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Un contexto laboral no siempre garantiza un aprendizaje profesionalizado

Artículo de opinión


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Antonio Cano Hoz. Proyectos Formativos del Centro de Estudios ADAMS (Madrid)
Una de las disfunciones que en España se viene achacando a la formación profesional es su alejamiento de las necesidades reales del sistema productivo. No obstante, podría decirse lo mismo en sentido contrario. Salvo excepciones, la cultura empresarial española no ha valorado suficientemente a la formación profesional, considerándola a menudo como un producto menor del sistema educativo. Todo esto se ha traducido en una escasa conexión entre ambos ámbitos, implicando una desatinada ineficiencia en la asignación de recursos.

Cierto es que mejorar la productividad del factor trabajo, así como incrementar la empleabilidad y satisfacción profesional de los trabajadores, pasa por estrechar el vínculo entre los procesos formativos y el desempeño profesional, con el fin de garantizar la transferencia y aplicabilidad de los aprendizajes al puesto de trabajo.

Desde hace tiempo, las Administraciones y los demás agentes implicados vienen buscando soluciones al problema. Una de las medidas ha sido el esfuerzo por vincular la oferta formativa a las cualificaciones profesionales requeridas por el sistema productivo, mediante el establecimiento de los nuevos títulos de formación profesional y certificados de profesionalidad.

En paralelo, se ha otorgado mayor importancia a las prácticas profesionales no laborales, con la inclusión -en las diferentes ofertas de formación profesional - de un módulo obligatorio realizable en centros de trabajo. Con este módulo, las personas en proceso de formación tendrán la oportunidad de adquirir aquellas competencias profesionales que sólo pueden completarse en un contexto real de trabajo.

Otras actuaciones para promover una capacitación realmente aplicable al desempeño, atenuando el peso "academicista" de la tradicional formación profesional, están siendo las iniciativas de formación en alternancia con el empleo. En nuestro país, esta fórmula aparece representada por las acciones formativas de los contratos para la formación (a iniciativa de las propias empresas) y por los programas públicos de empleo-formación (a instancias de entidades promotoras). Las primeras están orientadas a jóvenes con baja formación académica quienes, además de disfrutar de un empleo remunerado, su contrato lleva asociado la formación teórica necesaria para completar su educación y adquirir sobre todo los conocimientos profesionales requeridos. Por su parte, los programas mixtos de empleo-formación tienen propósitos similares, estando dirigidos a determinados colectivos de desempleados con especiales dificultades de inserción laboral.

La diferencia entre una enseñanza profesional con módulo de prácticas en empresas y las iniciativas de formación en alternancia con el empleo no es desdeñable. En el primer caso, las prácticas en empresas se nos antojan como un mero complemento de la capacitación teórico-práctica recibida en el centro de formación. Siendo deseable y teniendo efectos positivos, en muchas ocasiones no deja de ser una "carga" en el funcionamiento cotidiano de la empresa, ya que ésta debe instruir pero sin poder aprovechar los frutos del alumno en prácticas. Además, el programa formativo del módulo es "in extenso", siguiendo un patrón academicista que raras veces encaja con la dinámica cotidiana de la empresa.

Por su parte, en la formación en alternancia los alumnos son a la vez trabajadores -normalmente remunerados- que intervienen en procesos productivos reales, con lo cual sus realizaciones están orientadas a un resultado económico y condicionadas a un saber hacer eficiente. Por tanto, su implicación en el aprendizaje es (o ha de ser) mayor por aquello de resultarles más "práctico", más real. En este caso, la formación teórica se concibe a priori como el complemento necesario para un aprendizaje sistemático y riguroso, aparte de servir para propiciar su adecuada integración socio-laboral.

No obstante, si bien abogamos por promover una formación profesional estrechamente ligada al ámbito productivo, entendemos también que un entorno laboral no siempre garantiza un aprendizaje profesionalizado. Los procesos formativos no pueden limitarse a un simple adiestramiento centrado en la ejecución de tareas. Deben aportar una dimensión didáctica casi siempre ausente en el medio laboral, en cual los aprendizajes suelen producirse mediante procesos informales y restringidos -lógicamente- a las circunstancias o necesidades específicas de cada empresa.

La pedagogía tiene como prioridad la calidad y el rigor del aprendizaje. En el medio laboral, no obstante, lo prioritario suele ser la productividad inmediata. Aunque deseable, conjugar lo uno y lo otro no siempre resulta fácil. Sólo una formación bien armada didácticamente y realmente orientada al desempeño permite aunar ambas facetas, proporcionando al trabajador un modelo adecuado de aprendizaje y unos contenidos teórico-prácticos realmente pertinentes.

Por todo ello, es obligado salvar el hiato existente entre formación y desempeño. Hasta ahora, y salvo excepciones, las soluciones puestas sobre la mesa pasan normalmente por juntar una cosa con otra sin apenas articularse mediante bisagras adecuadas. En nuestra opinión, la fórmula eficiente consistiría más en llevar el trabajo al aula -con actividades formativas que realmente emulen las realizaciones profesionales- que en llevar el aula al lugar de trabajo.
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