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"La infancia se socializa tanto en la familia y en la escuela, como viendo la televisión. Por lo tanto, hay que aceptar que la responsabilidad educativa concierne también a los medios de comunicación."

Entrevista


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Entrevista a Victoria Camps, vicepresidenta del Consell de l'Audiovisual de Catalunya
Educación y Medios de Comunicación: En su opinión, ¿dónde marcaría el punto de convergencia entre los medios de comunicación y la educación?

Vivimos en un entorno mediático y, sobre todo, audiovisual. La infancia se socializa tanto en la familia y en la escuela, como viendo la televisión. Por lo tanto, hay que aceptar que la responsabilidad educativa concierne también a los medios de comunicación. Los medios audiovisuales, que son los que más inciden en la vida de los menores han de asumir la obligación de proteger a la infancia, que es su forma de contribuir a la educación. La Directiva europea "Televisión sin Fronteras”, además, les obliga a hacerlo.

¿Considera importante que interactúen y se articulen? ¿Por qué?

Es imprescindible que interactúen porque la educación ha de ser coherente y proponerse transmitir unos valores comunes que estén presentes en todas partes y no sean sólo objeto de una enseñanza teórica y formal. Uno de los problemas de nuestro tiempo es que lo que enseñan los padres y madres o la escuela lo destruyen, en pocos minutos, algunos programas televisivos, los videojuegos o Internet. Si pensamos que educar es inculcar el valor de la convivencia y el respeto mutuo, y luego exponemos a la infancia a programas donde todo se resuelve violentamente y donde predominan el insulto y el desprecio del otro, no puede sorprendernos que la educación sea ineficaz y no consiga los resultados pretendidos. Educan más los hechos que las palabras o las teorías, y hoy la realidad la constituyen tanto la experiencia vivida como lo que vemos en televisión.

Y, por último, ¿de qué manera se está realizando o debería realizarse esta vinculación?

Para empezar, debería haber más contacto entre los programadores de televisión o los productores de audiovisual y los educadores. Hoy por hoy, son dos mundos separados y divergentes, salvo cuando los productores o los programadores se proponen hacer un producto específicamente educativo. Pero la educación no se realiza sólo a través de productos educativos. Se educa también, y seguramente con más eficacia, indirectamente: con la ficción, la animación, el entretenimiento en general. Por eso debería haber más diálogo entre todos aquellos agentes que se relacionan con la infancia.
Por otra parte, en la escuela hay que enseñar a ver la televisión y a utilizar internet inteligentemente. Lo que significa enfocar cualquier disciplina desde la perspectiva de los distintos lenguajes que configuran la vida del niño o niña.
Finalmente, los primeros responsables de que la articulación entre la televisión y la educación sea coherente son los padres y madres, preocupándose de lo que miran sus hijos e hijas y enseñándoles a utilizar los audiovisuales con criterio.

Algunos expertos coinciden en señalar que existe una influencia de los medios de comunicación en los jóvenes. ¿Podría explicarnos, según su opinión, en qué consiste esta influencia?

Mi opinión es que, pese a los muchos estudios realizados para comprobar, por ejemplo, hasta qué punto la violencia televisada influye en el comportamiento real, siempre será difícil establecer una relación inequívoca de causalidad entre ambas cosas. Las variables que influyen en el comportamiento de una persona son demasiadas para tenerlas todas en cuenta en un estudio empírico. Creo que no hay que abordar la cuestión desde la perspectiva de la posible influencia, para luego actuar en consecuencia. Por el contrario, hay que plantearse, de entrada, si nos parece adecuado o no para la formación de los niños que estén tan expuestos a imágenes violentas, a un lenguaje obsceno, a comportamientos poco edificantes. Para que el niño o niña acabe teniendo conciencia de lo que está bien o está mal, hay que empezar por inducirle esa distinción. La simple exposición a una realidad donde hay de todo y donde, incluso, todo vale, no forma el criterio ni da capacidad de juicio. Algo que hay que enseñar explícitamente, si queremos educar.

Ante esta influencia, en su opinión, ¿qué papel juega la educación?

Ya que, para bien o para mal, los medios audiovisuales influyen en el imaginario cultural o social, la educación siempre tendrá que actuar a la contra, para enseñar que no todo lo que ocurre ni todo lo que nos pretenden vender es igualmente correcto. No todo vale, eso es lo que hay que enseñar.

Los medios de comunicación tienen las funciones principales de informar o entretener, y en ambos casos deben hacerlo respetando los derechos fundamentales. En su opinión, ¿podríamos asignarles otra función a los medios: educar?

Creo que los medios tienen la función de educar sólo si entendemos el concepto en un sentido muy amplio. Al informar se educa, y entreteniendo se puede educar. Quiero decir que, al asignar a los medios la función de educar, no estamos diciendo que deban dedicarse a hacer programas educativos, sino que, hagan lo que hagan, tienen que pensar en ser coherentes con los fines de la educación.


