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Cuando lo improbable se hace posible. La escuela del corazón ha llegado

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Antonio Rodríguez Hernández, Profesor Titular de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna (Islas Canarias)
 "La única razón real que se me ocurre
de que pueda suceder algo
es que haya alguien que lo desee…"
William James
 
¿A estas alturas de la "historia" existirá alguien que pueda dudar de la trascendencia de las emociones en las vidas de las personas y de la urgente necesidad de introducir, sin vacilaciones, el aprendizaje emocional en las aulas?
 
No solo porque Eduardo Punset, encabezando a un amplio colectivo de divulgadores de las bondades emocionales, haya calificado este tema como de revolución que nos viene encima y como uno de los grandes retos de nuestra sociedad.
 
No solo porque un extenso conjunto de estudios neuropsicológicos hayan aportado un sinfín de evidencias científicas acerca de la estrecha relación entre la gestión eficaz de nuestro mundo emocional y nuestra capacidad de memorizar, razonar, aprender, tomar decisiones, generar ideas creativas, relacionarnos con los otros y hasta comportarnos con moralidad; un cúmulo de pruebas empíricas que convencerían hasta al vulcaniano Sr. Spock (Star Trek) de que la creencia más racional es que no se pueden dejar las emociones aparte de nuestra vida.
 
No solo porque el contexto sociocultural que estamos viviendo nos ha confrontado con la paradójica experiencia de que cuanto más podemos más vulnerables somos, y que, mientras para nuestros antepasados las emociones servían como medio de adaptación a las circunstancias, la sociedad del siglo XXI nos reta con desafíos emocionales que no habían sido previstos por la "madre naturaleza". Como nos indica (Shapiro, 2000) si bien la ira sigue desempeñando un papel relevante en nuestro comportamiento emocional, difícilmente se podía anticipar la facilidad con la que un niño podría encontrar una pistola y dispararle a un compañero de clase con el que se había enfadado.
 
Por tanto, frente a la ingenuidad de los que piensan que no es necesario enseñar a manejar nuestras emociones porque estas surgen de manera natural; hay que presentar el discurso alternativo de que la realidad se ha transformado desde sus raíces, y si no sincronizamos nuestro "interno" con lo que está cambiando convulsivamente de nuestro "entorno", podemos sucumbir como especie.
 
No solo porque la empresa haya descubierto que invertir en mejorar nuestra vida socioafectiva es rentable. Y es que existen muchísimos signos provenientes del mundo económico que nos señalan la relevancia que está teniendo la dimensión emocional para la eficacia profesional y laboral.
 
En la transición desde la sociedad industrial a la sociedad de la información, el trabajo con músculos se ha sustituido mayoritariamente por el trabajo mental. Lo que hoy se necesita, en la época del trabajador del conocimiento, son personas que puedan pensar, que puedan innovar y actuar con responsabilidad de sí mismas, y que puedan ser felices mientras trabajan con eficacia como integrantes de equipos (Rodríguez, 2011).
 
Hoy día, las compañías demandan no sólo más conocimiento y preparación, sino también un mayor nivel de independencia, seguridad e iniciativa. Y esto significa que hoy se necesita, por razones económicas, un gran número de personas con un nivel adecuado de desarrollo sociopersonal (Branden, 1995).
 
Las palabras de J.C. Tedesco, exdirector de la Oficina Internacional de Educación, en su libro "El nuevo pacto educativo", son clarividentes:
 
La crisis de los grandes aparatos y la tendencia a operar sobre la base de unidades pequeñas, autónomas y flexibles supone la desaparición de los mecanismos impersonales de las grandes burocracias, reemplazados por los contactos cara a cara, donde la integración, el trabajo en equipo, la solidaridad constituyen elementos claves. Esto significa que, al contrario del modelo fordista tradicional, donde lo que valía era la competencia técnico profesional, y donde la vida privada, los rasgos de personalidad, etc., eran factores secundarios, ahora el desempeño profesional tiende a incluir cada vez más todas las dimensiones de la personalidad y no solo la competencia técnica. Además de ese aspecto las empresas empiezan a considerar cada vez con más atención los rasgos de personalidad de los empleados,… (Tedesco, 1995, 100).
 
Los responsables de recursos humanos y de selección de personal lo tienen claro e insisten en esta línea estratégica empresarial: por encima del currículum académico y profesional del candidato interesa más su currículum "oculto", o lo que es lo mismo sus cualidades, y sus "calidades", socio-afectivas.
 
Por tanto, en este contexto de profunda crisis económica si hay una variable que puede incidir de forma efectiva en aumentar el grado de empleabilidad, entendida esta como la capacidad potencial de un empleable para conseguir un puesto de trabajo, es precisamente la competencia socioemocional.
 
