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El valor social y económico de la formación

Editorial

El modelo de crecimiento económico de la pasada década, acompañado con el crecimiento espectacular de la inmigración, no ha facilitado que a la formación se le haya dado el valor individual, social y económico que se merece. Ahora, con la crisis y el paro galopante, todo son discursos a favor de la educación, pero la clave es generar un consenso social a favor de dignificar el papel de la formación en el desarrollo personal y comunitario


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Enric Renau. Editor

10 años después de empezar a escribir editoriales en las publicaciones de educaweb.com tengo la sensación de que hay temas recurrentes, pero que tienen que tratarse de nuevo, aunque sea de forma distinta por que las circunstancias del entorno han cambiado.

Parecen reflexiones obvias pero, me da la sensación que las trifulcas políticas y las crisis económicas nos hacen olvidar ideas que son esenciales. Me refiero, por ejemplo, al valor social y económico que tiene la formación.

La formación de la población en su dimensión cuantitativa –cuánta gente estudia y se forma- y cualitativa –estructura de la pirámide educativa, tipología de estudios, etc.- tiene un valor individual y un valor social y económico.

A nivel particular, esta demostrado que una mejor educación y unas mejores competencias profesionales facilitan la inserción laboral, el desarrollo profesional y fomentan la satisfacción profesional. Hay distintos artículos en este boletín que lo corroboran sociológicamente. Fíjense, por ejemplo, en el cambio que se produce en relación al paro entre hombres –más parados, menos formados- y las mujeres.

Socialmente, una población más y mejor formada es más culta, más crítica, más democrática y menos influenciable por los medios de comunicación, por las modas comerciales y por los populismos políticos. Es más equitativa y favorece la igualdad de oportunidades y de resultados.

En el plano económico, el perfil de profesionales que puedan egresar la formación profesional, de las universidades, o del abandono escolar influye en la competitividad y la tipología empresarial y en las oportunidades de innovación.

El retraso histórico y el freno que produjo la herencia de la dictadura franquista en España han sido un lastre que cuesta superar después ya de más de 30 años. La democracia, la autonomía y el estado del bienestar han permitido salir del túnel y acercarse a los estados más desarrollados, aunque aún con algunos desequilibrios clave en porcentajes de FP, en el abandono escolar y universitario y en la adquisición de competencias básicas aplicadas a las lenguas, los conocimientos matemáticos y científicos.

El modelo de crecimiento económico de la pasada década, acompañado con el crecimiento espectacular de la inmigración, tampoco ha facilitado que a la formación se le haya dado el valor individual, social y económico que se merece.

Ahora, con la crisis y el paro galopante, todo son discursos a favor de la educación, pero la clave es generar un consenso social a favor de dignificar el papel de la formación en el desarrollo personal y comunitario. No se trata de distraer al personal en las aulas hasta que la economía se recupere, sino de diseñar e implementar un modelo exigente de educación, que a su vez reconozca el papel central de los educadores y que evalúe los resultados actuando en consecuencia cuando éstos se cumplan o no.

Esto es muy complicado, pero posible.


Enric Renau
editor

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