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Nuevos retos para la formación universitaria

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M. Dolors Celma Benaiges, Coordinadora dels Estudis d'Empresarials de l'Escola Universitària del Maresme
Este principio de siglo estamos asistiendo a la era del cambio; cambios sociales, tecnológicos, económicos y de todo tipo a los cuales es necesario responder, y adaptarse. En este sentido, el nuevo Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) es la respuesta que se ha fraguado a esa necesidad de adaptación al cambio en el ámbito de la universidad y de la que son partícipes la mayoría de países europeos. El nuevo paradigma actual demanda una revisión del sistema universitario tradicional, tanto desde el punto de vista de la enseñanza por parte del profesor como desde el punto de vista del aprendizaje del alumno.

Pensando en las repercusiones de la función docente, es preciso un replanteamiento a fondo de muchos aspectos metodológicos de la formación. La sociedad actual está demandando, no sólo profesionales con muchos conocimientos, sino también con las competencias y las actitudes necesarias por hacer frente a los nuevos retos que están deparando los nuevos tiempos. Hay que caminar hacia una formación global de la persona, en las que se valoren otros aspectos más allá de la adquisición de los simples conocimientos. Si después estos conocimientos no saben aplicarse, no sirven para solucionar problemas o para ser más competentes significa que la formación no está siendo efectiva. En este sentido, se hace necesaria una revisión del papel que tienen que jugar los formadores en las universidades para conseguir estos resultados.

El profesor universitario no puede actuar sólo como simple transmisor de conocimientos, sino que tiene que ser impulsor del aprendizaje de las competencias y actitudes que necesitan adquirir los estudiantes. Los cambios en la formación universitaria pasan por diseñar e implantar nuevos programas académicos dónde se especifiquen objetivos claros a lograr para conseguir este aprendizaje. No podemos esperar que el estudiante asimile todo lo que se le explica, sino que hay que comprobar que realmente esto es así. La clave sin duda está en dejar de pensar en aquello que el profesor enseña y centrarse en aquello que realmente los alumnos están aprendiendo.

Ello supone la utilización de nuevas metodologías docentes con clases más dinámicas, fomentando el trabajo en grupo, con más interacción entre el profesor y el estudiante y con un reducción importante de las clases magistrales unidireccionales. Sólo si se consigue esta interacción continuada se puede analizar sistemáticamente si el proceso de formación está funcionando. Conlleva, paralelamente cambios en los métodos tradicionales de evaluación, donde sólo se tenía en cuenta la asimilación de contenidos mediante un examen escrito memorístico. La evaluación tiene que servir para saber si el alumno está adquiriendo las competencias y habilidades previstas y ello requiere utilizar fórmulas diferentes para averiguarlo. Se necesita una evaluación más continua y con más componentes a analizar. El resultado de un examen no puede ser el único indicador para evaluar y, por otra parte tampoco permite evaluar todo tipo de competencias; hay que complementar la evaluación con otros medios como trabajos de investigación, presentaciones orales, asistencia a conferencias..., que permitan analizar un espectro más amplio de habilidades del estudiante. Además, para poder actuar sobre el nivel de aprendizaje del estudiante, no se puede esperar a evaluar a final de curso; la evaluación ha de ser continua y debe permitir al alumno tener una retroalimentación sobre su proceso de aprendizaje para que pueda mejorar en caso que sea necesario.

No obstante, esto implica también un nuevo papel del estudiante universitario, el cual tiene que trabajar de forma mucho más activa diseñando así su propio proceso de aprendizaje. La tendencia del estudiante es esperar que sea el profesor quien impulse la formación; en el nuevo modelo el estudiante debe ser más proactivo. La capacidad de trabajar en equipo con el resto de estudiantes y con el profesor es vital para la aplicación de las nuevas metodologías. Asimismo, es necesario incrementar el número de horas que el estudiante dedica al estudio más allá de la clase presencial. Para poder interactuar y opinar en el aula, se precisa un proceso previo de preparación y análisis de información.

En definitiva, el alumno tiene que volcarse en la carrera universitaria como si se tratara de su profesión; el objetivo del estudiante no puede ser sólo aprobar exámenes y asignaturas sino que tiene que tratar de obtener todos los requerimientos que le exigirá posteriormente el mercado.

Este nuevo enfoque de enseñanza-aprendizaje, que ya hemos empezado a adoptar en algunos ámbitos universitarios, es sin duda el que está marcando las pautas del sistema universitario del futuro.

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