Resumiendo esta justificación socioproductiva, no solo porque como diría Branden (1995): "Las políticas que apoyan la autoestima son también políticas que hacen dinero".
 
Y si no es solo por este conjunto de razones científicas, sociológicas o empresariales ¿qué argumento más podemos aportar para justificar la importancia de las competencias emocionales en el desarrollo personal, académico y profesional de las personas? ¿Por qué es vitalmente relevante educar en el manejo de nuestro mundo afectivo?
 
Pensemos. ¿De qué está hecha el alma humana? Reflexionemos sobre aquellos acontecimientos vitales que han marcado significativamente nuestras vidas. Rescatemos de nuestra memoria los sucesos, experiencias, hitos que han influido decisivamente para que seamos quienes somos, que se han escrito con negrilla en nuestra biografía existencial, y que van a "afectarnos" en nuestro proyecto vital. ¿Qué es en esencia lo que hace que tengan esta relevancia? ¿Qué materia prima constituye a estos hechos? Pensemos…
 
Seguramente la respuesta ha surgido casi automáticamente: emociones, afectos experimentados hacia uno mismo, o transaccionados con los otros. Somos eso, seres socioemocionales, pero no sólo por estar constituidos por estas unidades psicológicas (también otros mamíferos se emocionan), sino porque como seres superiores, somos capaces de tomar conciencia de esa esencia que nos constituye, de darnos cuenta de ello, de abrir los ojos, replegarnos hacia dentro y navegar conscientemente en ese universo.
 
Pero además no satisfechos con estas dos cualidades de nuestra intrahumanidad (la afectividad y la autoconciencia) hemos dado un paso "inter" en dirección a nuestra propia trascendencia, asumiéndonos como "seres con". Somos persona porque podemos comunicar nuestra propia humanidad. Somos potencialmente competentes para poner en común nuestras emociones y con ello influir sobre las de los demás.
 
Para resumir, somos humanos no tanto porque experimentemos emociones, sino, y fundamentalmente, porque somos capaces de sentirlas, o lo que es lo mismo, de ser conscientes de ellas, y a la vez de ponerlas en común con nuestros iguales. Por tanto, si somos esencialmente emociones conscientes compartidas, ¡cómo no vamos a ponerlas en la primera página de nuestra agenda educativa, si realmente queremos alcanzar el bien preciado de la felicidad!
 
Por eso tiene un "incalculable valor" (y lo digo en el extenso sentido de la expresión: educativo, social, económico y hasta moral) la decisión también "valiente" de una administración educativa, en este caso la Consejería de Educación, Universidades y Sostenibilidad del Gobierno de Canarias, de incluir dentro del currículum oficial de la Educación Primaria un área denominada "Educación Emocional y para la Creatividad" para ayudar a nuestros niños y niñas a "aprender a ser felices", ofreciéndoles una enseñanza que les posibilite afrontar de forma autónoma, sin proteccionismos incapacitantes, y con garantías de éxito la adversidad generalizada a la que la sociedad convulsa actual los está sometiendo.
 
Como indica Christopher Clouder, director del informe de la Fundación Botín sobre la situación internacional de la educación emocional y social, "… en una época de turbulencias e incertidumbres económicas marcada por el aumento del índice de desempleo entre los jóvenes, la inseguridad laboral y unas perspectivas profesionales frustradas, deberíamos centrarnos en encontrar el modo de preparar a los niños y jóvenes para hacer frente a un mundo así." (Varios, 2011, 26)
 
 La escuela EUTÓPICA (no utópica) está llegando. La "buena escuela", la "escuela del bien" reafirma aún más su presencia en el horario escolar con dos "horitas" semanales dedicadas a que el alumnado tome conciencia de  su mundo emocional, aprenda a gestionarlo eficazmente y se asuma como una persona creativa capaz de construir su propio proyecto vital. Parafraseando a Gandhi, el primer día de clase del curso 2014-2015 será el día que veremos realizarse algo que no podía ni imaginarse el día anterior.
 
Esto está ocurriendo en Canarias, y "doy gracias a la Vida" por ser testigo activo de ello.
 
Referencias bibliográficas:
 
BRANDEN, N. 1995. Los seis pilares de la autoestima. Barcelona: Paidós
 
RODRÍGUEZ, A. 2011. Mais além da inteligência emocional: educaçao socioafectiva  e criatividade. En: MUGLIA WECHSLER, S. Y TREVISAN, V. (eds.). Criatividade e Aprendizagem: Caminhos e descobertas em perspectiva internacional. Sao Paulo: Loyola.
 
SHAPIRO, L.E. 2000. La inteligencia emocional de los niños. Buenos Aires: Grupo Z.
 
TEDESCO, J.C. 1995. El nuevo pacto educativo. Madrid: Alauda/Anaya.
 
VARIOS. 2011. Educación emocional y social. Análisis internacional.  Santander: Fundación Botín
 
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