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El ungüento amarillo

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Esther Robles. Directora del Instituto de Enseñanza y Aprendizaje; Presentación A. Caballero. Profesora de Magisterio y Psicopedagogía y directora de Título en el Instituto de Enseñanza y Aprendizaje de la Universidad Camilo José Cela (Madrid)
El profesorado y la escuela no son el ungüento amarillo de la convivencia en las aulas, porque esta se construye a partir de tres ejes fundamentales: la familia, la escuela y la sociedad. La adecuada confluencia de intereses de estos tres ejes evitaría, entre otros aspectos, la proliferación de episodios de violencia en los centros escolares; pero, en la actualidad, nos encontramos con que existe una cierta tendencia a la "dimisión” por parte de estos tres agentes educativos tradicionales.

La familia constituye el elemento primordial sobre el que se sustenta la educación de los hijos, aunque su labor deba ser coherente y siempre reforzada por los restantes estamentos sociales.

En la actualidad, presenta una estructura variada y poco uniforme, lejos de la clásica concepción de familia tradicional. Además, en el seno familiar se llevan a cabo responsabilidades difíciles de conciliar: tratar de alcanzar a toda costa un nivel económico y social o esforzarse por mantener unos índices de consumo habitual, puede chocar frontalmente con el concepto de familia que dialoga y en la que sus miembros disfrutan de espacios y tiempos para convivir, escucharse y conocerse a fondo. A veces, incluso, aparece el fenómeno de "hogar vacío”, en aras de ocupaciones "más importantes” como pagar la hipoteca, cambiar de coche, viajar…

Estas y otras circunstancias hacen que se acreciente la inseguridad y la desorientación de los padres en el ejercicio responsable de su insustituible función de educadores. La indefinición paterna suele traer consigo un estilo educativo permisivo; poco recomendable, tanto en la familia como en la escuela, porque trae consigo la ausencia de normas, límites y orientaciones, que son siempre necesarias para una buena convivencia.

La mejora en el sistema de convivencia familiar exige asumir otros principios, como el aumento de la dedicación de tiempo a los hijos, el establecimiento de unas relaciones de calidad entre los miembros, la transmisión de unos valores que orienten con acierto y coherencia el crecimiento personal de los más jóvenes, y el establecimiento de normas básicas de obligado cumplimiento para todos los integrantes de la estructura familiar.

Y, ¿qué ocurre en los centros educativos?, si echamos un vistazo al funcionamiento, la organización y la normativa escolar, encontramos grandes similitudes con la escuela de tiempos pasados. Resulta paradójico ¿no?, sobre todo cuando un hecho claro y contrastado es que la escuela de ayer no sirve para educar hoy. Se necesitan, pues, nuevos planteamientos, adecuados y ajustados a los nuevos tiempos.

La educación contra la violencia y por la convivencia debe comenzar en las primeras etapas educativas (Infantil y Primaria). Iniciarla en la preadolescencia, cuando el problema es más evidente, sería un poco tarde ya.

La violencia escolar es un tipo de conducta que, como otras manifestaciones agresivas, tiene diversas causas: personales, familiares o sociales. Resulta imprescindible discernir y determinar cuál es la fuente de violencia que se manifiesta en el aula, para después intervenir teniendo en cuenta las necesidades detectadas. Son fundamentales las medidas de prevención, de intervención y reeducación. Desde la perspectiva preventiva, un programa que persiga el fomento de la convivencia en los centros escolares, deberá buscar el equilibrio entre los aspectos cognitivos, los emocionales y los éticos. La desproporción de estos objetivos educativos sería poco adecuada y restaría eficacia a la intervención.

En el contexto escolar, las herramientas de intervención más eficaces para la resolución de conflictos son la mediación y el diálogo. La convivencia se construye desde el respeto. Las medidas punitivas no son adecuadas. Una pauta educativa imprescindible sería la construcción diaria de la responsabilidad, mediante la implicación, la complicidad y la confianza, a la par que es necesario incrementar el protagonismo del alumno en este proceso.

La violencia en la escuela es un tema lo suficientemente importante como para variar, si es preciso, la organización escolar (horarios, recreos, agrupamientos, uso de los espacios escolares). Si nos centramos en los procesos que tienen lugar dentro del aula, se identifican como factores que disminuyen el conflicto: la metodología empleada por el profesor, el tipo de agrupamientos y el incremento del trabajo cooperativo de los alumnos. Por tanto, mejorando los modos de enseñar, mejoraremos el clima de convivencia del centro.

El centro educativo debe ser, a la vez, centro de aprendizaje y de convivencia, pero no puede ni debe realizar esta labor de manera aislada. Evitar la violencia y fomentar la convivencia requiere el respaldo y la colaboración de la familia, así como de otras instituciones sociales.

A la escuela se la responsabiliza muchas veces de los problemas educativos y de convivencia, cuando tan sólo es el espejo donde se refleja la conducta social. Si bien esta afirmación no debe interpretarse como que la escuela quiera eludir su responsabilidad como agente educativo, lo que sí es cierto es que necesita someter a reflexión, análisis profundo y revisión, tanto su funcionamiento como la formación que da a sus profesores para afrontar con mayor éxito este tipo de situaciones.

Respecto de lo social, nos resta decir que determinadas circunstancias convierten a nuestras ciudades y a nuestros barrios en lugares que no benefician la convivencia diaria entre los ciudadanos, especialmente entre los más jóvenes; de modo que, la familia, para evitar que los hijos se acerquen a determinados peligros potenciales (inseguridad ciudadana, drogas, alcohol, tráfico intenso, escasez de parques y jardines "habitables”, botellón, peleas callejeras,…) prefiere que permanezcan aislados en un círculo reducido y pasen el menor tiempo posible fuera de casa, si no están en el colegio.

Desde la perspectiva laboral, las Administraciones Públicas y los organismos gubernamentales deberían promover jornadas de trabajo más flexibles, que favorecieran y mejoraran la convivencia familiar.

A estos hechos puede añadirse la existencia de una creciente influencia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, que si bien tienen efectos positivos, también entrañan el peligro de un creciente aislacionismo social, problema que ya están acusando algunos jóvenes, que "disfrutan” en su propio dormitorio de todo un "arsenal tecnológico”, que compensa, en determinadas ocasiones, las salidas con los amigos, la falta de diálogo y la soledad de su propio hogar.

A la vista de lo anteriormente expuesto, podemos concluir que encontramos escasas oportunidades de "socialización” fuera de la escuela, de ahí el interés generalizado porque ésta nos resuelva el problema de la convivencia -que es de todos-. El mal uso de la tecnología puede favorecer una vida cada vez más individualizada, donde "el otro” apenas cuenta; sería necesario educar para un mejor uso de la misma. La promoción de la convivencia escolar debe ser una tarea conjunta. Se hace necesario, pues, un pacto por la convivencia entre familia, escuela y sociedad.
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