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"Tanto los conflictos con los colegas, como la ausencia de apoyo social constituyen, desde el ámbito relacional, los principales factores de riesgo del queme laboral"

Entrevista

  • 25/03/2010

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Entrevista a José Manuel Otero López. Profesor Titular del Departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Universidad de Santiago de Compostela y coordinador del libro "Estrés laboral y burnout en profesores de enseñanza secundaria"
¿En qué consiste el "burnout" o síndrome del quemado? ¿Cuál es el perfil psicológico de una persona que padece "burnout"?

El fenómeno de "burnout", o "síndrome de estar quemado", hace referencia a una problemática psicosocial característica de los profesionales que desempeñan su función en contacto directo con otras personas. Los profesionales de la salud (médicos, enfermeras, psicólogos,…) y los profesores han capitalizado, en gran medida, la atención de los miembros de la comunidad científica interesados en esta casuística. Desde la siempre segura mirada retrospectiva cabe reseñar que, si bien este síndrome no es "nuevo" (las primeras descripciones surgieron a mediados de la década de los setenta), ha sido en los últimos años cuando ha alcanzado un notable protagonismo en el campo de la salud laboral. La revitalización del tema ha estado potenciada por la creciente evidencia empírica de los importantes costes que conlleva (para el individuo que lo "sufre" y para la organización) y la progresión en cuanto a su incidencia y prevalencia.

La definición más aplaudida y consensuada es aquella que, lejos de considerar el burnout como un fenómeno monolítico y sin fisuras, contempla tres facetas claramente diferenciadas: cansancio emocional, despersonalización y logro personal. Más específicamente, el desgaste, saturación y falta de recursos emocionales, unido a la presencia de actitudes frías, cínicas y distantes respecto a los "usuarios", sin olvidar el menoscabo en el nivel de eficacia percibida, constituyen los tres "rostros" del burnout. En cualquier caso, y más allá de las definiciones academicistas, defendemos que esta experiencia de desgaste laboral tiene un marcado carácter procesual: las "quemaduras" de distinto grado van apareciendo a lo largo del tiempo.

Permítasenos avanzar algunos de los trazos que contribuyen a bocetar este síndrome: alto grado de compromiso y motivación con las tareas asignadas, percepción de cierto "pasotismo" en los colegas, creciente nivel de exigencia que lleva al establecimiento de metas poco reales, cierta idealización de la profesión por parte de los "debutantes", vocación de ayuda (en ocasiones en detrimento de las propias necesidades). En fin, estos son algunos de los factores de vulnerabilidad a la experiencia de burnout. El choque con la realidad ("las cosas no son como yo pensaba"), la carga psicológica que supone la ausencia de retroalimentación por parte del "usuario", la ausencia de cobertura o de apoyo social ante las necesidades del profesional que paulatinamente va tomando conciencia del agotamiento emocional, la percepción cada vez más real de un sentimiento de frustración y alienación constituyen, también, otros mojones del camino con que se encuentran algunos profesionales. Poco a poco se instala la experiencia del burnout acompañada de "sus señas de identidad"; presentamos un muestrario: creciente abandono de responsabilidades, la retirada social en cuanto estrategia vehiculadora del desencanto profesional, sentimientos impersonales y deshumanizados respecto a los usuarios, atribución externa (colegas, institución, sistema educativo, padres,…) del fracaso en la consecución de objetivos, baja autoestima, problemas psicológicos y físicos, sensación de hastío vital, planteamientos existenciales que llevan al cuestionamiento de la vocación, la idea de abandonar el trabajo (jubilación anticipada, bajas prolongadas, etc.), embotamiento y cansancio emocional.

Entendemos oportuno para acercar al lector a este "viaje hacia el burnout" novelar, no sin ciertas dosis de exageración pero sí con un afán didáctico, la historia de Ella (no resulta ocioso señalar que, como en las películas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia). Pretendemos bocetar este "camino hacia el burnout docente" a través de la experiencia de "Ella" la protagonista (la elección del sexo no es casual, sino que nos hacemos eco de los hallazgos de investigación que constatan una mayor incidencia del "queme laboral" en la mujer).


¿Qué importancia tiene la interacción con otras personas a la hora de generar síndrome de "burnout"?


La interacción con otras personas, a juicio de los notables del campo (por ejemplo, Maslach, Jackson ), constituye una condición sine qua non para hablar de este síndrome.

