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Una tragedia moderna

Artículo de opinión

  • 22/03/2010

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Francisca Quebrajo Leal. Maestra en CEIP Nuestra Señora de Guia de Alcaracejos (Córdoba)
¿No es verdad docente mío…
que en esta apartada aula,
con alumnos, familias, planes y programas..
se respira de fábula?

Más bien, se ahoga el personal intentando salir a flote de las numerosas tareas cotidianas a desarrollar.

Hoy en día, es normal oír comentarios sobre la grave crisis de autoridad que se padece, situación agudizada por la época de turbulencias en el ámbito de los valores y las actitudes personales y comunitarias, en donde hablar del ejemplo del docente, o del modelo que representa el profesor o la profesora, no es precisamente una cuestión de moda.

El hecho de que los profesionales de la enseñanza se vean superados por los acontecimientos diarios, es una realidad que flota en el ambiente.

La sensación de malestar, de no abarcar todos los asuntos y de tener ocupaciones demás que, en ocasiones merman el tiempo dedicado al buen ejercicio docente, está patente cada día en el claustro de profesores.

Esta situación, unida a la colaboración familiar (o la ausencia de ella) son el caldo de cultivo de problemas a la hora del desempeño de la labor pedagógica.

En las clases, docentes y discentes a menudo, realizan sus vidas de forma paralela; la efectiva colaboración que ha de darse para que la exposición y asunción de los contenidos sea efectiva… no se da; la falta de motivación, el desinterés por las materias, son algunas de las actitudes que empujan al maestro a sentirse desbordado ante la jornada escolar.

Con lo anteriormente afirmado, quiero añadir al cajón desastre (lo he llamado así por la falta de soluciones reales propuestas), no sólo el temor a ser agredido física, verbal o de forma no verbal en el desempeño de la tarea de enseñar, sino también, el evidente desprecio por las Institución educativa de la que en ocasiones somos objeto.

Podemos responsabilizar de ello a la sobreexcitación del alumnado, a la masificación de recursos informáticos, electrónicos y visuales (desaprovechados a veces en la práctica docente), sin embargo, deberíamos tomar estos obstáculos como cotas a alcanzar para conseguir coronar la cima educativa con éxito (hablando en términos montañeses, porque un ochomil se nos antoja a veces).

Estoy de acuerdo con la idea de que ser agredido, perjudica seriamente la salud, así como que, la no colaboración por parte de las familias del alumnado, menoscaba nuestra confianza. No obstante, no perdamos de vista otros tipos de perjuicios que también nos afectan y que enrarecen el contexto profesional, tales como decisiones de primar recursos materiales por encima de los personales (cuando no hay docentes que los puedan emplear), o estar a merced de voluntades legislativas educativas contrarias que cada lustro más o menos, se crecen y les da por cambiar de nuevo el panorama legal que sustenta nuestra labor.

Para paliar sentimientos negativos ante la jornada laboral, nada mejor a mi entender, que propiciar un buen ambiente entre la plantilla escolar, el alumnado y las familias, haciendo del centro escolar, una comunidad abierta a la información recíproca de sus agentes. Es fundamental el conocimiento de la otra parte para poder emitir un juicio justo. Para las dos últimas premisas enunciadas en el párrafo anterior, nada he de decir, puesto que ya todo está dicho…

(Llamé a la Administración , y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de la ausencia no cubierta
responda la Administración, no yo
).

Como herramientas fundamentales para lograr tal fin, propongo dos. Por un lado, buena formación en resolución de conflictos a saber, usando actitudes asertivas y de empatía. Por otro, el diálogo, regido por directrices tales como encontrar el tono y argumentos adecuados a la edad del alumnado y tener al interlocutor, siempre en un primer plano, por delante de nosotros mismos.

A ver si entre todos y todas, logramos un mundo educativo mejor.

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