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Alternativas para convivir en las aulas: una experiencia desde la respuesta educativa

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Ana Cobos Cedillo. Orientadora de Secundaria (Málaga)
Aseguran los expertos y expertas que gran parte de los problemas de convivencia que se dan en la actualidad en nuestras aulas tienen su origen en una inadecuada respuesta educativa hacia el alumnado. Estoy de acuerdo.

La cuestión está en saber cuál es la respuesta adecuada en cada caso, lo que no es nada fácil y requiere no sólo una sólida formación, sino grandes dosis de profesionalidad y de compromiso entre los profesionales de la educación.

El pasado curso tuve la ocasión de comprobar que es posible trabajar la convivencia desde la respuesta educativa ajustada a las peculiaridades del alumnado. Describir esta experiencia es lo que en este artículo pretendo mostrar.

Aunque la normativa es explícitamente contraria y desde el punto de vista psicopedagógico nunca debería ser así, es frecuente que en los centros, especialmente de secundaria, se formen grupos de alumnado repetidor.

A estos grupos, que ya nacen proscritos, se les asigna el equipo educativo de menos antigüedad en el centro, (los veteranos eligen otros grupos), que además, generalmente, son los que menos experiencia tienen en la profesión docente.

Es de sentido común, que si unimos todos estos factores, aumentamos exponencialmente las posibilidades de que surjan los problemas de convivencia, lo que además es previsible, por mucho que haya siempre quien se asombre de que en el 1º R no se puede dar clase.

¿Cuál es el motivo de esta segregación?, pues que el buen alumnado continúe dentro de una burbuja de cristal por la senda de la paz en su camino hacia la excelencia del sistema, que debe ser la Universidad. (Debe ser por esto, creo).

La segregación de alumnado es perniciosa, no sólo para los buenos alumnos y alumnas, quienes podríamos seguir y seguir segregando hasta llegar a la clase individual, sino también para el alumnado con más dificultades, ya que éstas se les acrecientan. Reitero la idea de que no debería ser así, bajo ningún concepto, pero lo cierto es que nos encontramos frecuentemente con este tipo de situaciones en la práctica.

La experiencia que llevamos a cabo el curso pasado fue en un centro de Secundaria. Un centro urbano, con población de clase social media-baja, con enseñanzas de Secundaria, Bachillerato, varios Ciclos Formativos, Programa de Garantía Social y Educación de personas adultas.

El grupo con el que trabajamos era un primero de secundaria, en el que casi todos estaban repitiendo primero de Secundaria o habían repetido sexto de primaria, muchos incluso contaban con dos años de retraso escolar por haber repetido los dos cursos.

Se trataba de alumnado con conciencia de sus dificultades escolares, de su fracaso escolar, que no presentaba ninguna motivación académica, lo que se ha dado en llamar objetores escolares.

A este alumnado, como a todos, se le había asignado un equipo educativo, dentro del que estaba un profesor de lengua recién llegado al centro.

Desde el comienzo del curso, el grupo generaba constantemente problemas de convivencia y fueron varias las reuniones que se convocaron expresamente para tratar el asunto. Reuniones a las que asistía parte del equipo educativo, el jefe de estudios y la orientadora. La percepción del problema por el profesorado era muy diferente, según de quien se tratara, especialmente si se trataba del profesor de lengua.

Este profesor comenzó el curso interesándose por el nivel inicial de competencia curricular en el área con el que partía cada uno de los alumnos y alumnas.

Les pedía que aprendieran cada uno a su ritmo, partiendo desde su propio nivel. Hacían muchos ejercicios, el profesor se los corregía con comentarios de tipo cualitativo, que entregaba por escrito a cada uno. (Para el alumnado es mucho más interesante que se le diga que debe repasar determinado verbo a que se le dé una nota numérica, que no asegura que se superen las lagunas, sobre todo cuando se alcanza el cinco).

Les reforzaba cada pequeño avance como si se tratara de un logro extraordinario, además con una gran sonrisa y una valoración afectiva y sincera que era evidente.

Las sesiones de evaluación eran muy curiosas, alumnos y alumnas que suspendían seis u ocho materias, obtenían notable en lengua. Para muchos, el primer notable de toda su vida escolar.

Este mismo grupo, para varios de los componentes del equipo educativo, era fuente de estrés y tan sólo la idea de entrar en el aula de ese grupo les provocaba ansiedad, tal y como alguno de ellos decía.

Sin embargo, en las clases de lengua se respiraba buen ambiente, cordialidad. Este profesor comenzaba preguntando al alumnado cómo estaba, y les escuchaba, insisto, "escuchaba”. Recordaba quien tenía un padre enfermo, quien se había mudado, o quien había tenido un sobrino el fin de semana. Se interesaba por cada uno y cada una. Siempre desde la serenidad, la escucha, con un gran respeto, haciendo sentir al alumno o alumna que era muy importante. Para muchos, quizá era la primera vez que se sentían importantes en el medio escolar.

Gracias a ese clima de aula que este profesor sabía crear, se establecía un puente entre el grupo y la orientadora. La orientadora subía a clases de lengua y también les escuchaba. Trabajábamos coordinadamente las redacciones, de forma que los alumnos y alumnas pensaran y escribieran sobre lo que querían hacer en el futuro, sobre su familia (muchas de ellas desestructuradas y con graves problemas como desempleo, enfermedad, inmigración…), o sobre otras cuestiones que salían al paso como la violencia o la guerra. Trabajábamos valores, a la vez que la expresión escrita y sobre todo autoestima, pues descubrían que eran capaces de desenvolverse con éxito en el sistema educativo.

Aprendieron mucho, pero nosotros, el profesor de lengua y la orientadora aprendimos aún más. Nosotros conocíamos su trayectoria escolar, lo que no sabíamos es que estábamos ante magníficas personas, (no es un tópico), con grandes valores, con vidas muy difíciles a pesar de su juventud.

Poco a poco, entre redacciones y relatos surgieron los cuentos. Leíamos en clase. A veces leíamos lo que ellos querían, otras, textos o poemas que proponíamos el profesor o la orientadora, y nuestro grupo se fue consolidando: "Los viernes tenemos cuento”, "seño, ¿vendrá a leernos un cuento?”.

En una educación obligatoria, cuyo objetivo fundamental es enseñar a convivir, si de esta experiencia conseguimos que alguno de estos alumnos o alumnas descubriera el placer de la lectura, o sentirse valorado en su grupo-clase, o simplemente, haber pasado por una buena experiencia educativa que recordar con cariño en el futuro, tenemos la satisfacción de haber dado un paso adelante para la convivencia, justamente, como dicen los expertos y expertas, ofreciendo en cada cado la adecuada respuesta educativa, con grandes dosis de respeto, sensibilidad y compromiso.
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