No obstante, no es menos cierto que en las últimas formulaciones estos autores han atenuado la importancia de la intensidad y/o frecuencia de los vínculos relacionales; en otras palabras, la rotundidad con la que se defendía el "contacto directo y mantenido con los usuarios" en las primeras conceptuaciones, ha dado paso a una mayor flexibilidad en este aspecto ("los contactos casuales con los otros" podrían contribuir también a la génesis de esta experiencia). Sea como fuere, e independientemente de las diatribas conceptuales, en las últimas décadas se ha revitalizado el papel de las relaciones "yo-con-los-otros"; así, las relaciones personales o inter-personales (los estilos de apego, las relaciones con los compañeros, el apoyo social sentido y percibido, el sentido de pertenencia, el conflicto,...) adquirieron un inusitado protagonismo en la escena disciplinar del burnout. Además, nuestros hallazgos empíricos confirman que tanto los conflictos con los colegas, como la ausencia de apoyo social constituyen, desde el ámbito relacional, los principales factores de riesgo del queme laboral.

Según una encuesta de FETE-UGT, el 37,4% de los docentes padece niveles de estrés altos y las principales razones son el temor a sufrir una agresión física por parte del alumnado y la falta de respaldo de los padres. ¿Considera que éstos son los factores clave que repercuten en la salud laboral de los docentes?

Es incuestionable, a tenor de las investigaciones contemporáneas, que las conductas problemáticas de los alumnos y la falta de apoyo de las familias constituyen, según los profesores, importantes fuentes de tensión laboral. Cabe reseñar, a este respecto, una investigación que hemos realizado (años 2003-2006) con una muestra de 3281 profesores de Enseñanza Secundaria Obligatoria (representativa de la Comunidad Autónoma de Galicia) que, entre otros objetivos, pretendía esclarecer cuáles eran los principales estresores de los docentes en este nivel educativo. Pues bien, nuestros resultados son altamente coincidentes con los apuntados por la citada encuesta. Específicamente, se constató que los cuatro estresores (de un total de 78) que aglutinaban un mayor porcentaje de respuesta (superior al 29%) en la categoría "me produce mucha tensión" fueron: "la falta de apoyo de algunas familias en asuntos disciplinarios", "las agresiones verbales por parte de los alumnos", "el incremento de las agresiones entre los alumnos" y "el tener que resolver los problemas de conducta de los alumnos". Cuando intentamos estructurar las temáticas (análisis factorial de todos los estresores) el factor más importante (31,28% de varianza explicada) incluye los ítems referidos a "conductas problemáticas de los alumnos y cuestiones disciplinarias". Otro estudio, también reciente, realizado por la Federación de Enseñanza CC.OO. (2006), señala que tanto los problemas de indisciplina, como las relaciones problemáticas con los padres generan estrés en los profesores (35% y 18%, respectivamente).

En cualquier caso, y habida cuenta del "eco psicológico" que estas casuísticas producen en los docentes, parece necesario y urgente diseñar estrategias de acción y/o reflexión tales como: buscar nuevos mecanismos de arbitraje en la relación docente-discente que faciliten la convivencia, examinar el alcance real de las cifras de violencia, evaluar si el impacto psicológico percibido por el docente es proporcional al "problema real" o está mediatizado por otros factores, analizar críticamente la imagen -a menudo convulsa, violenta, conflictiva- de los centros escolares que se proyecta desde los medios de comunicación en un afán de "buscar lo noticiable" (presentando, en ocasiones, una desdibujada realidad), indagar en las consecuencias que determinadas "representaciones mentales" (por ejemplo, adolescentes, violencia y escuela) tienen en las conductas de los protagonistas implicados en la tarea educativa. Pero hay más. Probablemente este incremento de la agresividad de los adolescentes se relacione con los cambios sociales que han tenido lugar con respecto a los métodos disciplinarios considerados adecuados para la socialización de los jóvenes. Esta cuestión, sin duda crucial, no sólo en el entorno escolar, sino también en el familiar, no ha sido objeto del necesario debate entre los distintos agentes socializadores, de modo que métodos anteriores son percibidos ahora como inadecuados, sin que exista consenso sobre cuáles son los adecuados. Cada colectivo -familia, escuela- se enfrenta a esta cuestión aisladamente, y en cierto modo siguiendo el método "de ensayo y error". Desde distintos frentes se hace alusión a la acusada "permisividad" en la socialización de las nuevas generaciones que ha venido a sustituir lo que tal vez se consideraba un excesivo "autoritarismo" en la educación de las generaciones anteriores. La citada permisividad ha hecho aflorar lo que algunos denominan "pequeños tiranos", jóvenes acostumbrados a conseguir sus propósitos, y poco entrenados en superar dificultades. El planteamiento de una disciplina "firme pero amable", sugerido como un adecuado punto de encuentro podría ser la alternativa válida, aunque sus posibilidades reales de éxito dependerían de que fuese aceptada e implementada tanto en el contexto familiar como en el escolar. El protagonismo en el aprendizaje del adolescente de las otras educaciones (calle, noche, tele, internet,…), el elevado consumismo que caracteriza a nuestra sociedad, la búsqueda de seguridades económicas para atender a las múltiples necesidades de los hijos, los cambios profundos en las dinámicas de relaciones familiares, la precariedad laboral, los miedos asociados con respecto a cómo enfrentarse eficazmente a la educación de los hijos son, también, argumentos que han dinamitado la percepción de los padres de ese mundo ordenado y racional en el que se han criado y que, en muchas ocasiones, conlleva una acusada conciencia de inseguridad acerca de cuál es el mejor modo de enfrentarse a la tarea educativa.

