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Información, evaluación y acompañamiento al alumnado, tres elementos clave para reducir el riesgo de fracaso escolar

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Xavier Riudor. Politólogo. Director del Gabinete Técnico del Consejo de Trabajo, Económico y Social de Cataluña
El Consejo de Trabajo, Económico y Social de Cataluña (CTESC) está en proceso de terminar un informe sobre el riesgo del fracaso escolar. El informe tiene como objetivos generales, de un lado, caracterizar el colectivo de alumnos y alumnas en situación de riesgo de fracaso escolar y, por el otro, identificar y priorizar los factores que lo explican, con la finalidad de hacer consideraciones y recomendaciones que ayuden a mejorar las políticas de lucha contra el fracaso escolar en Cataluña. Los instrumentos metodológicos para hacer frente a estos objetivos han sido diversos. Hemos utilizado la gestión documental para desarrollar el marco teórico, para analizar las estrategias públicas de reducción del fracaso escolar y para detectar experiencias y buenas prácticas. Se ha desarrollado un nuevo análisis basado en los resultados del PISA-2006 para, entre otros fines, identificar los determinantes de la probabilidad de riesgo de fracaso escolar. Y por último, se ha realizado un análisis cualitativo, a través de 26 entrevistas en profundidad a personas relacionadas con el sector educativo, que nos ha permitido, además de analizar los principales factores explicativos, valorar las principales medidas de lucha contra el fracaso escolar y elaborar una primera propuesta de recomendaciones.

En un proyecto de estas características, los resultados son extensos y muy ricos. Y aquí tenemos poco espacio. Así que conociendo la especialización de Educaweb en la orientación académica y profesional, me voy a centrar en tres aspectos clave, estrechamente vinculados entre ellos, que nos ayudarían a reducir el riesgo de fracaso escolar: la disponibilidad de información, la evaluación y el seguimiento individualizado.

En primer lugar, la disponibilidad de información. En pleno siglo XXI, a pesar de la consolidación de las tecnologías de la información y la comunicación, nos sigue faltando información, a veces, incluso información básica. Nos faltan datos tanto de carácter longitudinal como transversal. Ahora que tanto se habla del historial clínico compartido o incluso ahora del historial social, es necesario disponer de un instrumento similar en el ámbito educativo, para que, entre otras cosas, los distintos profesionales de la educación (profesores, tutores, orientadores, equipo directivo, etc) puedan conocer de manera sencilla las trayectorias del alumnado y así poder hacer un diagnóstico y decidir las medidas más adecuadas, tanto en el ámbito más individual como colectivo.

En segundo lugar, una parte importante de esa información debe obtenerse a partir de la evaluación, pero en este caso no sólo estamos hablando del alumno/a sino de todo el sistema educativo. Esto pasa por evaluar al alumnado, pero también al profesorado, al equipo directivo, a los programas y medidas que se aplican. En fin, se trata de apuntalar la cultura de la evaluación en todo el sistema. Y sobre todo, que los actores educativos perciban claramente que el esfuerzo y la dedicación que supone realizar una evaluación tiene un impacto en su actividad profesional. Es decir, dicho de otra manera, que mediante la evaluación, se tomen medidas para, por ejemplo, mejorar las habilidades educativas de nuestros profesores, potenciar la capacidad de liderazgo y de acción educativa de nuestros equipos directivos, dedicar mayores recursos a los centros con mayores dificultades o detectar rápidamente a los alumnos y alumnas con problemas de rendimiento escolar y aplicarles las medidas compensatorias oportunas. Si se hace evidente esa relación entre evaluación y medidas, habremos hecho un gran paso para generar mayor confianza hacia la evaluación.

Y en tercer lugar, el acompañamiento individualizado del alumnado. Para conseguir que este seguimiento sea una realidad, necesitamos disponer de los otros 2 elementos comentados anteriormente. Hace 20 años, la posibilidad de llevar a cabo este acompañamiento era probablemente una quimera, pero ahora tenemos los medios para conseguirlo, debemos aprovechar lo que nos aportan las tecnologías y las mejoras en los procesos de evaluación para que todo ello repercuta en poder acompañar, ayudar y motivar a cada uno de nuestros alumnos y alumnas. Pero todo ello requiere de un ingrediente básico, es necesario que no se escatime tiempo a las funciones de tutoría de los profesores y a la supervisión de los equipos directivos. Además, debemos configurar equipos potentes de orientación académica y profesional y trabajar codo con codo con los servicios de atención psicopedagógica y con el resto de servicios educativos orientados a la atención individual del alumnado, es decir, se trata de trabajar en equipo. Si queremos combatir el fracaso escolar, el tiempo dedicado a cada uno de nuestros alumnos puede resultar tan importante como el dedicado a las funciones educativas tradicionales.

Todo ello debe enmarcarse en un sistema institucional más flexible del que tenemos en la actualidad –sin restar méritos a las mejoras realizadas en este sentido durante estos últimos años-, con el objetivo de adaptarnos a las necesidades educativas de nuestros alumnos y alumnas, sin perder de vista que la educación obligatoria no deja de ser una etapa de su proyecto de vida: debemos motivar al estudiante para que continúe su formación y orientarlo para que mejore sus oportunidades de inserción en el mercado de trabajo.

Es cierto, la educación sigue necesitando de más recursos de toda índole, de más y mejores infraestructuras, pero no es menos cierto que avanzar en la mejora del rendimiento académico también depende, en gran medida, de nosotros mismos.

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