¿Existen en la actualidad, en España, consejos educativos en los medios de comunicación? ¿Cuál es, o cuál debería ser, su función?

No existen, que yo sepa, consejos educativos en ningún medio. Debería haberlos, porque serían el instrumento para conseguir la articulación entre medios y educación. De hecho, es una de las propuestas que se hacen en el Libro Blanco: La educación en el entorno audiovisual, publicado por el Consell de l'Audiovisual de Catalunya (CAC) el año pasado. Allí se dice explícitamente que los operadores de televisión, sobre todo los grandes, deberían dotarse de un consejo educativo que oriente su función educadora.

En este sentido, ¿cuál es la situación en el resto de Europa y en EEUU? ¿Existe algún país que pueda considerarse paradigma o modelo a seguir?

En lo referente a la televisión, el modelo siempre ha sido y es la BBC. Entre otras cosas porque, desde el principio, se concibió a sí misma como una televisión educativa, en el sentido amplio del que hablábamos.

Televisión: ¿podría explicarnos, a grandes rasgos, en qué consisten las políticas de comunicación (regulación, autorregulación...) en materia de educación y protección de la infancia y adolescencia? ¿Quién se encarga de diseñarlas y aplicarlas? ¿Existe algún país que sea un referente importante en este sentido?

De momento, ni en Cataluña ni en España hay políticas de comunicación. El CAC es un organismo regulador que se encarga de desarrollar la ley e impulsar la autorregulación de los medios audiovisuales. Ahí hay una cierta política que actúa, sobre todo, para rectificar y corregir lo que no se está haciendo bien. No existe una política de comunicación global que planifique y determine por dónde hay que ir.

En la actualidad, además de ser la Vicepresidenta del CAC, también se encarga de la coordinación de los ámbitos de responsabilidad y de las áreas de actuación; de la Oficina de la Defensa de la Audiencia (ODA) y también de los temas de educación y televisión. A grandes rasgos, ¿Cuál es la misión del CAC? Y ¿cuál es su labor en él?

La misión del CAC es regular los medios audiovisuales y controlar el cumplimiento de la legislación vigente en ese campo. Mi función concreta en el CAC está en el área de los contenidos, haciéndome cargo del servicio que tenemos para recibir las quejas de la ciudadanía (Oficina de Defensa de la Audiencia) y también atendiendo a todos los problemas que plantean los contenidos televisivos y de radio, que nos llevan a tomar distintas medidas como, por ejemplo, instar a los operadores a corregir ciertas programaciones, obligarles a señalizar la programación, elaborar recomendaciones que sirvan de criterio para la correcta aplicación de la ley y, si se da el caso de grave incumplimiento, abrir un expediente sancionador.

El CAC celebrará el próximo 13 de diciembre en Barcelona, una Jornada sobre ”Telebasura” ¿Qué objetivos persigue? ¿Está previsto diseñar unas líneas de actuación, o unas repercusiones prácticas, después de la realización de la jornada?

Hemos redactado un documento que marca nuestra posición frente a la llamada "telebasura”. El objetivo de la Jornada que preparamos es debatir el documento con distintos sectores sociales, para mejorarlo y, sobre todo, para concluir qué medidas podría y debería adoptar un organismo regulador como el CAC ante el fenómeno de la telebasura.

Para acabar, ¿qué recomendaciones daría a los/las educadores/as y a los profesionales de la comunicación para potenciar en los jóvenes la lectura crítica (con relación a los contenidos difundidos) y la competencia comunicativa, con relación a los media?

A los educadores, que les enseñen a mirar críticamente la televisión, lo que significa no sólo introducir una asignatura específica para ello en los curricula escolares, sino algo que me parece más importante: utilizar la televisión para la enseñanza de cualquier disciplina. Al decir "utilizar la televisión” no me refiero a la utilización técnica, sino a tener en cuenta los contenidos de la televisión para explicar lengua, historia, filosofía o matemáticas. Los profesionales de la educación deben hablar con el alumnado de lo que pasa en la tele porque, al hacerlo, les ayudarán a formarse criterio sobre la programación.
En cuanto a los profesionales de la comunicación, les recomendaría que pierdan el miedo a considerar la educación como parte de sus responsabilidades. Reflexionar sobre la posible influencia que lo que hacen puede tener en la infancia, en los jóvenes y en el imaginario social forma parte de las obligaciones del buen profesional.

Medios de Comunicación y Educación. Escenarios de futuro. ¿Qué está por llegar?

Mucha más sofisticación, rapidez y capacidad de conexión a través de los medios. Es tan difícil prever el futuro en ese campo, que es imposible prepararse para que nos coja confesados. El único modo de no dejarse arrastrar por la innovación, para ponerla a nuestro servicio, consiste en incorporarla a nuestra vidas con prudencia y una cierta cautela, considerando hasta qué punto nos fuerza a cambiar las costumbres y si ese cambio realmente es un progreso para la humanidad.
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