¿Qué acciones se pueden llevar a cabo desde el centro y por parte del profesorado para evitar estas situaciones?

Las acciones, siempre opinables, podrían ser muchas y variadas. En cualquier caso, avanzamos algunas que, a nuestro juicio, podrían ser útiles a tenor de los hallazgos de investigación:
  • Potenciar las redes de apoyo social; los compañeros de trabajo deberán constituir un objetivo focal de cualquier actuación, aunque sin descuidar a otras fuentes fundamentales de apoyo (la familia y los amigos). En definitiva, concienciar y fomentar las relaciones afectivamente positivas con los "otros" constituye un buen comienzo de cara a frenar el impacto que el estrés tiene en este colectivo. Algunas propuestas concretas podrían orientarse tanto a mejorar las habilidades interpersonales (entrenamiento en el manejo de solución de conflictos), como a potenciar las habilidades de comunicación (entrenamiento en asertividad, por ejemplo).
  • Rediseñar aquellas tareas que "exijan" un comportamiento Tipo A. Se trata de incidir en una adecuada planificación y racionalización de las distintas demandas laborales del docente (la percepción de "que le requieren en varios sitios a la vez" es indicativa del estado de la cuestión). Específicamente, a la existencia de múltiples demandas/tareas profesorales (dar las clases, preparar los exámenes, tutorías,…) se suman otras (reuniones, cuestiones administrativas-excesivo papeleo, guardias de recreo,…) que acentúan la vulnerabilidad al malestar laboral.
  • Incidir en la "satisfacción-bienestar" en el trabajo (con la seguridad de que se fortalecerá la creencia de que las cosas "irán bien" –optimismo- y de que se pueden controlar y tienen un "sentido" –personalidad resistente-).
  • Entrenar a los docentes que experimentan malestar laboral en distintas técnicas (resolución de problemas, reestructuración cognitiva,…) que le posibiliten afrontar con éxito las múltiples contrariedades derivadas de su ejercicio profesional.
  • Diseñar e implementar programas de prevención/intervención que, implicando a los distintos agentes educativos (padres, profesores,…), tengan como objetivo focal incidir positivamente en la convivencia en los centros escolares.
  • Sensibilizar a padres y profesores acerca de la necesidad y oportunidad de aunar esfuerzos en la tarea educativa, concienciar a los distintos agentes educativos en cuanto a la conveniencia de potenciar el diálogo, superar los "atrincheramientos" pretéritos y encarar el futuro educativo con energías renovadas.
¿Cree que un mayor respaldo a la labor docente por parte de las familias, los centros y las administraciones contribuiría a reducir los niveles de estrés?

Pienso que sería un avance muy saludable y, sin duda, ayudaría a superar una crónica de desencuentros y de opciones que, en ocasiones, se presentan como incompatibles e irreconciliables. Probablemente hayan existido demasiadas trincheras (padres, centros, políticos, público en general,…) que, sin vocación de mutuo auxilio, hayan contribuido a generar "falsas batallas" con el convencimiento de que las ganancias de "unos" pasan por la sin-razón de los "otros". Padres que responsabilizan a profesores y viceversa, ambos al sistema educativo, el público está influenciado por los medios de comunicación, los políticos acometiendo reformas (según muchos opinantes) sin el deseable poso de seriedad y haciendo a un lado a los "enseñantes". En fin, tenemos la sensación de que, a nivel general, el mundo que rodea a los docentes –familias, centros, administraciones- ha sufrido una profunda transformación. En los últimos años, si los comparamos con las décadas previas, entendemos que han cambiado muchas actitudes, conductas, creencias, expectativas,... cuyo denominador común es la inveterada tendencia a delegar la mayor responsabilidad posible en aquellos que dignifican el oficio de enseñar. En otras palabras, el cambio no ha sido para bien: la cara hostil ha desplazado a la amable (la excepción son algunas voces disidentes, pero desafortunadamente pocas en la actualidad). Veamos algunas pinceladas al respecto: los ánimos están más exaltados y existe una clara falta de apoyo al docente desde distintos sectores, aumentan las críticas y el cuestionamiento de su labor, dejación de las responsabilidades en la educación de los hijos por parte de algunas familias, devaluación de la imagen social del docente al que se le responsabiliza (cual chivo expiatorio) de los males del sistema educativo, cambios en los contenidos curriculares, demanda de renovaciones metodológicas, reformas y más reformas, cierta laxitud con respecto a los comportamientos de los alumnos, aumento de la edad de escolarización obligatoria (los docentes se convierten en "vigilantes" de la permanencia en las aulas de algunos alumnos que se sienten retenidos contra su voluntad), incremento de las responsabilidades sobre el profesor–sobrecarga laboral (múltiples tareas: docentes, administrativas, tutoriales, actividades extraescolares, claustros, reuniones, tareas de coordinación, vigilancia de recreos,…).

