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La ingrata tarea de dirigir

Artículo de opinión

  • 10/11/2016

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Lucía Juncal Manzano Molinedo, Jefa de estudios adjunta en el IES Ana María Matute en Cabanillas del Campo y profesora tutora en el Grado en Estudios Ingleses en el Centro Asociado de la UNED en Guadalajara
La dirección de los centros escolares se está convirtiendo en una pesadilla para algunas administraciones regionales. De un tiempo a esta parte, cada vez son más las direcciones de centros que quedan sin 'capitán' a la hora de acabar un mandato no renovable, lo que requiere al menos una reflexión del origen del problema con el fin de conseguir que la situación cambie.

Pueden ser varios los factores que causan un desinterés generalizado por afrontar un reto tan importante. Por una parte, como reza el título de este artículo, la ingrata tarea de dirigir, ya que es bien sabido por todos los que conozcan medianamente el sector educativo que el director de centro, junto a su equipo directivo, permanecen en estado de cuestionamiento permanentemente.

El director es el cabeza visible en un engranaje que comprende docentes, familias y alumnos principalmente, pero que abarca mucho más. Las relaciones con inspección o con otros organismos también suponen en ocasiones quebraderos de cabeza que afectan a las demás relaciones. El director de un centro es un representante de la administración que debe acomodarse a las decisiones que se tomen por encima de su persona, aunque en muchas ocasiones difiera de las mismas.

Por otro lado, no se puede obviar la cuestión de que el proceso de elección de director es un proceso cuestionable. En la mayoría de las ocasiones, el director es miembro de un claustro al que ya conoce y que por lo tanto, sabe de sus virtudes, pero también de sus vicios. La directiva en ocasiones ha de trabajar en un ambiente que puede ser un tanto hostil, porque las expectativas de trabajo están completamente viciadas por lo que ya se ha observado de antemano.

El gremio a veces tampoco ayuda, ya que en lugar de allanar el terreno, en no pocos centros el mandato llega a estar lleno de obstáculos que los propios compañeros crean, tanto de manera consciente, cuando se oponen al equipo directivo correspondiente y a las decisiones y cambios que estos proponen, como de manera inconsciente, ya que malos profesionales hay en todas partes, y en el campo de la educación estos individuos acaban haciéndose notar en presencia de alumnos, familias o entre los mismos compañeros.

No podemos olvidar que tampoco existe una especialización de directores o miembros de equipos directivos en el cuerpo docente. En ocasiones, cuando un docente toma las riendas de la dirección en un centro lo hace sin ningún tipo de formación previa al respecto. Está claro que, como en cualquier otro ámbito de la sociedad, un dirigente ha de tener una serie de herramientas de probada eficacia para poder afrontar las situaciones que encuentre a diario. Sin esa formación previa completa, es fácil que el director de un centro sienta un cierto abandono, una sensación de desprotección que puede llevarlo a tomar la decisión de no seguir ante un obstáculo que perciba como insalvable.

Al fin y al cabo, la tarea de la dirección no goza de un complemento generoso que haga que el candidato se plantee afrontar el reto únicamente por cuestiones económicas, por lo que siempre es más sencillo volver a ser profesor de a pie y renunciar a los dolores de cabeza que lleva implícitos el cargo.

Tampoco deberíamos obviar la formación del resto de miembros del equipo en una serie de cuestiones como: gestión de personal, resolución de conflictos, coaching educativo, tareas de secretaría, temas administrativos, conocimientos de legislación, etc.

No podemos olvidar que el director además trabaja con un equipo de docentes con el que se forma una especie de compromiso. El éxito o fracaso de un mandato de dirección también puede depender del tipo de relaciones que se entablan con los miembros de dicho equipo. Ante las dificultades, un equipo bien formado tratará de afrontar el reto al unísono, aportando ideas o soluciones que tengan como meta el buen funcionamiento del centro, no los intereses personales. Un buen director o directora ha de primar y alentar el trabajo de su equipo.

Unida a la idea anterior, una de las últimas cuestiones a tener en cuenta, pero quizás la más importante de todas es la de la vocación. Un director o directora ha de tener en mente  que su último objetivo es conseguir una mejora del centro a diferentes niveles: ¿cómo está el centro ahora y cómo quiero que esté? Ante la idea de dirigir, ha de plantearse también una serie de objetivos realistas y alcanzables, estableciendo un calendario de actuaciones susceptible de ser cumplido en un tiempo estimado, teniendo en mente las modificaciones pertinentes que puedan llegar a producirse. Es necesario partir de la optimización de los recursos disponibles, tanto personales como materiales y luego plantearse otra serie de medidas que vayan a agotar las fuerzas y que a veces resultan del todo inalcanzables.

Para concluir, señalar que seguramente escapen a esta reflexión varios aspectos más a tener en cuenta, pero que la idea principal ha sido resumir aquellos más cercanos y quizá más fáciles de cambiar o modificar que pueden influir en la decisión de afrontar el reto de dirigir un centro. Tal vez es imposible abarcar todos estos puntos al mismo tiempo, por lo que el secreto está en fijar prioridades y actuar en consecuencia si de verdad se busca una mejora en la situación de las direcciones de los centros educativos.
 
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