basta con que cada individuo acumule al comienzo de su vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir después sin límites. Sobre todo debe estar en condiciones de aprovechar y utilizar durante la vida cada oportunidad que se le presente de actualizar, profundizar y enriquecer ese primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente cambio”. (Delors, J. et al., 1996).

Este "saber” no se circunscribe a la competencia técnica, ni siquiera cuando se presenta unido al "saber hacer” de la competencia metodológica. Es además un "saber estar” -competencia participativa- y, en último término, un "saber ser” -competencia personal-. Como recuerdan perfectamente, quienes conocen mi pensamiento, es cuestión de SABER, aderezado con buenas dosis de SABOR con mayúsculas.

Esta cosmovisión del profesional del siglo XXI obliga a superar una perspectiva puramente instrumental de la Formación Profesional, percibida como vía de obtención de rápidos resultados -poco tiempo de estudio, alta inserción laboral, sueldos nada desdeñables, etc-. Es preciso considerar su función en toda su plenitud; A saber, la realización de la persona que toda, ella, aprende a ser.

La vida profesional se vislumbra cada vez más complicada en el horizonte del maremagnum donde nos vemos inmersos. A lo largo de la misma, cada vez será más frecuente pasar por cierto número de transiciones -de un trabajo a otro, de un período laboral u otro de formación-, por interrupciones transitorias de la carrera profesional y por retornos posteriores a ella.

Es en este contexto donde cobra especial sentido la Orientación Profesional, llamada a potenciar el esclarecimiento de posibilidades personales con sentido, mediante la identificación, elección y/o reconducción de alternativas académicas, profesionales y personales, acordes a su potencial y proyecto vital, contrastadas a su vez con las ofertadas por los entornos formativos, laborales y sociales.

La necesidad de aprendizaje permanente en la sociedad del conocimiento obliga a un serio replanteamiento de la intervención orientadora. Ya no puede reducirse a grupos muy concretos de niños escolarizados, jóvenes en transición, adultos en situación de desemplo, etc., sino al conjunto de la población.

Así lo recomienda el Consejo de la UE en su Proyecto sobre el fortalecimiento de las políticas, sistemas y prácticas en materia de orientación permanente en Europa(2004). Para este organismo, abarca una amplia gama de actividades que "capacitan a los ciudadanos de cualquier edad y en cualquier momento de sus vidas a determinar sus capacidades e intereses, a adoptar decisiones educativas, de formación y de empleo, y a gestionar su aprendizaje y la trayectoria individual de sus vidas en cuanto al aprendizaje, el trabajo y otras cuestiones en las que se adquieren o se utilizan competencias”.

Este cambio de enfoque obliga por una parte a extender considerablemente el acceso a la orientación, para hacerla asequible a todas las personas durante toda la vida; Por la otra, requiere adecuarla a la creciente diversidad de necesidades de los usuarios, en cuanto al modelo de intervención, forma, lugar de prestación y periodicidad. Pero además, exige asumir como objeto fundamental de la intervención orientadora el desarrollo de competencias de gestión autónoma de la trayectoria profesional, que va más allá de la toma de decisiones en momentos precisos de la vida de cada persona.

El aprendizaje a lo largo de toda la vida exige a los estados dar respuesta a un número cada vez más considerable de adultos que retoman su formación, tras pasar por la evaluación y reconocimiento de las competencias adquiridas mediante la experiencia profesional. Al su vez, requiere a las personas un considerable control individual de qué, cuándo, dónde y cómo se aprende, unido a una alta motivación hacia el aprendizaje y gran capacidad de gestión autónoma de la formación.

Hagamos caso una vez más al poeta caminante: "El mañana no está escrito, ni el ayer tampoco”.... "Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender”.

Ojala asumamos pronto la indisoluble unión entre Formación y Orientación Profesional, como una de las mejores inversiones de futuro que puede hacer nuestra sociedad.
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