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Del enseñante al "maestro". Viaje de ida y vuelta

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Benito Echeverría Samanes, Catedrático Emérito de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universitat de Barcelona
Paradojas1

La historia siempre acaba por poner las vicisitudes en su sitio. Aunque suene a tópico, resulta patente, al menos, en una de las más viejas y gratificantes profesiones de la humanidad. Nos referimos a la de quienes tratamos de "sacar a flote" (=educere) el potencial humano.

Muchos de los profesionales dedicados a este apasionante oficio comenzamos como maestros. Se nos llamó después docentes o profesores. Y, al final del siglo pasado, la sociedad tendió a identificarnos como enseñantes. ¿Simples cambios de nombre de la profesión o progresiva degradación de sus funciones?

Es probable que esta última causa haya prevalecido sobre la primera, pero los tiempos actuales apuntan hacia una paulatina recuperación de la función original del verdadero "maestro". A primera vista, puede resultar extraño que este fenómeno ocurra en plena sociedad de la información. Sin embargo, resulta más comprensible al valorar las dificultades concomitantes.

Paradojas de la vida. Ninguna sociedad ha dispuesto de tantas oportunidades de información como la nuestra. Pero, su volumen es de tal magnitud y los accesos a la misma tan variados que ahora el problema radica en saber qué información se necesita, de qué forma obtener la deseada y cómo aprovechar la poseída.

Ante tales cuestiones, la ciudadanía de la sociedad cuaternaria demanda a los profesionales de la educación algo similar a lo solicitado por Montaigne al educador de su hijo. Cuando le dijo "prefiero una cabeza bien hecha, antes que bien llena", dejaba traslucir que si las estructuras cognitivas y actitudinales de las personas están bien fundamentadas, lo demás suele llegar por añadidura.

Para desarrollar estas estructuras, el "maestro" del siglo XXI ha de compartir la filosofía encerrada en el ancestral proverbio oriental de "Si a la orilla del mar alguien te pide un pez, antes de dárselo, procura que él aprenda a pescarlo". De lo contrario, se puede proporcionar "pan para hoy, pero hambre para mañana". Como sentenciaba Kwan-Tzuen el 300 a.c, "Si planificas por un año, siembra trigo; Si planificas por una década, planta árboles; Si planificas por una vida, educa personas".

Los clásicos docentes, más los profesores y más aún los enseñantes han olvidado con frecuencia ese paciente arte de la mayéutica socrática que es imprescindible en la sociedad del saber. Cada vez va a ser más difícil aprehender de una vez cuantos conocimientos, aptitudes y actitudes se van a necesitar a lo largo de la vida.

Ante esta revolución del conocimiento, no queda otro remedio que potenciar al máximo las capacidades de búsqueda, selección y utilización contrastada de la información, así como fomentar frente a ella las aptitudes críticas e innovadoras de las personas, para que puedan hacerla suya y comunicarla a los demás.

Recuerdos

La competencia de acción requerida a estos profesionales, a los que nos venimos refiriendo, puede perfilarse mediante una simple evocación de cuantos hemos conocido cada uno de nosotros como alumnos. Probablemente a alguno de ellos ni siquiera lo recordemos. ¿Eran simples enseñantes?

Es más probable que en nuestra memoria quede la imagen difusa de ¿un profesor?, que sabía mucho, pero no sabía explicar o quizás más diáfana la de algún otro ¿docente?, que dominaba la materia, explicaba bien sus contenidos, pero era frio y distante en sus relaciones con el alumnado.

Sin embargo, la mayoría solemos recordar a aquellos maestros que podían saber menos que los otros e incluso ser menos didactas, pero eran personas comprometidas con su labor, transmitían su interés al alumnado, dinamizaban su participación en clases y eran capaces de relativizar las situaciones conflictivas suscitadas en todo grupo humano.

Este simple ejercicio de memoria deja al descubierto al menos dos hechos. El primero, que el beneficiario de su actividad profesional -el alumnado- deslinda con bastante sentido común a los "maestros" de los que no lo son. El segundo, que a estos profesionales se les demanda hoy y más en el futuro no sólo "saber" y "saber hacer", sino también "saber estar" y "saber ser" . Como he resumido en múltiples ocasiones, cada vez se necesita más profesionales con "SABER" y "SABOR"2.

Competencia de Acción Profesional

Quienes hemos sido maestros en Enseñanza General Básica, Bachillerato, Formación Profesional y Universidad hemos aprendido que nuestra competencia de acción es fruto de la integración de cuatro competencias definitorias de un buen maestro:
  • Competencia técnica (Saber). Es preciso poseer conocimientos especializados, pero también otros que inciden en nuestra actividad profesional. Como decía Ortega y Gasset, "ser técnico y sólo técnico es poder serlo todo y consecuentemente no ser nada determinado".
Son indispensables profundos conocimientos psicopedagógicos, pero no son suficientes en nuestros días. Se precisan además conocimientos tecnológicos, económicos y sociales que, a partir de la historia, nos permitan comprender la realidad actual e interactuar con ella de forma responsable, equilibrada y crítica.

