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El camino hacia la excelencia

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Raquel Andrés García; María de Frutos Sánchez. Departamento de Calidad de la Universidad Europea de Madrid
La educación se ha convertido en el principal activo para la sociedad del conocimiento del siglo XXI y ha dejado de considerarse un gasto para empezar a ser vista como una inversión. Así, en un contexto marcado por la globalización y la competitividad internacional, la excelencia universitaria ha pasado a ser un asunto de máximo interés, adquiriendo cada vez más importancia en las políticas de los países que quieren estar a la cabeza de las sociedades avanzadas en los próximos años.

Como consecuencia, han surgido numerosos rankings que tratan de medir esta excelencia y ejercen una gran influencia a nivel internacional. Su efecto es sin duda positivo, ya que favorecen la transparencia y la competitividad de las universidades, pero es necesario plantearse si la influencia que ejercen es equivalente a su rigurosidad y si utilizan los indicadores adecuados para medir la excelencia; o si, por el contrario, habría que incorporar otros como la docencia, la calidad de la enseñanza o los vínculos que las entidades establecen con la sociedad.

Según estos rankings sólo hay 28 universidades e institutos de educación superior europeos entre los 100 primeros del mundo, apenas dos entre los 20 primeros y ningún español entre todos ellos. Esto está motivando la creación de nuevas políticas universitarias que persiguen una mejor clasificación de sus centros, en Francia a través de las fusiones y en España mediante la especialización, con proyectos como el de Campus de Excelencia.

A pesar de ello, cada vez más expertos alzan la voz para criticar el poder de estas clasificaciones, cuestionando cómo y qué miden y advirtiendo del peligro que conlleva hacer de ellas el objetivo de las políticas universitarias. La investigación y las referencias científicas cobran un gran protagonismo en dos de los principales rankings, el de la Universidad de Shanghái y el Times Higher Education, que prácticamente se confeccionan a partir de los indicadores de investigación y prestigio. El número de premios Nobel o medallas Fields ganadas por antiguos alumnos y la capacidad investigadora de la institución son algunos de los indicadores más puntuados, lo que hace imposible que cualquier institución joven o con una inversión modesta en investigación pueda siquiera ser contemplada. Así, las universidades que están referenciadas en los primeros puestos ganan en visibilidad y son percibidas como superiores respecto al resto, aunque ese liderazgo no demuestre que realmente cuentan con una mayor excelencia educativa.

La Comisión Europea está de acuerdo con las limitaciones de estas clasificaciones y está trabajando para la puesta en marcha en 2013 de un ranking multifuncional que mida la excelencia de universidades y centros de educación superior europeos, tomando en consideración nuevos indicadores como la transferencia de conocimiento, el compromiso regional o la calidad del profesorado. Este nuevo ranking pretende convertirse en una nueva metodología global y multidimensional, que permita visualizar los puntos fuertes y débiles de cada institución para que el usuario pueda consultar la información de acuerdo con los criterios que son importantes para él.

En España la situación no es muy diferente. Las universidades debemos apostar por la excelencia en todos los aspectos que influyen en la calidad de la educación, y para garantizar este objetivo es necesario impulsar la autoevaluación y la búsqueda del reconocimiento externo mediante certificaciones académicas y de gestión. Así, los rankings pueden ayudar a las universidades a compararse entre sí y encontrar una motivación para mejorar y ofrecer a los estudiantes una clasificación rigurosa que les proporciona información de interés de acuerdo con sus inquietudes.

La implantación de una cultura de la evaluación es algo muy positivo siempre y cuando se vea reflejada en una verdadera mejora de nuestro sistema educativo y nuestras instituciones, en beneficio de la competitividad de nuestro país. Pero para ello es necesario definir a qué nos referimos cuando hablamos de excelencia educativa antes de creer ciegamente en cualquier clasificación, por prestigiosa que sea la institución que la haya elaborado.

Por este motivo, y aunque los rankings deben ser tomados como un punto de referencia, no pueden considerarse un fiel reflejo de la realidad ni definir nuestra política universitaria. Para clasificar la calidad, ese concepto intangible que contempla tantos elementos, necesitamos contemplar también otros aspectos innatos a la Universidad como la docencia, la enseñanza, sus resultados de aprendizaje o su función de apoyo al progreso social. Y aún tenemos mucho por hacer en este sentido.
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