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Acciones específicas para mejorar la convivencia y luchar contra el acoso escolar

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Maria Jesús Comellas i Carbó, Doctora en Psicología y profesora emérita de la Universitat Autònoma de Barcelona. Coordinadora del Grup d'Investigació, Orientació i Desenvolupament Educatiu (GRODE)
Uno de los fenómenos que se dan actualmente en nuestra sociedad y en el mundo de la educación es la necesidad de buscar, de forma inmediata, el control de las situaciones problemáticas, creyendo que si se controlan se van a solucionar, aunque, con este proceso, normalmente se consolidan ya que no se han hecho previamente las necesarias preguntas sobre las causas.
 
Normalmente se interpretan los hechos considerando que el problema y por tanto la solución es individual obviando la influencia del contexto en el que se da y el protagonismo e influencia, pasiva o activa, de todos los actores que están en dicho contexto. Por tanto, los recursos y programas que se aplican para controlar y eliminar los problemas, pierden eficacia y dejan de tener sentido inciden parcialmente y no actúan en el proceso educativo. Este tipo de respuestas se contradicen claramente con el discurso teórico que, desde la perspectiva sistémica, pone énfasis en la influencia del entorno, como marco en el que se producen conflictos y lugar idóneo para su resolución.
 
Si esta forma de actuar se da en la mayoría de escolares pierde el poco sentido que podría tener cuando se trata de la convivencia y la relaciones que se daban en el aula y en el centro educativo. Así como en el campo médico se considera que la salud es más que la ausencia de enfermedad en el campo educativo, la convivencia es más que la ausencia de violencia.
 
La conducta, sea individual o grupal, se produce en el grupo como sistema y contexto relacional donde hay una presencia de tres agentes: quien ejecuta una acción, quien la recibe y quien lo observa, por lo que implica a la totalidad de personas integrantes y cuyo protagonismo es evidente. Por tanto, cualquier acción pedagógica que se realice para potenciar la convivencia y resolver las situaciones de violencia deben partir de la idea que es imprescindible considerar el rol de cada una de las personas considerada individualmente y como elemento del sistema siendo el profesorado quien tiene el rol de liderar esta dinámica  como persona adulta responsable de la educación de cada uno de los individuos y del grupo, como unidad y sistema, donde todas las personas tienen un espacio apropiado de pertenencia  idea no siempre presente cuando se analiza el acoso o los conflictos.
 
Este es el enfoque que se propone y se realiza por parte del Observatorio de la Violencia en las Escuelas (OVE) en centros de primaria y secundaria de diferentes municipios de Catalunya, liderado por el grupo GRODE de la UAB.
 
La mirada y el análisis se centra, inicialmente, en proporcionar un conocimiento de las relaciones y del clima del grupo para incidir en el proceso de socialización de todo el alumnado con acciones pedagógicas más que de control.
 
Incidir en el clima del grupo implica, en primer lugar, conocer las relaciones, a partir de la mirada del profesorado y la del alumnado para conocer no sólo el grado de popularidad o invisibilidad de sus miembros sino, especialmente, el nivel de conciencia de cada persona en relación al lugar que el grupo le otorga.
 
Este conocimiento, de las relaciones grupales, permite incidir en el proceso de socialización de todas las personas del grupo, con una perspectiva amplia, para tomar decisiones que puedan cambiar las percepciones muy vinculadas   a estereotipos y prejuicios (racismo, sexismo clasismo, rendimientos escolares…).  El foco del análisis se centra, pues, en las causas y situaciones que pueden generar vulnerabilidad y obstaculizar el proceso de socialización reto educativo para la institución escolar que ha de garantizar la convivencia y el respeto entre todas las personas.
 
Este debate y reflexión permite detectar las dificultades que pueden surgir, según contextos y colectivos, y poder hacerles frente y proponiendo cambios en todos los sentidos: gestión, organización, intervención didáctica, procesos de participación, etc. procurando identificar las posibles relaciones y dinámicas que pueden generar dificultades. No se trata, pues, de partir de conductas sino del análisis grupal para optimizar, crear oportunidades que de forma natural no se darían y favorecer los matices de las relaciones, (grado de aceptación, amistad, Ignorancia) para que en ningún caso lleguen situaciones de exclusión o de violencia.
 