Es decir, conocimientos representacionales acerca de la evolución de nuestra sociedad y de las personas que la configuramos. Para ello, se requiere una aptitud de análisis capaz de recoger las informaciones pertinentes, de percibir sus posibles relaciones, de razonar en términos de causa efecto y de encontrar soluciones eficaces a los problemas.
  • Competencia metodológica (Saber hacer). Si es importante saber qué (know that) - relativo a los fenómenos sociales y formas de interactuar las personas - tanto o más es saber cómo (know how) transmitir esos conocimientos al alumnado.
Utilizar procedimientos adecuados a las tareas pertinentes, solucionar problemas de forma autónoma, transferir con ingenio las experiencias adquiridas a situaciones nuevas y aprender a aprender de los alumnos, son indispensables en el arte de educar.

No menos necesaria es la capacidad de autorregulación demostrable en una correcta planificación, organización y ejecución del proceso de enseñanza - aprendizaje, así como un control continuo de la consecución de los objetivos previstos.

Es decir, conocimientos operacionales acerca de cómo actuar, para lograr los resultados deseados de la forma más eficiente y eficaz posible. Sólo podemos saber algo sobre el mundo, en cuanto lo colocamos como objeto de acción, generándose así un saber hacer.
  • Competencia participativa (Saber estar). Esta competencia, estrechamente ligada a la siguiente, diferencia de forma notoria al "maestro" de las otras figuras profesionales.
Por una parte, esta predisposición al entendimiento interpersonal requiere mantener una actitud de escucha activa, evitar posibles malentendidos mediante preguntas pertinentes, descifrar la comunicación establecida a través de palabras, signos y gestos y transmitir de palabra y por escrito mensajes precisos, claros y efectivos. Es decir, saber interpretar y transferir información.

Por otra parte, precisa tener un trato agradable en las relaciones interpersonales, mostrar en ellas una actitud positiva y afectiva, establecer relaciones solidarias y de compañerismo desde la tolerancia y el respeto a la forma de ser y actuar de los demás y mantener una actitud positiva en momentos conflictivos. Es decir, saber comunicar en las relaciones.

Y, además, demostrar un comportamiento orientado hacia los grupos de alumnos, compañeros y demás personas de la comunidad educativa. Ello supone mantener una actitud de respeto hacia el trabajo de los demás y colaborar de manera activa y responsable en todo el proceso que conlleva el trabajo en equipo.
  • Competencia personal (Saber ser). Ser humano y sensible hacia las necesidades de los demás, es requisito indispensable para crear el clima de confianza necesario en los procesos de enseñanza - aprendizaje.
El "maestro", que demuestra esta competencia, suele poseer una imagen realista de sí mismo. Conocedor de sus potencialidades y limitaciones, goza de un buen autoconcepto, que le permite implicarse en proyectos de mejora de la educación, asumir responsabilidades, desplegar su espíritu de iniciativa y creatividad y ser capaz de pensar estratégicamente y a la vez tomar decisiones contrastadas.

Actúa con flexibilidad, transmite el interés del trabajo bien hecho a quienes le rodean, procura que ellos se sientan a gusto en el mismo y es capaz de adaptarse a circunstancias cambiantes y ambiguas.

Ante los problemas o situaciones conflictivas actúa con precaución, mantiene la calma, permanece sereno, controla los sentimientos negativos y relativiza las posibles frustraciones con buenas dosis de humor. Además, siempre que puede, deja los problemas personales fuera del entorno de trabajo. Lo decía Don Quijote, "Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala".

En pocas palabras, el maestro del siglo XXI es un "paciente revolucionario", que ejerce su liderazgo con autoridad moral, al hacer lo que piensa, pensar lo que siente y sentir lo que hace. Como sentenció G.Bernad Shaw, "El que puede hace. El que no puede, enseña"3.

Notas al pie:

1.- Síntesis del artículo publicado en la revista La Aguja de Marear, nº 22. (2000).
2.- Echeverría, B. Cuestión de SABER y SABOR. Educaweb. (18.10.2010).
https://www.educaweb.com/noticia/2010/10/18/articulo-competencias-basicas-14418.html
3.- Echeverría, B. Los que no saben, enseñan. Soria Semanal. (14.01.1978).
Echeverría, B. Los que pueden, hacen. Soria Semanal. (21.01.1978).

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