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Razones humanas

Editorial

Las razones para cualquier reforma son muy terrenales, son razones humanas. El desajuste con el mercado de trabajo existe, pero no vale la excusa europea para aprovechar los cambios con intereses corporativos intrauniversitarios.


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Enric Renau, editor de Educaweb
Cualquier ley, decreto o propuesta de reforma institucional es el resultado de una iniciativa humana que puede estar fundamentada en la detección de un problema o de unas necesidades, en las influencias del entorno o la voluntad de influencia de determinados grupos de interés.

La propuesta de catálogo de titulaciones de Humanidades realizada por el Consejo de Coordinación Universitaria es un buen ejemplo.

Por un lado, es bien cierto que tradicionalmente ha habido un desajuste entre la oferta de plazas en las distintas carreras que popularmente se denominan de "letras”, la demanda del mercado de trabajo y la demanda de estudiantes que pretenden estudiar en la universidad. Que la gran mayoría de estudiantes de las distintas carreras humanísticas esté trabajando no significa que esté desarrollando una actividad relacionada con su formación. El peso de la ocupación de los titulados en carreras humanísticas en la administración pública demuestra que, a menudo, estas carreras son más una puerta de entrada para la función pública que la base para desempeñarse en el sector privado o el autoempleo.

Pero ¿qué tiene que ver la poca demanda del mercado de trabajo de estas carreras con la estrategia de refundir la mayoría de filologías en una asignatura de "Lengua y literaturas europeas” o con la eliminación de la carrera de Humanidades? Muy poco.

Las razones para estas acciones de reforma son muy terrenales, son razones humanas.

Por un lado están los legisladores, estrategas y funcionarios que actúan en el marco europeo. La tentación de estos colectivos a simplificar la complejidad, diluyendo la riqueza de la diversidad lingüística de las distintas culturas y la pluralidad de modelos en marcos más homogéneos puede comprenderse, pero en ningún caso aceptarse. Porque Europa es precisamente eso: diversidad, pluralidad y complejidad.

Por cierto: la misma conclusión me sirve para el caso de España.

Por otro lado, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, reaparecen determinados intereses corporativos intrauniversitarios que pretenden sacar tajada de los cambios europeos, para recuperar privilegios, monopolios o posiciones preferentes, en un marco general de exceso de oferta de titulaciones, rigidez adaptativa de las instituciones universitarias y demanda de estudiantes prácticamente estancada.

Cada universidad debería tener la posibilidad y, algo más difícil, la voluntad, de apostar por una estrategia propia y diferenciada en su oferta de carreras humanísticas de grado y postgrado. No sólo pretender abastecer al público local con una propuesta aséptica e insulsa, cómoda para los que tienen plaza de por vida, sino buscar un posicionamiento propio en un marco abierto en el ámbito internacional.

Este posicionamiento podría buscar la interdisciplinariedad, la especialización en materias, la incorporación de nuevos métodos de aprendizaje, el uso de las TIC, la adaptación a determinados sectores productivos, etc.

Pero los responsables de este tipo de carreras, más que preocuparse por la forma de repartirse el pastel, deberían repensar en otras recetas y complementos que serían bien valorados por los amantes de la gastronomía humanística, que hay muchos, y por la sociedad en general.

Enric Renau
Editor
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