El profesorado debe implicarse como equipo docente educativo, no sólo desde la tutoría, para incidir en el clima relacional del grupo, contexto para el bienestar y el aprendizaje de todo el alumnado lo que permite consensuar formas de dar respuesta educativa a situaciones puntuales, implicando siempre al grupo de iguales y no actuando sólo con las personas consideradas individualmente precisamente por el carácter dinámico de las relaciones.
 
En situaciones de gran complejidad, es necesario tomar decisiones que tengan una orientación clara a corto, medio y largo plazo. En todos los casos las actuaciones deberán implicar a todo el grupo ya que cada persona individualmente o como miembro del colectivo está ejerciendo un rol que debe ser visibilizado y normalmente modificado. La responsabilidad pues es individual y a la vez colectiva. Se modifican pues los roles individuales y colectivos y se incide en las actitudes y en las respuestas incidiendo en los prejuicios y expectativas que influyen en la dinámica. Por ello no se trata tanto de romper el silencio y menos denunciar sino de compartir y asumir la responsabilidad individual y colectiva en el funcionamiento del grupo. Hubo
 
¿Cómo logramos la participación del alumnado en las iniciativas anti-acoso escolar? ¿Y de las familias?
 
Precisamente por el enfoque sistémico que se propone no puede afrontarse este tema sin la participación activa del alumnado, como protagonistas de las relaciones que se dan en el grupo y como agentes que deben favorecer el clima del grupo en el que se encuentran al margen del espacio en el que se dé esta dinámica, sea el aula, el patio, la calle o cualquier lugar donde no haya un control y vigilancia adulta.
 
En términos generales y con diversos grados de intensidad, todos los ámbitos sociales son permeables a situaciones de violencia y el alumnado no es ajeno a esta realidad, sino que forma parte de ella por lo que es un tema que debe ser abordado también a nivel social y de forma especial en los dos contextos donde viene al alumnado: la familia y la escuela.
 
A nivel teórico el alumnado tiene argumentos, normalmente explicados en el marco escolar y familiar, en relación a lo que es correcto, lo que no debe hacer, aunque este conocimiento no siempre está en consonancia con los modelos relacionales de personas adultas que, con frecuencia, pueden verse en los medios de comunicación donde se delatan desigualdades, falta de respeto y consideración tanto a nivel individual como institucional lo que contribuye a normalizar y a trivializar el sufrimiento y la muerte violenta.
 
Por ello es un tema que sólo podrá resolverse si se trata de forma transversal y como objetivo prioritario implicando los equipos docentes para analizar la realidad del centro en primer término, evitando una interpretación reduccionista de los hechos, y generar procesos de diálogo implicando a cada una de las personas del grupo, así como a las familias y a los equipos docentes.
 
Una primera acción se centraría en fortalecer la comunicación y las relaciones para favorecer la sensibilización sobre las diversas formas de discriminación y violencia y hacer posible su identificación, valorar los factores y actitudes que las posibilitan, analizando, de forma crítica, todos los factores que intervienen: las dinámicas relacionales, los valores subyacentes y hacer conscientes los mecanismos de exclusión para someterlos a crítica y buscar, conjuntamente, alternativas creativas que favorezcan relaciones interpersonales respetuosas basadas en el reconocimiento y la equidad teniendo en cuenta las redes relacionales y las dinámicas que las pueden ocasionar.
 
Se trata de una interpretación orientada a la convivencia que ha de ser objetivo prioritario de la acción educativa y de los debates con las familias. Evidenciar estigmas y expectativas que sólo favorecen el distanciamiento en las relaciones puede, a menudo, evitar miedos y desconfianza y disminuir la tendencia de tener actitudes reactivas interpretando los cambios y los retos en clave de problema y no de oportunidades.
 
El diálogo en el seno de la familia y del centro educativo, debe favorecer la comunicación entre iguales y entre adultos, aprovechar los recursos que la tecnología ofrece, organizar debates conjuntamente familias, profesorado y alumnado, poner en evidencia la fortaleza de la participación como la mejor alternativa para evidenciar los factores que inciden en la salud relacional detectando los factores que puedan dificultarla para incidir antes de que pueda desencadenarse cualquier situación que interfiera en las relaciones, dificultándolas o provocando riesgos de violencia.
 
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