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Convivencia dentro y fuera del aula

Editorial

En una época en la que todas las broncas recaen sobre el sistema educativo, tendríamos que reconocer a las escuelas e institutos la importante función de contención de una agresividad social que está en la calle y en los medios de comunicación. Contención, por un lado, y transmisión de unos valores cívicos que, en muchas ocasiones, parece que las familias han optado por no transmitir.


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Enric Renau. Editor
La convivencia no es un derecho ni un deber. Es una forma de vida que, desgraciadamente, no llega a ser la dominante en todos los entornos sociales y países del mundo. No obstante, si que podemos convenir que en nuestro mundo civilizado es el tipo de comportamiento dominante.

Varios estudios sociológicos tratan de medir y comprender la convivencia dentro y fuera de las aulas. Entre ellos el impulsado en el 2006 por los Departamentos de Interior y de Educación de la Generalitat de Catalunya, con la participación del doctor Javier Elzo y del Instituto DEP. Este estudio, denominado Encuesta de Convivencia Escolar y Seguridad tiene el interés que presenta datos comparativos respecto a cuatro años antes y una muestra de más de 10.000 jóvenes escolares encuestados, que permite segmentar por edades, territorios y otras variables.

La primera conclusión es la idea de estabilidad en las cifras de convivencia y seguridad en las aulas. A menudo es difícil saber si un porcentaje es elevado o reducido. La posibilidad de repetir una metodología de investigación y un trabajo de campo en períodos distintos permite señalar que, en general, las relaciones entre estudiantes de 8 a 18 años entre si, con el profesorado y con los padres se mantiene estable.

Un 3% de los alumnos son víctimas de acciones negativas una vez a la semana o más a menudo, algo a combatir claramente, pero que refleja que, en general, hay "buen rollo” entre alumnos, profesores y padres. La valoración media de la convivencia expresada por los alumnos supera la nota del 8,5 en los tres colectivos.

Otra idea relevante es que, en cambio, aumenta la percepción de que existen situaciones de "malos tratos” hasta un 43%, lo que expresa una mayor sensibilidad de los alumnos hacia situaciones de bullying o de violencia escolar. También disminuye en cinco puntos el 7,8% de estudiantes que reconocen ser violentos, lo que no significa una reducción de la violencia, pero si una mayor necesidad de ocultar su comportamiento agresivo.

Hay mayor presión social sobre la violencia, algo a lo que han contribuido los medios de comunicación. La consciencia de la existencia del problema ha aumentado drásticamente.

Es interesante recordar que los adolescentes, en particular, son el colectivo que registra unos datos de victimización más elevados, triplicando la media global de agresiones contra la seguridad personal (robos, atracos, tirones) lo que significa que el entorno social en el que viven muchos de ellos no es precisamente una camino de rosas. Estos jóvenes perciben que cada vez más hay situaciones de pequeños robos (42%) y agresiones físicas (85%) especialmente en las discotecas, donde también observan situaciones puntuales de agresión sexual (60%). Recuerdo que hablamos de percepción de la existencia de casos, lo que no conlleva que les haya sucedido a ellos directamente.

Por lo tanto, en una época en la que todas las broncas recaen sobre el sistema educativo, tendríamos que reconocer a las escuelas e institutos la importante función de contención de una agresividad social que está en la calle y en los medios de comunicación.

Contención, por un lado, y transmisión de unos valores cívicos que, en muchas ocasiones, parece que las familias han optado por no transmitir.

Enric Renau
Editor
editor@educaweb.com





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