En definitiva, la tarea educativa, fundamentalmente en los niveles de enseñanza secundaria, está abocada, a juicio de muchos opinantes, a una profunda crisis; para otros constituye un mal endémico de nuestra sociedad al que es necesario dar solución; no faltan quienes que, con un plus de coraje, proclaman alto y claro las quejas de algunos profesores: su proyecto ilusionante al iniciar la carrera docente se ha visto cercenado por la realidad del día-a-día en las aulas, su sentido profesoral roza la sin-razón en un sistema aquejado por el menosprecio del saber. El panorama dista de ser alentador: las estadísticas oficiales detectan importantes agujeros negros en cuanto a los conocimientos de los alumnos, algunos profesores manifiestan sin rubor su malestar laboral, muchos padres tampoco están satisfechos, como telón de fondo no resulta extraño encontrarse en los medios de comunicación titulares como "catástrofe de la enseñanza", "desastre educativo". La pregunta entonces cabría concretarla en ¿qué está fallando? Entendiendo que no existen respuestas simples para problemas complejos, y habida cuenta de que las causas suelen ser múltiples y circulares, consideramos que probablemente el que los distintos sectores implicados en la labor educativa (padres, profesores, políticos,…) se sienten en la mesa negociadora a favor del interés común sería un buen comienzo.

¿Considera que hay diferencias significativas entre los niveles de estrés del profesorado de secundaria y el de primaria?

La literatura en el área refleja notables diferencias en cuanto al malestar laboral (ya sea bajo la rúbrica de estrés, burnout o insatisfacción laboral) entre estos dos niveles educativos. Los profesores de secundaria parecen, a tenor de los datos, constituir el punto álgido de esta problémática y, en consecuencia, han generado una cantidad ingente de investigaciones. El protagonismo predictivo en el malestar laboral del profesor de enseñanza secundaria de las conductas problemáticas de los alumnos y la falta de consenso entre padres-profesores en asuntos disciplinarios muy probablemente sean parte de la respuesta. En otras palabras, determinadas conductas más características de la adolescencia (agresiones verbales hacia el profesor, incremento de las agresiones entre los alumnos, vandalismo en las instalaciones del centro), unidas a la dificultad percibida por el docente de gestionar la disciplina (falta de apoyo de algunas familias en asuntos disciplinarios, falta de apoyo por parte de las autoridades extra-académicas, falta de consenso entre el profesorado en asuntos disciplinarios) contribuyan a establecer diferencias significativas con los profesores de primaria.

En cualquier caso, en nuestras investigaciones cuando comparamos profesores de secundaria vs. profesores de universidad hemos confirmado la existencia de diferencias estadísticamente significativas tanto en estrés como en burnout entre ambos colectivos (las mayores puntuaciones correspondían a los profesores de enseñanza secundaria). Además, los hallazgos apuntaron a diferencias cualitativas en el tipo de estresores: mientras las conductas problemáticas de los alumnos y las cuestiones disciplinarias constituían los principales estresores de los docentes de ESO, los profesores universitarios informaban que eran otros aspectos los que le generaban tensión (por ejemplo, "que los alumnos cuestionen mi preparación, competencia y profesionalidad", "falta de tiempo para hacer las cosas", "que personal incompetente interfiera en mi trabajo", "falta de apoyo de los compañeros de trabajo").

¿Considera que la incorporación de nuevos perfiles profesionales (pedagogos, trabajadores sociales, mediadores, psicólogos, etc.) en los centros educativos puede contribuir a mejorar la situación de estrés del profesorado?

Sin duda. Entendemos que, en la actualidad, son múltiples y variadas las demandas con respecto a la figura del profesor. La paradoja reside en que si bien son abundantes las críticas y el cuestionamiento de su labor y, cual "chivo expiatorio", se le responsabiliza de algunos de los males del sistema educativo, cada vez se le exige más: buen enseñante, pedagogo y psicólogo eficaz, capaz de integrar la diversidad, eficaz solucionador de situaciones potencialmente conflictivas, habilidad compaginando distintos roles contradictorios (compañero y evaluador del alumno). Pues bien, cualquier apoyo por parte de otros profesionales en la complicada tarea de "educar" bienvenida sea.
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