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Acompañados de nuestras emociones

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Irene López Assor, Directora de la Fundación Gestiona (Madrid)
El famoso "todo depende del cristal con el que se mire" no puede ser más cierto. Las emociones impregnan cada faceta de nuestras vidas, sesgando nuestro pensamiento y condicionando nuestras acciones. Nosotros somos responsables de articular nuestra propia realidad en torno a los acontecimientos que nos suceden. Que lo hagamos o no de la forma que más nos conviene va a depender de nuestro desarrollo en el ámbito de las emociones. En definitiva, nuestro bienestar va a depender mucho más de una educación emocional y de un desarrollo adecuado, que de aquello que nos acontezca.  La etiqueta cualitativa de "esto que me ha sucedido es bueno/malo" la ponemos nosotros y está en nuestra mano modificarla.
 
Pero no es solo un tema de categorías sino también de intensidad con la que vivimos las cosas. Me explico. Quien no transita por la tristeza no sabrá disfrutar del amor, quien no sabe transitar por el miedo, no vivirá la alegría plena. Reconocer y expresar que algo nos desagrada, o tener identificados el dolor y la tristeza que estamos sufriendo nos habilita para poder sentir más en plenitud las emociones básicas positivas, como son el amor y la felicidad. Y sin todas esas cosas, buenas y no tan buenas, nuestra vida pasa a ser un recorrido insulso, más cercano a la muerte en vida que a la plenitud que todos buscamos.
 
La emoción es un todo en nuestras vidas y de ella van a depender nuestro bienestar ¿Es entonces de recibo dejar de lado la educación emocional del niño para que evolucione naturalmente? Esta sería una apuesta de riesgo, en la que el aprendizaje podría aleatoriamente discurrir de la mejor forma posible o ser un auténtico desastre. Y estaremos todos de acuerdo en que el desarrollo personal y académico de un niño nunca puede ser una apuesta de riesgo, sino un proceso guiado con arreglo a un criterio sólido.
 
En el ámbito educativo son tantos años de poner el foco en el aprendizaje de idiomas, en el manejo de nuevas tecnologías y, en general, en la adquisición de conocimiento puro y duro, que nos hemos olvidado un poco de lo que realmente importa. El conocimiento se puede adquirir en cualquier momento y, hoy en día, es fácilmente accesible. Lo que es bastante más difícil de adquirir es la capacidad para identificar lo que sentimos, para conocer nuestras emociones y para controlarlas. La prioridad de la familia y del educador ha de ser facilitar este aprendizaje, por delante de un buen nivel de inglés o de un buen manejo de la geografía española. Porque de ello depende que ese niño crezca para transformarse en un adulto coherente, que sepa manejar y transitar por los diferentes estados emocionales.
 
Una buena educación emocional en la infancia va a permitir que el individuo tenga mayor grado de empleabilidad de mayor, porque va a ser un candidato moldeable y adaptable a las circunstancias y sorpresas del día a día. Y sobre todo porque va a contar con las herramientas para vencer y superar los miedos, así como para disfrutar mucho más de su buen hacer y el buen hacer de su equipo.
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